JESÚS, MARÍA
Y JOSÉ
Durante la temporada de Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra atención en la escuela humana del amor: La Familia cristiana. En el Evangelio del día de hoy, se lee:
“Los padres de Jesús iban todos los
años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron
ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.
Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un
día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no
encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de
tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por
su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le
dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando." El les dijo: "Y ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero
ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a
ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús
progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. (Lucas 2, 41-52).
Reflexión del Papa Francisco: Es sumamente
hermoso y consolador saber que tenemos a esta maravillosa familia -a Jesús,
María y José- como protectora de nuestras propias familias. Pero no sólo. Ellos
son también el prototipo y el modelo más perfecto de familia que hemos de
imitar en nuestra vida.
¡Cuánta delicadeza,
ternura y comprensión reinaría entre esas almas tan singulares! ¡Qué trato tan
dulce, cariñoso y respetuoso dispensaría José a María, y Ella a su esposo! Y,
¿cómo sería el amor y la obediencia que animara a Jesús hacia sus padres y de
todos entre sí! Sin duda alguna, pasar un rato junto a ellos sería como gozar
del cielo en la tierra.
Pero, desafortunadamente, no todas las familias respiran este mismo aire que reinaba en la casita de Nazareth. Ni muchos niños o personas mayores han corrido siquiera la misma suerte que la mayoría de nosotros. Por desgracia, el mundo en el que nos toca vivir padece una grave crisis familiar y, tristísimamente, se va haciendo cada vez más común en las sociedades ricas y bien acomodadas de hoy en día.
Pero, desafortunadamente, no todas las familias respiran este mismo aire que reinaba en la casita de Nazareth. Ni muchos niños o personas mayores han corrido siquiera la misma suerte que la mayoría de nosotros. Por desgracia, el mundo en el que nos toca vivir padece una grave crisis familiar y, tristísimamente, se va haciendo cada vez más común en las sociedades ricas y bien acomodadas de hoy en día.
¡Cuántos hogares rotos!
¡Cuántas familias destruidas! ¡Cuántos niños que no conocen lo que es el amor y
la ternura de unos padres buenos, la paz y la felicidad de una familia unida!
¡Cuántos bebés que ni siquiera han conocido el calor y los brazos de una madre
porque han sido abandonados al nacer –o peor todavía— asesinados y abortados en
el seno de su propia madre!
Propósito. ¿No sería hermoso, por
ejemplo, que se organizaran varias de nuestras familias para ofrecer una cena
de Navidad o de Año nuevo a otras familias pobres?. En lugar de gastar mil
pesos más en bagatelas y caprichos nuestros, ¡démosles un regalo a los pobres!
Sí, a ésos que conocemos, a los que vemos todos los días en la calle, tal vez
mendigando de nuestro barrio…
Si esto hacemos, podremos de verdad llamarnos
cristianos y comenzaremos a vivir, con nuestras obras, el auténtico mensaje de
la Navidad. (Fuente: Catholic.net).
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