miércoles, 8 de septiembre de 2010

¡YO CAMBIO, TU CAMBIAS... NOSOTROS CAMBIAMOS!



Urgencia de un cambio personal y familiar

Hoy se repite hasta el hartazgo la palabra cambio, como si éste tuviera un poder mágico. Se espera que el cambio venga de otros: del Presidente, del Gobierno o de una nueva situación político-social. Esta es una mentalidad averiada. Si estamos dependiendo siempre de otros para cambiar, es que no somos libres. Y para cambiar no es necesario esperar que los demás primero cambien.
Para educar a mi hijo no debo esperar que cambien las autoridades. Para ser fiel a mi esposa no debo esperar el cambio de instituciones; para cumplir con mis obligaciones, no debo esperar la revolución social-económico-cultural del país. Para dejar de emborracharme y llevar una vida de "perro", no debo esperar "el Paraguay que soñamos". Para no embarazar a una muchachita, no debo esperar que la Virgencita de Caacupé haga un "milagro". (P. Emilio Grasso - La Familia)
Para redimirme de conductas patoteriles, no tengo que esperar de los otros el ejemplo. Para tener un patio limpio, no debo esperar que los demás limpien el suyo. En síntesis, hacer mi deber, no ha de estar condicionado por la buena voluntad de los otros.
El papá no puede esperar que su hijo respete a su madre si el mismo la maltrata. Es inútil hablar de orden y limpieza si en casa no existe orden y limpieza. Es inútil, hablar de Eucaristía si los hijos no ven a papá arrodillarse frente al sagrario. Si "hablamos" y no "hacemos", educamos muy bien, pero en la hipocresía.
Si los padres somos coherentes y nuestros hijos son "miembros vivos" de la familia, compartiendo las alegrías, las preocupaciones, los trabajos, los proyectos, probablemente, no considerarán su casa como hotel barato, donde pueden comer sin pagar, mandar lavar su ropa, salir y entrar a cualquier hora. O incluso, como refugio donde volver después de un irresponsable embarazo, descargando niños para que los padres los críen.
Donde falta la familia, la educación se hace trágica y no habrá "cambio". La tarea de los padres es mucho más que darles comida, ropa y enviarlos a la escuela. Los hijos no son sólo estómago o carne. Estos deben conocer ya en casa que no deben hacer o tener todo lo que quieren, sino lo que deben. Es más fácil regalarles un celular o tantas otras cosas deseables pero no necesarias, que decirles la verdad. Si no hay verdad, no habrá cambio.
Muchos padres cristianos olvidaron la oración. Otros sólo rezan y descuidan el ejemplo, esto es, hay divorcio entre lo que se dice y lo que se hace. ¿Cómo los hijos pueden adquirir el gusto por la oración en una familia que no ora? Se dan buenos consejos pero falta el testimonio. La mera enseñanza no basta.
La hipocresía y otros males comienzan en la familia, cuando en ésta, se dicen tantas cosas y no se cumplen. Educar es dar ejemplo. Los valores morales no se pueden trasmitir simplemente con discurso. El tan cacareado cambio debemos comenzarlo nosotros en casa.
Educación consiste en saber unir la enseñanza con el hecho de vida. De lo contrario se crea, afianza y crece un festival de hipocresía. La norma del predicador - dice San Gregorio - es poner por obra lo que se predica.
Hay mucho por hacer. Primero hay que despertar el espíritu de los "buenos somnolientos", después hay que educarlos. Porque: (M. Gandhi).
Como ya he mencionado en anteriores artículos, educarse es derribar los tres grandes demonios que habitan en nuestra costumbre paraguaya: El ñembotavy, que genera abstinencia egoísta cuando no, cobardía; el Vaí vaí, que atenta contra la excelencia y el Mbareté-pokaré, padre de esta barbarie y caos establecido, que dolorosamente nos aguijonea para gritar por un ¡cambio! Quien escribe este artículo, es el primero en inscribirse en la ardua tarea de cambiar.

1 comentario:

  1. Comparto con el Prof. Cataldi este artículo. La familia es la base de la sociedad. La familia es el baluarte en el que se comunican los valores fundamentales de la vida. Los seres humanos recibimos la primera formación moral en la familia; formación que si es bien cementada permanecerá para toda la vida ante los continuos cambios de la sociedad.
    Sabemos que ninguna época es igual a la otra, todo cambia, la vida está llena de constantes cambios, pero hay cosas que no deberían cambiar; aquellas cosas que están establecidas como principios básicos en nuestra sociedad que son los valores, los cuales lamentablemente, al parecer a muchos se les olvida practicar y otros tristemente se han dado por vencidos y piensan que ya eso es cosa del pasado.

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