COMO LOS NIÑOS...
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?" Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos.
“Y el que reciba a un
niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de
estos pequeños, porque yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven
continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”. El Señor elige según sus criterios y elige a los débiles y los humildes,
para confundir a los poderosos de la tierra.
Reflexión: Para entrar en
el Reino de los cielos, hace falta un pasaporte: ser pequeño. Ésta es la
identidad que nos distingue delante de Dios; la virtud que más nos acerca a Él.
Cristo nos enseña en este Evangelio que ser pequeño significa volver a ser
niño.
La grandeza de un niño no está en su
poder sobre cosas y personas; más bien él es libre de este deseo de gobernar su
mundo. Y así como él encuentra su seguridad en papá y mamá, cada uno de
nosotros cuenta con un Padre maravilloso, quien de verdad lo gobierna todo para
nuestro bien. Cuando sentimos que nuestras manos son pequeñas, que no podemos
agarrarlo todo y dirigir las circunstancias…ésta es la oportunidad para ser
niños de nuevo, poniendo nuestra confianza en Dios.
Un niño cada día
aprende algo nuevo. Y si cae al dar los primeros pasos, pronto su mamá lo
levanta para que siga aprendiendo a caminar. Esto también es ser pequeño. No
somos perfectos ni lo sabemos todo. ¡Cuántas veces cometemos errores, nos
caemos, o nos perdemos! Pero esta realidad no es un motivo para desanimarnos.
Todo lo contrario: saber que nos hemos
perdido nos abre las puertas para descubrir que Dios nos busca. Cuando
admitimos la caída con sencillez de niño, Dios nos levanta. Al reconocer las propias
flaquezas nos damos cuenta que tenemos un Padre de Amor y misericordia sin
límites.
Pero grande es la diferencia
entre un niño y adulto infantil. La psicología habla de El
“Síndrome de Peter Pan” que hace referencia a la “persona que nunca crece”, es decir,
se caracteriza por la inmadurez en ciertos aspectos psicológicos, sociales. El
sujeto crece, pero su yo infantil se mantiene a lo largo del tiempo.
Existen personas de sesenta años que
pueden tener comportamientos infantiles que son poco habituales para su edad.
Este tipo de actitud madura pero con
actitudes de niño se define como infantilismo. El infantilismo es una conducta
que no encaja en lo esperado a la edad de esa persona.
De forma más abarcadora, según el Dr. Dan Kiley, las características de un "Peter-Pan" incluyen algunos rasgos de irresponsabilidad, rebeldía, cólera, narcisismo, dependencia, negación del envejecimiento, manipulación, y la creencia de que está más allá de las leyes de la sociedad y de las normas por ella establecidas.
El infantilismo no solo
puede ser negativo. También puede ser positivo. Por ejemplo, existen cualidades
de los niños que los adultos tienen y que, sin embargo, son muy positivas. Por
ejemplo, la ingenuidad y la inocencia. Un adulto con un alto grado de
ingenuidad transmite una bondad especial en su corazón.
Por eso, los adultos también
tienen muchos que aprender de los niños a nivel de inteligencia
emocional. (cfr. Mateo 18, 1-5) Esta es la enseñanza del Divino Maestro.
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