¿PROTÁGORAS
MODERNO?
De ser verdad que sólo conocemos
especies, ideas, sensaciones o conceptos, se
seguiría el error de los antiguos que afirmaban que es verdad todo lo que
aparece (que es verdadero todo lo aparente). De este modo resultaría que las cosas más contradictorias serían
simultáneamente verdaderas".
Si la inteligencia sólo puede juzgar una impresión subjetiva (su
propia impresión), todos los juicios resultarían verdaderos. Tomás de Aquino da
un ejemplo: "si el gusto no siente sino su propia impresión, cuando
alguien tiene el gusto sano y juzga que la miel es dulce, formará un juicio
verdadero…
Pero de igual modo juzgaría con verdad el que, por tener el gusto
estragado, afirmase que la miel es amarga. Ambos juzgan en conformidad su
gusto. De donde se seguiría que todas las opiniones serían igualmente
verdaderas".
Así, se echaría por tierra el primer principio de la razón, que está
en la base de toda argumentación: no podríamos afirmar ni negar nada (…) Porque
se llegaría a la conclusión que nada es
verdad ni es mentira. Y lo más grave es el querer eliminar el error del campo
de la conciencia humana, gran tentación de nuestros días.
La llamada "filosofía moderna", ha acelerado la tendencia del
hombre a hacer de lo que cree -Protágoras- la medida de todas las cosas, la
fuente de la verdad. Pero así la verdad se pulveriza, y con ella toda
posibilidad de entendimiento y armonía. Porque si no se sabe si hay o dónde
está la verdad, tampoco hay bien ni mal.
No hay para el marxismo ni verdad ni mentira, ni bien ni mal, ni buenos ni malos; hay tan sólo un objetivo: un paraíso imaginario y futuro, en el que todos serían iguales, porque, en rigor, todo se confunde con todo -no hay personas, sino individuos (…)
La razón humana no puede encontrar satisfacción en este estilo de vida.
En el fondo, se trata de opciones sentimentales, que tienen su raíz que en un
"yo lo veo así", en un "yo lo siento así", o, más bien aún,
"yo lo quiero así".
Son opciones, por tanto, que proceden de una deformación ética, de una
conciencia averiada del propio yo, por encima de todo y de todos. En realidad,
son posturas tímidas ante la realidad. Y toda timidez encierra orgullo,
soberbia afirmación de sí como centro del universo, como presunta libertad sin
límites. Resultado: sociedades desordenadas.
El subjetivismo –dicen- se remonta, al siglo V a.C. y como autor, a
Protágoras. Es famosa la tesis del ánthropos metrón, homo mensura: el hombre
como medida de todas las cosas. Con ella quiere decirse que quien decide sobre
la verdad de las cosas es el hombre.
El terrícola establece lo que es verdadero o falso, lo que es bueno o
malo. "Yo -dice Protágoras- afirmo que la verdad es como he escrito, que
cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es. Y que la
diferencia de uno a otro es infinita, ya que para uno se manifiestan y son unas
cosas, y para otro, otras diferentes"
¿No es -acaso- una costumbre compartida hoy por tantos discípulos de
Protágoras…sobre todo, por parte de quienes ostentan, legítima o
fraudulentamente, cargos de poder? El subjetivista se considera fundador de la
verdad, en norma y medida de todas las cosas.
Pero, ¿qué consecuencia se deriva de tales principios? Que o todos tenemos la verdad y nos contradecimos, o que no la tenemos ninguno y "verdad" es una palabra hueca.
En definitiva, cada uno decide qué es el mundo -el árbol, la mesa, el
hombre, lo bueno y lo malo. Este es el atractivo del subjetivismo individual:
me permite pensar o sostener lo que me plazca, atrincherándome detrás de mi
creencia frente la realidad.
El subjetivista no toma en serio el diálogo. El habla. Y hablar significa al menos tres cosas: un yo que comunica algo; un tú que recibe y comprende lo dicho; confirma o replica; y la existencia de un "ello", lo comunicado.
Si todo fuera subjetivo, no habría entendimiento. Cuando dialogamos, entendemos
lo que estamos hablando. Podemos no estar de acuerdo, pero si dialogamos es
porque queremos aclarar o aclararnos. Es prueba de que estarnos seguros de que
existe una verdad.
Nota: Por
considerarlo útil y necesaria, esta magnífica enseñanza fue tomada de “La
libertad en el pensamiento” del Padre Antonio Orozco Delclós,
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