¡¡LA AGONÍA DE
JESÚS!!
Ya en el huerto de Getsemaní, Jesús
caminó un trecho corto y dijo a sus discípulos: no sigan, quédense aquí. Mientras yo voy allá para orar (Mt. 26-36).
Pero sus más predilectos discípulos, Pedro, Santiago y Juan, no consintieron
que fuera solo y quisieron acompañarlo y el benignísimo Señor, admitió la
compañía. Y entonces se desbordó toda la angustia de su espíritu, que llegó a decir:
“Triste está mi alma hasta la muerte” (Mt. 26,38).
¡Qué misterio tan insondable, el de la
tristeza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre…!Jesús obrador de portentos
y maravillas, está triste, tiene miedo, se ve cercado por el pavor y el
espanto! . Padeció porque quiso, se ofreció porque quiso. Angustiado
y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante
de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (Isaías 53,7).
Jesús se arrancó de los discípulos como
un tiro de piedra – unos 40 pasos - y que, arrodillándose, se puso a rezar. El
verbo expresa aquí la idea de separación que literalmente quiere decir: tirar
violentamente, arrancar, por
ejemplo, una mujer de sus hijos. "Jesús se arranca de sus discípulos para orar. (Lc. 22-41). Serían poco más
de las nueve de la noche.
Jesús estaba con el alma partida de
dolor. Sus discípulos vieron que con pasos vacilantes y temblando entraba en la
gruta. Los pálidos reflejos de la luna llena (los judíos solían celebrar la
Pascua en el primer plenilunio) penetrando en aquel lugar tenebroso, tenuemente
iluminaban el lugar.
Jesús cayó de rodillas como abrumado por
pesadísima carga, inclinó su frente hasta el suelo diciendo: “Padre, dijo entre
voz entrecortada por los sollozos, todas las cosas te son posibles, si es
posible que pase de Mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la
Tuya”. Es que, muchos eran los pecados de todos los hombres, de todos los
tiempos, de todas las naciones y los indecibles tormentos con los que Él debía
expiar.
Después de haber cerrado con su padre
aquel para nosotros ventajosísimo contrato de comprar la salvación del género
humano, con el precio de su propia sangre; después de haber visto con claridad
el espectro aterrador de los terribilísimos suplicios de su Pasión y Muerte,
Jesús se levantó de su postración y como buscando para su sagrada Humanidad
algún alivio y aliento en la amistad de sus discípulos predilectos…los
encontró profundamente dormidos.
Si en los que más amaba veía desinterés
por sus sufrimientos, ¿dónde iba a encontrar el consuelo para su espíritu?.
Por eso con cierta desilusión, a quien más promesas de amor y fidelidad le había
hecho, le dice tristemente: Simón, ¿duermes, no pudiste velar una hora conmigo?
¡Pobre Jesús!... no encuentra consuelo
en sus amigos. Sus discípulos luego despertaron, y quedaron aterrados viendo al
Señor en aquella actitud tan deplorable; rostro pálido, alterada la voz,
oscurecida la belleza de su semblante, deprimido, sudoroso, con señales
inequívocas de ansiedad y sufrimientos. Les habló todavía de su tristeza y
estuvo cerca de un cuarto de hora con ellos.
Pero el terror y el espanto iban en
aumento en el lacerado Corazón de Cristo. Su ánimo afligido le pedía otra más
íntima y detenida comunicación con su Padre Celestial para adquirir mayor
fuerza con que poder hacer frente a los nuevos tormentos que se acercaban. Así
las cosas, despidiéndose de sus Apóstoles, regresó a la gruta, entrando con Él
todas las maldades y crímenes de la humanidad.
Y es entonces cuando la congoja y el
terror fueron tan grandes que la sangre se le concentró en las partes más
delicadas de su cuerpo santísimo sus poros se abrieron, los vasos sanguíneos
estallaron y un extraño sudor de sangre bañó todo su cuerpo, corriendo en
gruesas gotas hasta la tierra… principalmente de sus mejillas y de sus ojos.
Miremos, insensatos pecadores, la divina
cara de Jesús... nuestros enormes pecados, inmensas maldades, innumerables
ingratitudes, porque éstos testificarán con gritos desgarradores en contra de nosotros: ¡¡son
culpables del horrendo suplicio causado al Maestro!!.
Porque.. una gota de la preciosísima sangre de Cristo, es suficiente para limpiar todos los crímenes de la humanidad, al decir de santo Tomás de Aquino.
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