sábado, 22 de julio de 2017

MOISÉS (III)

                                        INTÉRPRETE  DE  LA  LEY     
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A los tres meses de su salida de Egipto (Ex. 19.1), los israelitas llegan al Sinaí, donde van a residir aproximadamente, un año. Se trata, sin duda, del macizo montañoso situado al sur de la península del mismo nombre.

Será el lugar de la gran experiencia religiosa de Israel. El papel de Moisés en este momento es decisivo, de modo que se le puede definir como el “hombre de la ley”.  En la Biblia se usa la palabra Ley para designar el conjunto de leyes que había de regir la vida, no solo del pueblo de Israel, sin o también, de la entera humanidad.

Un pueblo no puede vivir sin una ley, un derecho, un código de prescripciones que respetar y cumplir. Moisés, entonces, sube al monte Sinaí par recibir la ley de Dios. El Sinaí todo se cubre de nubes, fuego y relámpagos… y habla Dios:

“Yo soy Yahve tu Dios. No tendrás otros dioses fuera de mí.
Acuérdate del sábado para santificarlo.
No tomes en vano el nombre de Yahve.
Respeta a tu padre y a tu padre y a tu madre para que se prolongue tu vida...
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás falso testimonio contra tu prójimo.
No codicies la casa de tu prójimo.
No codicies su mujer, ni sus servidores, ni su buey, ni su burro. No codicies nada de lo que le pertenece”

Este es el Decálogo, es decir, la ley natural, tan discutida, si no rechazada, hoy. Moisés permaneció cuarenta días y cuarenta noches en lo alto del monte Sinaí (Ex. 24,18). Al descender, su rostro irradiaba luz por haber hablado con Yahve (Ex. 34, 29)

Es obra de la razón. Es razonable respetar a los padres, no robar, no mentir, por sobre todo, no matar…Se llama ley natural porque tiene su fundamento en la propia naturaleza humana. Dios ha escrito en el corazón de cada ser humano.
  
Se refleja en la conciencia. La conciencia distingue lo correcto de lo incorrecto. Es capacidad de orientación en el mundo de los valores; una especie de voz interior que nos indica lo bueno; un tribunal que juzga nuestra conducta y la aprueba o la rechaza.

En obedecer la ley consiste la dignidad de la persona humana. Las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices  que se imponene desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre.

Por el contrario, deber ser recibidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Sea dicho de paso, el reconocimiento y respeto de la ley natural son hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes y no creyentes.

Este es un gran punto de encuentro, y por consiguiente, un presupuesto fundamental para una auténtica paz, en un mundo que parece estar sentado... “sobre un barril de pólvora”.  

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