miércoles, 23 de marzo de 2016

TEMOR DE DIOS

¡NO HAY MOTIVO PARA TENER MIEDO A DIOS!

Dice el papa Francisco: El don del temor de Dios, no significa tener miedo de Dios. Sabemos bien que Dios es Padre y que nos ama y quiere nuestra salvación y siempre perdona: ¡siempre! ¡Así que no hay razón para tener miedo de Él!

El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos delante de Dios y de su amor, y que nuestro bien consiste en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. ¡Esto es el temor de Dios, abandono en la bondad del Padre!

1. Cuando el Espíritu Santo toma morada en nuestro corazón, nos da consuelo y paz, y nos lleva a sentir como somos, es decir, pequeños, con aquella actitud - tan recomendada por Jesús en el Evangelio – de quien pone todas sus preocupaciones y sus esperanzas en Dios y se siente envuelto y apoyado por su calor y protección, ¡igual que un niño con su papá! (…)

En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios en nosotros toma la forma de la docilidad, de gratitud y de alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, de hecho, no alcanzamos a comprender el designio de Dios, y nos damos cuenta que no podemos asegurarnos, por nosotros mismos, la felicidad y la vida eterna.

2. Es por eso que necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza reside sólo seguir al Señor Jesús y dejar que el Padre puede derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia.

Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad, las caricias del Padre lleguen a nosotros. Porque nosotros somos hijos infinitamente amados.

3. Cuando somos colmados por el temor de Dios, entonces estamos llevados a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Pero esto no con una actitud resignada y pasiva, incluso con lamento, sino con la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. Por lo tanto, ¡el temor de Dios no nos hace cristianos tímidos,  genera en nosotros coraje y fuerza!

¡Es un don que nos hace cristianos convencidos, entusiastas, que no se quedan sometidos al Señor por miedo, sino porque están conmovidos y conquistados por su amor! Ser conquistados por el amor de Dios: ¡y esta es una cosa bella!.

Pero, ¡estemos atentos! porque el don del temor de Dios es también una “alarma” frente a la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los otros, cuando los tiraniza, cuando vive solamente para el dinero, para la vanidad o el poder o el orgullo, entonces el Santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención!.

 Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, y con vanidad, ¡no serás feliz! Nadie puede llevarse consigo al otro mundo ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo: ¡nada! Podemos llevar lo que hemos hecho por los otros. No pongan esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad: ¡esto no puede prometernos nada!

Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre los otros y se dejan corromper: pero ¿ustedes piensan que una persona corrupta será feliz en el otro mundo? ¡No! Todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir hacia el Señor.

Pienso en aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo: ¿ustedes piensan que esta gente tenga en su propio corazón el amor de Dios, uno que trata las personas, uno que explota las personas con el trabajo esclavo? ¡No! No tienen temor de Dios. Y no son felices. No lo son. 

Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras: pero piensen ¡qué trabajo es éste! Estoy seguro que, si yo hago ahora la pregunta:¿cuántos de ustedes son fabricantes de armas? Nadie, nadie. Porque ésos no vienen a escuchar la palabra de Dios. Ellos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte, que hacen esta mercancía de muerte.

Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y que deberán rendir cuentas a Dios. Así sea.

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