Dice un diccionario, “curiosidad es deseo de saber, averiguar algo”. En su sentido antiguo, para Santo Tomás, la curiosidad sería un pecado si tal deseo es malsana, vana o inútil.
Es desear conocer cosas y casos que no nos incumben. Es querer cosas frívolas (vyrorei), es cazar noticias superficiales, antes que pensar ciertas verdades. La virtud opuesta e este vicio es estudiosidad, es decir, celo por buscar la verdad. El misionero Pedro García dice:
“Muchas veces reprendemos a la gente curiosa. Nos cae mal. Entrometida en todo, no deja una vida bien parada. Todos estamos con miedo a su lado, porque sabemos que, cualquier día publicará asuntos personales. Esta curiosidad, es mala, y no la podemos aceptar”.
Pero hay una curiosidad muy distinta, de la que han nacido muchos sabios. Ejemplo, el caso del niño a quien se le compra un juguete caro, pero no le dura dos días porque lo ha destripado para ver qué tiene dentro y cómo funciona.
A los papás les duele haber gastado el dinero en ese juguete, pero el niño ha demostrado ser un chico muy inteligente y que su sana curiosidad le va a llevar muy lejos en la vida.
Pero hay otra curiosidad mucho más profunda y valiosa, la que nos lleva a descubrir los secretos del propio corazón, a conocernos a fondo, a querer descubrir lo que Dios quiere de nosotros en cada momento, a rastrear los caminos que nos llevan a la propia salvación".
Fernando Pascual en “Análisis y Actualidad”, nos da la otra cara: “Es fea es adicción a los chismes y al morbo que se da en diversas formas entre los seres humanos….dos modos más graves de adicción son la activa y la pasiva….
“En la activa, uno se convierte en promotor de chismes y calumnias. En la pasiva, uno alimenta su corazón continuamente con la difamación, falsedad, maledicencia, impostura, denigración, infundio, mentiras”.
Los
dos modos interactúan en común: no hay chismes si nadie escucha. Así las cosas,
la gente adicta puede ser sanada a la vez. La curiosidad nociva es fecundo
caldo de cultivo para el comadreo: Ej: Querer saber detalles de la vida privada
del vecino, es morbosidad.
O, de querer saber la miserable vida de los famosillos: millones de personas siguen con avidez cualquier rumor, el pleito de Rastrerita con Ningunito, el adulterio dela sesentona Chusquita, el embarazo de la modelito de abundantes siliconas y poco seso…etc,… (Nada personal contra nadie)
Hay saberes que son neutros, es decir, da igual saber o no saber. Y otros conocimientos son malsanos: dañan a quien los difunde, a quien los “consume”, y a las víctimas que ven cómo se divulgan hechos de su vida privada, que nadie debería difundir.
Dice José Ingenieros: el humano mediocre es un ser sin personalidad que se deja amoldar, domesticar por el medio social en el que vive. Está entre el genio y el imbécil. El humano mediocre no tiene ideas propias, sino que piensa, hace y dice lo que otros dicen.
Así las cosas, ¿por qué no buscar esa curiosidad de cómo evangelizar mis pensamientos, en una auditoría moral de mi interior, es decir, un examen de conciencia para descubrir qué hay en mi “yo” profundo y tratar de ser mejor persona, mejor cristiano?
Entonces, ¿para qué...“ma'erä añá pio jaikuaá se”, problema “apañuãi”- de la vida ajena, salvo que sea para ayudar?
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