¿NECESIDAD O
HÁBITO?
Dice Baudrillard,
disimular
es fingir no tener lo que se tiene. Simular, es fingir tener lo
que no se tiene. Quien disimula hace todo lo posible para
ocultar, no evidenciar -por ejemplo- que contrabandea armas, dinero, joyas,
drogas, etc.
Contrariamente,
quien simula aparenta ser quien no es o poseer lo
que no tiene; busca “vender”, “presentar”, “exportar” una
figura irreal, inexistente. Vemos que en ambos ejemplos se finge, pero, existen
importantes diferencias entre ambas conductas. No es lo mismo “disimular” y “simular”.
La principal es
que el disimulo no intenta cambiar la realidad,
sólo la oculta o enmascara; en cambio, la simulación muestra
como verdadera algo que no lo es. Uno expresa una presencia, lo otro, una
realidad inexistente, por lo tanto, mentirosa.
Luego, simular es
más grave que disimular. El mal de la cultura actual, es
la simulación.
Posiblemente
–dice Mario Pereyra- el ejemplo más ilustrativo de este fenómeno es
Disneylandia…Allí la técnica alcanza su máximo desarrollo; es la técnica que
Humberto Eco ha denominado la “audioanimatrónica”, o sea, la animación por el
sonido y la computación.
Se ha construido
un mundo de fantasía que parece ser más verdadero que el real, un mundo
donde el sueño es tangible, concreto y posible de instalarse en él para gozarlo
plenamente. Quizá sea una de las experiencias más alucinante de Disneylandia al
entrar en la “Casa Embrujada” o navegar entre los “Piratas del Caribe”.
El espectáculo
de los piratas consiste en recorrer en un bote una serie de cavernas con
tesoros abandonados, esqueletos entre telas de araña, cuerpos ajusticiados que
parecen mirarnos fijamente a los ojos y amonestarnos. Después se atraviesa una
bahía entre fuego cruzado de un barco y los cañones de un fuerte atacado.
Se avanza luego
por un río, donde se observa la ciudad invadida, bajo fuego, saqueada, las
mujeres que huyen y los piratas borrachos, tumbados, cantan, bailan, nos hacen
guiños y hasta nos disparan arrojándonos un chorro de agua. Todo parece real,
pero es sólo una fantasía, una parodia, un gran simulacro.
Lo que
Baudrillard y otros sociólogos modernos dicen (y comprobado está) es que en
nuestra actual sociedad muchas acciones nuestras, individuales y sociales, es
una especie de Disneylandia. Casi todo es fantasía, montaje. (cf. M. Pereyra Rev.
VF p. 15)
Cuando las
estadísticas oficiales y los números macroeconómicos nos bombardean diciendo que
el país está respirando un crecimiento económico nunca antes visto… ¿estamos
ante una simulación o disimulación?
Entonces, ¿por
qué no nos esforzamos para ser auténticos, íntegros y veraces? ¿Por qué no somos
más confiables, más leales, más responsables y fieles? ¿Por qué no apostar por
la verdad y rechazar la mentira?
Sabemos que
cuesta seguir el camino de la rectitud, pues, nuestra conducta habitual, se
desarrolla con pasos seguros en la avenida de la teatralidad.
¡Gran desafío
para quienes nos decimos gente de “bien”!. Es una interpelación a nuestra
condición humana y cristiana para modificar rumbos, para derribar el mito
de “lo políticamente correcto” que no pocas veces queremos
justificar simulando o disimulando.
El simulacro es
mentira, lo que se muestra no es real. El parecer no
es el Ser, porque abre un abismo que aleja la
mentira de la verdad, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Con el simulacro
cobra vida incertidumbres y sospechas; corrupción y “pokaré” Y esta
realidad es la que, lamentablemente, puede mucho…¡demasiado!.
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