jueves, 13 de julio de 2017

LA MAYOR FELICIDAD:

 “DAR  QUE  RECIBIR”

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Entre tantos impulsos del corazón humano, están los impulsos altruistas, la tendencia a ayudar a los demás, de compartir sus sufrimientos y hasta sacrificarse para aliviarlos, afirma el Profesor Juan Jorge Kovacevich.

Hay alegrías que de ninguna manera son egocéntricas: Si “me alegro porque te veo contento”, “mi alegaría es reflejo de la tuya”, etc. Estas dimensiones de verdadero cariño son sentimientos que explican nuestra tendencia a vivir con los demás.

¿Acaso no conocemos personas dispuestas a realizar tareas cuyo único beneficio es evitar el sufrimiento del semejante? ¿Cuántas veces, nosotros mismos hemos sido beneficiados, como también, nos hemos sentido bien ayudando, sin esperar nada a cambio? Esta actitud nos hace felices y nos da satisfacción, quizá superior a la de recibir ayuda.

También se demuestra como verdadera expresión de una auténtica experiencia humana, la frase de Jesús que encontramos fuera de los Evangelios, recogida por el Apóstol San Pablo: “Hay mayor alegría en dar que en recibir” (Hechos 20,35).

Si la persona posee una fuerza de atracción que otros captan y reciben como algo muy agradable, que responde a sus expectativas o deseos, y así nace la simpatía. A veces esta fuerza de atracción se da en las dos partes: es el caso de la reciprocidad”. En este caso, dar será satisfactorio.

¿Por qué se evita a unas personas y se busca estar con otras? Responde  Kovacevich: “Parece que las personas emanan un fluido magnético especial, ejercen una fuerza de atracción, como también de repulsión que explica al menos en parte, la aparente e incomprensible formación de grupos distintos de personas.

No siempre es posible descubrir la de una antipatía, el origen puede permanecer oscuro en el inconsciente. La persona a veces hace todo lo posible para caer bien, pero no consigue. Hay algo en ella que le impide conquistar la simpatía de los demás.

Una de las causas de evitar a las personas podría ser porque no responde a nuestras expectativas o necesidades, no son interesantes para nuestros deseos. 

También evitamos a personas frente a las cuales nos sentimos cohibidos, controlados, dominados. Las sentimos superiores a nosotros, como si vivieran en un plano superior y su presencia nos hace sentirnos inferiores, dependientes y juzgados por ellas.

A veces esta superioridad no es real, sino que la persona antipática es vanidosa, pesada o prepotente y no nos deja aquella libertad y espontaneidad de sentirnos cómodos.

Con mayor razón evitamos a aquellas personas que nos manifiestan hostilidad o que tienen opiniones demasiado distintas de las nuestras. En su presencia nos sentimos casi amenazados y tomamos una actitud de defensa.

No nos animamos a expresar nuestro punto de vista, y nos sentimos presionados y sometidos a una fuerza contra la cual luchamos con agresividad o suavizando las diferencias hasta tal punto que ya no expresamos lo que en el fondo pensamos.

Somos seres sociales y vivimos a vivir en grupo, aunque no son pocas las amarguras que nace de la vida en común. No siempre es fácil la convivencia humana en la familia, en comunidad parroquial, vecindad, compañeros de trabajo, etc. ¡Cuántas veces desfiguramos al “adversario” y sus argumentos para poderlos derrotar mejor!

Nos unimos porque necesitamos los unos de los otros, pero, sobre todo, porque el hombre es un ser-con-los-demás-en-el-mundo, afirma E. Mounier. La relación social constituye la esencia de la persona. 

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