CONSUMISMO, PERMISIVIDAD, VACÍO…
El título pertenece al Psiquiatra español Enrique Rojas, en el “Hombre Light”.
Pienso que los adultos creemos que nuestra vida "fue
más fácil" que la de los jóvenes de hoy. Las
nuevas generaciones se enfrentan a una vida más difícil y con muchas más
penurias que las que sufrimos los mayores de 60 años, cuando éramos jóvenes.
La experiencia
grita que los mayores hemos contado con más facilidades que la de nuestros
hijos, para construir un proyecto vital: casarse, hacerse de casa propia, etc.,
al menos en comparación con las dificultades con las que los jóvenes tienen que
lidiar en la etapa de su vida. Los
jóvenes de hoy tienen más dificultades para encontrar trabajo, además, la
posibilidad de una jubilación es escasa. En este estado de cosas, dependen de
los padres si es que han tenido la oportunidad de acceder a una pensión o jubilación.
Entonces,
hablamos de una juventud maltratada y condenada a la emigración que provoca
efecto devastador en el núcleo familiar, como han puesto en evidencia cientos
de familias paraguayas. Este hecho, sin embargo, no lo libra del frenético
consumismo.
Si los jóvenes
son el futuro, las dificultades a las que se enfrentarán en su madurez, y que
ya están sufriendo en cuanto a desempleo, endeudamiento, precarización laboral,
acceso a la universidad, a la vivienda y, en definitiva, a una vida digna, delata
un panorama poco alentador.
Porque, la
cultura posmoderna gira en torno al consumismo, hedonismo, permisividad moda, es decir, el culto por el instante
transitorio.
Así va gestándose
un individuo frío, desconcertado, abrumado por tanta noticia negativa, incapaz
de hacer la síntesis de todo lo que le llega. Se entra así en una forma especial
de masificación: todos dicen lo mismo, los tópicos y lugares comunes se repiten
de boca en boca. (cfr. Enrique Rojas – El Hombre Light, p. 122).
Se alcanza así
una cima desoladora y terrible: la socialización de la inmadurez, que se va a
definir por tres ingredientes: desorientación
(no saber a qué atenerse, carecer de criterios firmes, flotar sin brújula, ir poco
a poco a la deriva), inversión de los
valores (como una nueva fórmula de vida, con esquemas descomprometidos) y
un gran vacío espiritual, pero que no comporta ni tragedia ni apocalipsis.
Así las cosas, ya casi nadie cree en el futuro, pero teme. Se ha disuelto la confianza en el porvenir ante el espectáculo que tenemos delante. Ya no hay casi heroísmos ni entusiasmos en los que se arriesgue la vida. Nos vemos frente a frente con un hombre cada vez más endeble, indiferente y permisivo, que navega sin rumbo, perdido el objetivo de mira y los grandes ideales.
Si la ansiedad es algo concreto podemos definirla como anticipación de lo peor. En ella el presente está empapado de un futuro incierto, temeroso y cargado de malos presagios. Esto conduce a estar en guardia, en estado de alerta, al acecho con una atención expectante. Sociedad decadente y opulenta, en donde todo invita al descompromiso.
Pasión de
sensaciones y muerte de los ideales. Esto va a conducir a una progresiva
incapacidad para el amor auténtico, para la entrega a otra persona buscando su
felicidad. Apoteosis de la indiferencia pura y, a la vez, del deseo de
experimentar mil sensaciones variadas y excitantes, por si alguna nos diera la
clave de la existencia. (p.123).
¿Qué
podemos hacer por esta nueva generación?
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