¡NO HAY MOTIVO
PARA TENER MIEDO A DIOS!
Dice el papa Francisco: El don del temor de Dios, no
significa tener miedo de Dios. Sabemos bien que Dios es Padre y que nos ama y
quiere nuestra salvación y siempre perdona: ¡siempre! ¡Así que no hay razón
para tener miedo de Él!
El
temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños
que somos delante de Dios y de su amor, y que nuestro bien consiste en
abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. ¡Esto es el temor
de Dios, abandono en la bondad del Padre!
1. Cuando el Espíritu Santo toma morada en nuestro corazón, nos da consuelo y paz, y nos lleva a sentir como somos, es decir, pequeños, con aquella actitud - tan recomendada por Jesús en el Evangelio – de quien pone todas sus preocupaciones y sus esperanzas en Dios y se siente envuelto y apoyado por su calor y protección, ¡igual que un niño con su papá! (…)
En
este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios en nosotros
toma la forma de la docilidad, de gratitud y de alabanza, llenando nuestro
corazón de esperanza. Muchas veces, de hecho, no alcanzamos a comprender el
designio de Dios, y nos damos cuenta que no podemos asegurarnos, por nosotros
mismos, la felicidad y la vida eterna.
2.
Es por eso que necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios
nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra
verdadera fuerza reside sólo seguir al Señor Jesús y dejar que el Padre puede
derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia.
Esto
hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones.
Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad, las caricias
del Padre lleguen a nosotros. Porque nosotros somos hijos infinitamente amados.
3.
Cuando somos colmados por el temor de Dios, entonces estamos llevados a seguir
al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Pero esto no con una actitud
resignada y pasiva, incluso con lamento, sino con la alegría de un hijo que se
reconoce servido y amado por el Padre. Por lo tanto, ¡el temor de Dios no nos
hace cristianos tímidos, genera en
nosotros coraje y fuerza!
¡Es
un don que nos hace cristianos convencidos, entusiastas, que no se quedan
sometidos al Señor por miedo, sino porque están conmovidos y conquistados por
su amor! Ser conquistados por el amor de Dios: ¡y esta es una cosa bella!.
Pero,
¡estemos atentos! porque el don del temor de Dios es también una “alarma”
frente a la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando
blasfema contra Dios, cuando explota a los otros, cuando los tiraniza, cuando vive
solamente para el dinero, para la vanidad o el poder o el orgullo, entonces el
Santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención!.
Con todo este poder, con todo este dinero, con
todo tu orgullo, y con vanidad, ¡no serás feliz! Nadie puede llevarse consigo
al otro mundo ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo: ¡nada!
Podemos llevar lo que hemos hecho por los otros. No pongan esperanza en el
dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad: ¡esto no puede prometernos
nada!
Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre los otros y se dejan corromper: pero ¿ustedes piensan que una persona corrupta será feliz en el otro mundo? ¡No! Todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir hacia el Señor.
Pienso
en aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo: ¿ustedes
piensan que esta gente tenga en su propio corazón el amor de Dios, uno que
trata las personas, uno que explota las personas con el trabajo esclavo? ¡No!
No tienen temor de Dios. Y no son felices. No lo son.
Pienso
en los que fabrican armas para fomentar las guerras: pero piensen ¡qué trabajo
es éste! Estoy seguro que, si yo hago ahora la pregunta:¿cuántos de ustedes son
fabricantes de armas? Nadie, nadie. Porque ésos no vienen a escuchar la palabra
de Dios. Ellos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte, que hacen esta
mercancía de muerte.
Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y que deberán
rendir cuentas a Dios. Así sea.
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