Tomado del libro “El hombre y su
destino” de Don Guissani, para reflexionar en ésta Cuaresma. La primera
consecuencia del racionalismo se puede sintetizar en la siguiente fórmula:
1. “Dios sin Cristo”. Es la negación del hecho de que sólo a través de Cristo es posible que Dios, el Misterio, se nos revele tal como es. Es la característica de todas las posturas que, eliminando la racionalidad de la fe, pretenden definir a Dios como la idolatría particular, sentida o heredada por una cierta tradición étnica o cultural, o bien establecida por su propio pensamiento o imaginación» (p.127). Cierta denominación cristiana, niega la divinidad de Cristo… al no existir la Trinidad…simplemente estamos ante una herejía.
2. “Cristo sin Iglesia”. Este aspecto puede
llamarse gnosis, gnosticismo. Si se elimina de Cristo el hecho de que fue un
hombre, un hombre real, histórico, se elimina la posibilidad misma de tener
experiencia cristiana. La experiencia cristiana es una experiencia humana,
hecha de tiempo y de espacio como cualquier otra realidad material.
La eliminación de la carnalidad (…)
incluida la experiencia de Cristo, lo sitúa, y también a la Iglesia, en el
terreno de lo abstracción (incomprensible), reduciéndolo a uno de los muchos
modelos religiosos existentes. La imposibilidad de aceptar el cristianismo en
el mundo actual se identifica, por tanto, con esta negación». (pp.127-129).
Iglesia sin mundo.
3. «El tercer
aspecto de la influencia que el mundo racionalista ha introducido en nuestra
vida eclesial, individual o colectiva, es una Iglesia sin mundo. De esto dependen el clericalismo y el
espiritualismo, dos reducciones del valor de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
La vida religiosa cristiana queda determinada “clericalismo”….
Todo espiritualismo sólo puede hablar de
la resurrección de Cristo de manera sentimental: devoción por un recuerdo, no
memoria de una presencia. (…) La Iglesia deja de ser así protagonista y se
convierte en cortesana de la historia cultural, social y política». (pp.
131-132)
4. «De una “Iglesia sin mundo”, un mundo sin yo: este es el cuarto
“sin” con el que resumimos las reflexiones sobre la situación actual del mundo.
Si la Iglesia no tiene mundo, este mundo tiende a vivir sin el yo, es decir, se
produce una alienación. Este mundo tiene como característica y como resultado –
previsto o no previsto, querido o no querido, normalmente querido por el poder,
por quien tiene el poder cultural del momento – la alienación.
De este modo, sintéticamente, el mundo
termina por ser el ámbito de la existencia que define el poder y sus leyes.
Mientras que el mundo es el ámbito en el que Cristo realiza con el tiempo la
redención del hombre y de la historia. En la desviación o la antítesis
racionalista, el mundo se reduce al ámbito de la existencia definido por el
poder y por sus leyes, que se convierten así en instrumentos de violencia.
Una existencia definida por el poder y
por sus leyes tiene como consecuencia última la pérdida de la libertad, la no
consideración o la abolición de la libertad, una abolición que no se proclama
teóricamente pero que se vive en la práctica: y puesto que la libertad, se la
defina como se quiera, es el rostro del yo humano, se trata de la pérdida de la
persona humana. A esto se le llama, claramente, alienación». (pp. 134-135)
5. Yo sin Dios «Este yo, el yo alienado, es un yo sin Dios. El
yo sin Dios es un yo que no puede evitar el tedio y la náusea. Se puede sentir
partícula del todo (panteísmo) o bien presa de la desesperación (por el
prevalecer del mal y de la nada: el nihilismo. (p. 136).
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