VALORES TERRESTRES, HUMANOS Y DIVINOS
El hombre no es un ser estático. Es dinámico y gracias a este dinamismo sale
de sí mismo y camina hacia su propio crecimiento. Señalamos de modo sencillo
las avenidas por donde la actividad del hombre circula, en permanente búsqueda
de su propia plenitud existencial.
El hombre es “Ser para ser”, decía
Martín Heidegger, hablando de este éxtasis natural e incansable con que el
hombre día y noche procura construirse a sí mismo. Por lo tanto, toda nuestra
conducta, así la interna como la externa, ha de ser “imagen y semejanza” de nuestra excelencia y dignidad de persona
humana.
El dinamismo
humano se abre por tres avenidas diferentes, de acuerdo a los valores que el
hombre persigue en sus afanes para su crecimiento. Veamos:
Una primera avenida es aquella que
nos lleva a apetecer los bienes materiales que este mundo nos prodiga.
Desciende el hombre hasta la madre tierra, y no solamente recoge sus frutos
o hace uso de sus riquezas, como el aire, luz, agua, minerales, vegetales y
animales; sino también la trabaja, la industrializa y la cultiva con afán
cotidiano.
Es de la madre tierra que el hombre
extrae su comida, su vestido, sus remedios, sus herramientas de hogar y de
trabajo, su recreación y su contento. Todo hombre transita cada día esta
avenida procurando valores terrestres.
Satisfecho el ser humano con los valores
que la tierra le oferta, dirige luego su mirada y sus pasos por una segunda
avenida. Siente apetito de valores más elevados que la tierra ya no le
puede dar. Procura entonces los valores humanos que sólo el encuentro,
la comunión y la colaboración con los otros hombres le puede otorgar.
El primer
espacio de encuentro y comunión se da en el matrimonio. Nada hay en el orden
natural, espacio de tanta fecundidad y satisfacciones, como los miembros de esa
pequeña iglesia doméstica llamada familia. Los hijos juegan, ríen y rezan en el
seno de un mismo hogar, rebosante de paz.
Hay sin embargo, valores humanos de
relieve que va más allá de los valores humanos hogareños. Aparecen entonces, en
esta misma avenida, espacios superiores de convivencia que juntan a los hombres
en diferentes compromisos solidarios.
Es necesario, entonces, generar un orden
jurídico, social, económico y político de justicia y prudencia, para
mantener y desarrollar esta vida con fructífera y sabrosa convivencia. Célebres
son las palabras de San Agustín: ¿Qué son los pueblos y las instituciones sin
la justicia, sino una magna de ladrones? (Ciudad de Dios 4,4)
Ascendemos a los supremos valores de la
vida. Tomamos la tercera avenida
que nos lleva a los valores sapienciales o divinos. Valores que dan la
ciencia, la filosofía, el arte, la fe, y hasta la más alta vida espiritual que
es la religión y la mística. Por este camino, lenta y fatigosamente nos
acercamos a Dios Creador, con todo lo que da nuestro ser.
Para los hombres y para los pueblos esta
tercera avenida conduce a la culminación de la cultura humana. Pues,
nunca el hombre es tan grande como cuando se pone de rodillas ante su Creador. Y
el alma de la cultura es la cultura del alma. (Fuente: Núñez, Secundino – La Cultura
Humana - Ordo Amoris.
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