“DAR QUE RECIBIR”
Entre tantos impulsos del corazón humano, están los impulsos altruistas, la tendencia a ayudar a los demás, de compartir sus sufrimientos y hasta sacrificarse para aliviarlos, afirma el Profesor Juan Jorge Kovacevich.
Hay alegrías que de ninguna manera son egocéntricas:
Si “me alegro porque te veo contento”, “mi alegaría es reflejo de la tuya”,
etc. Estas dimensiones de verdadero cariño son sentimientos que explican
nuestra tendencia a vivir con los demás.
¿Acaso no conocemos personas dispuestas
a realizar tareas cuyo único beneficio es evitar el sufrimiento del semejante? ¿Cuántas
veces, nosotros mismos hemos sido beneficiados, como también, nos hemos sentido
bien ayudando, sin esperar nada a cambio? Esta actitud nos hace felices y nos
da satisfacción, quizá superior a la de recibir ayuda.
También se demuestra como verdadera
expresión de una auténtica experiencia humana, la frase de Jesús que
encontramos fuera de los Evangelios, recogida por el Apóstol San Pablo: “Hay
mayor alegría en dar que en recibir” (Hechos 20,35).
Si la persona posee una fuerza de
atracción que otros captan y reciben como algo muy agradable, que responde a
sus expectativas o deseos, y así nace la simpatía. A veces esta fuerza de
atracción se da en las dos partes: es el caso de la reciprocidad”. En este
caso, dar será satisfactorio.
¿Por qué se evita a unas personas y se busca
estar con otras? Responde Kovacevich: “Parece
que las personas emanan un fluido magnético especial, ejercen una fuerza de
atracción, como también de repulsión que explica al menos en parte, la aparente
e incomprensible formación de grupos distintos de personas.
No siempre es posible descubrir la de
una antipatía, el origen puede permanecer oscuro en el inconsciente. La persona
a veces hace todo lo posible para caer bien, pero no consigue. Hay algo en ella
que le impide conquistar la simpatía de los demás.
Una de las causas de evitar a las
personas podría ser porque no responde a nuestras expectativas o necesidades,
no son interesantes para nuestros deseos.
También evitamos a personas frente a las
cuales nos sentimos cohibidos, controlados, dominados. Las sentimos superiores
a nosotros, como si vivieran en un plano superior y su presencia nos hace
sentirnos inferiores, dependientes y juzgados por ellas.
A veces esta superioridad no es real,
sino que la persona antipática es vanidosa, pesada o prepotente y no nos deja
aquella libertad y espontaneidad de sentirnos cómodos.
Con mayor razón evitamos a aquellas
personas que nos manifiestan hostilidad o que tienen opiniones demasiado
distintas de las nuestras. En su presencia nos sentimos casi amenazados y
tomamos una actitud de defensa.
No nos animamos a expresar nuestro punto
de vista, y nos sentimos presionados y sometidos a una fuerza contra la cual
luchamos con agresividad o suavizando las diferencias hasta tal punto que ya no
expresamos lo que en el fondo pensamos.
Somos seres sociales y vivimos a vivir
en grupo, aunque no son pocas las amarguras que nace de la vida en común. No
siempre es fácil la convivencia humana en la familia, en comunidad parroquial,
vecindad, compañeros de trabajo, etc. ¡Cuántas
veces desfiguramos al “adversario” y sus argumentos para poderlos derrotar
mejor!
Nos unimos porque necesitamos los unos
de los otros, pero, sobre todo, porque el hombre es un ser-con-los-demás-en-el-mundo,
afirma E. Mounier. La relación social constituye la esencia de la persona.
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