jueves, 3 de marzo de 2016

EL VALOR DE LA PALABRA

                                     ¿CON PRESUNCIÓN  DE  ÓBITO?

Quienes superamos medio siglo de existencia, sabemos que respetar la palabra empeñada, era pilar básico sobre el que se construía cualquier relación personal o laboral. Hoy - salvando las consabidas excepciones, - sostener las promesas y los compromisos libremente asumidos, no tienen ningún valor.

Jurar sobre la sagrada Biblia, ya no es creíble…porque aquel que juró por ella, se vuelve campeón en actos de incumplimiento de lo prometido y jurado. ¿Pruebas?..¡Qué pregunta más ingenua!.. La conducta de juradores de cualquier rango y color – de aquí y allá – nos ofrecen carretillada de pruebas.

¡Qué significa jurar por cumplir y hacer cumplir los mandatos de la Carta Magna...un protocolo y nada más?- La Constitución Nacional debería ser la más respetada en un país que se ufana de "democrático".

Nuestros padres y abuelos llegaban a un acuerdo en base a la "palabra empeñada". Se daban la mano y este gesto valía más que cualquier documento. De hecho, en muchos casos no se firmaban papeles, bastaba la sola palabra. En la actualidad, un documento firmado y sellado, dependiendo del caso, puede tener la misma importancia que el de "rascarse la nariz".

Hoy campean victoriosos el fraude, la estafa, el pokaré, el japú y otros vicios comunes, tolerados alegremente como signo de "nuestro tiempo", y no pocas veces, aplaudidos por la masa. Dicho de otro modo, ayer, quien faltaba a su palabra era repudiado por la sociedad.

Hoy, se promete la entrega o culminación de un servicio para tal día, pero no se cumple; se marca cita para una consulta, pero el médico no está a la hora fijada; se promete devolver lo prestado, pero una excusa aflora para explicar la irresponsabilidad; se acuerda iniciar un acto, una actividad a tal hora, pero la autoridad, debido a sus "múltiples compromisos asumidos", llega tarde...si llega.

Y para los mortales comunes… ¿Qué significa hoy ser justo y veraz...?. Verdad es que vivimos, estudiamos, trabajamos, compartimos, en ambientes impregnados de hipocresía y cinismo, pero el que es fiel y leal, no se deja superar por obstáculos para honrar su palabra.

Hemos olvidado que ser fiel, es una manera de ser justos, conforme a lo que la verdad enseña. Quien es fiel a su palabra, es buen ciudadano, correcto profesional, amigo sincero, vecino y compañero de trabajo leal, es decir, la fidelidad hace al individuo justo y veraz.

Quien permanece fiel sólo a sí mismo, a su propio egoísmo, se torna un paria social. Por tanto, es saludable y urgente abocarnos a la tarea de recuperar el valor de la palabra empeñada y cumplir con los compromisos asumidos libremente. La fidelidad es virtud de gente superior.

Que importante es respetar y mantener la palabra dada, más cuando nadie no obliga a ello, sin embargo, sabemos, que una vez que la damos hay que cumplirla.

Es por eso, que antes de dar la palabra determinemos su alcance, repercusiones, lo que ello encierra, lo que está en juego, porque a través de ella nos damos a conocer, a que se tenga un buen juicio de nuestra seriedad, que semos creíbles. Caso ,contrario nunca se nos considerara como personas que honran lo prometido.

Por eso, ahora más que nunca, el precepto evangélico debe ser brújula orientadora para logra una sabrosa convivencia humana, comenzando por honrar nuestra propia palabra, nuestra propia promesa: "Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho" (Lc. 16,10). 

¡Que este tiempo de Cuaresma nos ayude a recuperar el valor de ser fiel al compromiso libremente asumido!.

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