viernes, 25 de marzo de 2016

VIERNES SANTO

  ¡¡LA AGONÍA  DE  JESÚS!!

Ya en el huerto de Getsemaní, Jesús caminó un trecho corto y dijo a sus discípulos: no sigan, quédense aquí.  Mientras yo voy allá para orar (Mt. 26-36). Pero sus más predilectos discípulos, Pedro, Santiago y Juan, no consintieron que fuera solo y quisieron acompañarlo y el benignísimo Señor, admitió la compañía. Y entonces se desbordó toda la angustia de su espíritu, que llegó a decir: “Triste está mi alma hasta la muerte” (Mt. 26,38).

¡Qué misterio tan insondable, el de la tristeza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre…!Jesús obrador de portentos y maravillas, está triste, tiene miedo, se ve cercado por el pavor y el espanto! . Padeció porque quiso, se ofreció porque quiso.  Angustiado y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (Isaías 53,7).

Jesús se arrancó de los discípulos como un tiro de piedra – unos 40 pasos - y que, arrodillándose, se puso a rezar. El verbo expresa aquí la idea de separación que literalmente quiere decir: tirar violentamente, arrancar, por ejemplo, una mujer de sus hijos. "Jesús se arranca de sus discípulos para orar. (Lc. 22-41). Serían poco más de las nueve de la noche.

Jesús estaba con el alma partida de dolor. Sus discípulos vieron que con pasos vacilantes y temblando entraba en la gruta. Los pálidos reflejos de la luna llena (los judíos solían celebrar la Pascua en el primer plenilunio) penetrando en aquel lugar tenebroso, tenuemente iluminaban el lugar.

Jesús cayó de rodillas como abrumado por pesadísima carga, inclinó su frente hasta el suelo diciendo: “Padre, dijo entre voz entrecortada por los sollozos, todas las cosas te son posibles, si es posible que pase de Mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Es que, muchos eran los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las naciones y los indecibles tormentos con los que Él debía expiar.

Después de haber cerrado con su padre aquel para nosotros ventajosísimo contrato de comprar la salvación del género humano, con el precio de su propia sangre; después de haber visto con claridad el espectro aterrador de los terribilísimos suplicios de su Pasión y Muerte, Jesús se levantó de su postración y como buscando para su sagrada Humanidad algún alivio y aliento en la amistad de sus discípulos predilectos…los encontró profundamente dormidos.

Si en los que más amaba veía desinterés por sus sufrimientos, ¿dónde iba a encontrar el consuelo para su espíritu?. Por eso con cierta desilusión, a quien más promesas de amor y fidelidad le había hecho, le dice tristemente: Simón, ¿duermes, no pudiste velar una hora conmigo?

¡Pobre Jesús!... no encuentra consuelo en sus amigos. Sus discípulos luego despertaron, y quedaron aterrados viendo al Señor en aquella actitud tan deplorable; rostro pálido, alterada la voz, oscurecida la belleza de su semblante, deprimido, sudoroso, con señales inequívocas de ansiedad y sufrimientos. Les habló todavía de su tristeza y estuvo cerca de un cuarto de hora con ellos.

Pero el terror y el espanto iban en aumento en el lacerado Corazón de Cristo. Su ánimo afligido le pedía otra más íntima y detenida comunicación con su Padre Celestial para adquirir mayor fuerza con que poder hacer frente a los nuevos tormentos que se acercaban. Así las cosas, despidiéndose de sus Apóstoles, regresó a la gruta, entrando con Él todas las maldades y crímenes de la humanidad.

Y es entonces cuando la congoja y el terror fueron tan grandes que la sangre se le concentró en las partes más delicadas de su cuerpo santísimo sus poros se abrieron, los vasos sanguíneos estallaron y un extraño sudor de sangre bañó todo su cuerpo, corriendo en gruesas gotas hasta la tierra… principalmente de sus mejillas y de sus ojos.

Miremos, insensatos pecadores, la divina cara de Jesús... nuestros enormes pecados, inmensas maldades, innumerables ingratitudes, porque éstos testificarán con gritos desgarradores en contra de nosotros: ¡¡son culpables del horrendo suplicio causado al Maestro!!.

Lavemos con nuestras lágrimas el rostro de Jesús y enjuguemos esa divina sangre con la esponja de nuestros sinceros arrepentimientos y cotidiana penitencia. Al final, su Pasión, Muerte y Resurrección es nuestro pasaporte de salvación. (cfr. Sacrosanta Pasión de Nuestro Señor Jesucristo - pág. 20sgtss- P. Gregorio Martínez Cabello).

Porque.. una gota de la preciosísima sangre de Cristo, es suficiente para limpiar todos los crímenes de la humanidad, al decir de santo Tomás de Aquino.

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