CUANDO LOS HECHOS “HABLAN”
Conocido es el dicho: Tus actos hablan tan alto, que no me dejan oír tus palabras. Esto supone, a priori, incoherencia. En el cotidiano caminar, una persona es etiquetada por sus logros; por lo que hace; por lo que concreta; por lo que aparenta...
Cuando los hechos hablan las palabras
sobran: la comadreja no necesita decir que es una comadreja, por el olor se
sabe lo que es. Al igual que un perfume, para enterarse que el perfume es tal,
basta con su fragancia. Aunque el perfume haya acabado, su fragancia queda
impregnada en el ambiente.
Los hechos valen más que mil palabras.
Jesucristo a través de su propia vida como ejemplo, quiere enseñarnos lo
importante que es dejar que nuestros hechos hablen más que nuestra boca. No
pocas veces hablamos más de lo que en realidad somos. Y luego, los hechos se
encargan de desmentirnos y avergonzarnos. Aquí cabe preguntar, ¿Quién soy yo cuando nadie me ve?
Por consiguiente, los
hechos de quien se declara cristiano, han de ser al menos, estos tres: Honradez: y no
solamente con el dinero o bienes materiales en cargos públicos... ¿cómo esta
nuestra honradez en cuanto al tiempo, si somos cumplidores con nuestros compromisos,
a qué hora llegamos a las citas…? El que es fiel en lo poco, lo será en lo
mucho… (cfr. Lucas 16:10).
Responsabilidad: Hemos de ser
responsable con lo que nos delegan, con los compromisos que asumimos libremente. ¿Lo hacemos bien y a tiempo…o vaí vaí?. Responsabilidad es asumir las
consecuencias de los propios actos, es decir, rendir cuentas a alguien
sobre nuestras acciones.
Educación: Entendiendo
por tal, no el aspecto académico solamente. Haciendo una auditoría moral de
nuestros valores en la simplicidad de lo cotidiano con los demás: ¿saludamos, agradecemos, respetamos al otro?, etc. Estos, solo por
mencionar algunos de los hechos que
pueden hablar más fuerte que las
palabras.
Si hay algo que nos cuesta en esta vida
es ser coherentes. Vivimos en permanente batalla interior. Se enfrentan lo que debemos hacer con lo que queremos hacer. Muchas veces nuestro discurso
va por un lado y nuestras acciones por otro. La antigua máxima: “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”,
no pierde vigencia y sigue con “buena salud”.
Hay momentos en que sobran ganas de
ponernos como “juez” y reprochar a los demás sus incoherencias. Gritarles: ¿cómo
es que predicas una cosa, mientras acabas haciendo lo contrario…?... Pero… ¿no
hago yo lo mismo o algo peor, una y otra vez?
En fin, la vida es así, un mar de
contradicciones en el que estamos inmersos. Algunas de las tantas incoherencias:
a) Exijo puntualidad, pero nunca llego a hora y siempre presento excusas. b) Me agrada y valoro la generosidad de los
otros, pero me cuesta no ser tacaño. c) Odio que me mientan, pero sin embargo…miento. d) Exijo eficiencia, pero soy bastante ineficiente. e) Alardeo de ser frontal, llamo a las cosas
por su nombre, pero no admito que señalen
mis bajezas.
Jesucristo ofrece una fórmula para
conocer a los suyos. “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de
los espinos, o higos de los abrojos?. Así, todo buen árbol da buenos frutos,
pero el árbol malo da frutos malos.” Si quieres conocer a alguien, mira lo que
hace. (Mateo 7: 16- 17).
Coherencia es una virtud que no se consigue con recetas rápidas. Toda transformación de la conducta requiere tiempo y esfuerzo. Perseverancia es la clave para cultivar la mente, fortalecer la voluntad y disciplinar la conducta, dirá el maestro Secundino Núñez.
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