lunes, 28 de diciembre de 2015

HUMILDAD DE CORAZÓN

 A  EJEMPLO  DE  LA  SAGRADA  FAMILIA


No todos comprenden a cabalidad el significado del vocablo humildad. Piensan que ser  humilde es sinónimo de apocamiento o humillación.  “Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado(Romanos 12:3)

Por consiguiente, humildad significa reconocer fortalezas, pero también debilidades, es decir, conocer cualidades y limitaciones propias de nuestra naturaleza caída. Jactarse de nuestros talentos, es orgullo, porque, ¿qué tenemos que no hayamos recibido de Dios?.

Recordemos: “El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios proclama su necedad.” (Proverbios 12:23). Humildad incluye no “inflarse” ante los demás por las cualidades que tenemos. Es tontería  gritar: ¡Soy el mejor por este o aquel logro!. El humilde hace lo que debe o necesita hacer y – si le preguntan – entonces revela sus talentos. Tomemos a la Sagrada Familia como modelo:

Jesús, en su Encarnación “se anonadó a Sí mismo, como dice san Pablo, tomando la forma de esclavo” (Fil 2,7); quiso nacer en un establo, someterse a las debilidades y servidumbres de la infancia y se redujo a mil otros abajamientos. El Rey del universo, por quien todo fue creado, nació en la pobreza y se hizo dependiente, necesitado de amor.

María da testimonio de humildad al visitar y ayudar a su anciana prima Isabel, enseñando que nuestra vida cristiana debe ser una constante visitación a enfermos, presos…es decir, una constante donación – don en la acción- y entrega humilde por amor a Dios. Solo quien es humilde sirve. El arrogante, se hace servir.

José, era un hombre justo que aceptó por obediencia y humildad la disposición divina de encargarse del Hijo de María, no siendo el Niño, su hijo biológico. José nos enseña prudencia y silencio en una situación que no entiende. Un soberbio jamás aceptaría un caso semejante al de José.

Lección sobre la humildad. Y comenzó a referir una parábola a los invitados, cuando advirtió cómo escogían los lugares de honor a la mesa, diciéndoles: Cuando seas invitado por alguno a un banquete de bodas, no tomes el lugar de honor, no sea que él haya invitado a otro más distinguido que tú, y viniendo el que te invitó a ti y a él, te diga: “Dale el lugar a éste; y entonces, avergonzado, tengas que irte al último lugar.

Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, pasa más adelante a un lugar mejor.” Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Lc. 14, 7-11).

El hecho de que seas un invitado de honor NO autoriza a pavonearte. En otras palabras, puedes ser una persona sumamente rica y famosa – pero eso no te da derecho a ir a los medios publicitarios diciendo que “soy el mejor del mundo”. Eso es sencillamente “poseer elevada dosis de estupidez”. El honor se gana, No se compra.

El vanidoso exagera sus logros personales. Si lleva su vanidad al extremo cae en una patética imbecilidad. El orgulloso puede tener una justa apreciación de sus talentos. Pero su error está en creer que el mérito es único y exclusivamente suyo. No acepta haber sido ayudado por otros y que, sin ellos, no hubiese llegado a estar donde está.

Orgullo, es el amor desordenado a la propia excelencia. El máximo grado del orgulloso es considerar que no le debe nada ni necesita de nadie, ni siquiera a Dios. La soberbia es el más grave pecado, como actitud y manera de ser. 

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