HACIA LA TIERRA
PROMETIDA
El pueblo de Dios tardó cuarenta años en pisar la tierra prometida (Ex. 16, 35). En sus etapas hacia la misma, padeció sed y hambre. Sintió nostalgia de los melones de Egipto. Sintió con fuerza el hastío. No faltaron circunstancias adversas, en las cuales sufrieron la tentación de infidelidad.
Pero su dura marcha obedece a la promesa
de entrar en una tierra fértil, donde corría leche y miel. ¡qué esperanza!,
qué utopía la de Israel, en su marcha hacia la tierra prometida!
Durante cuarenta años, la tierra
prometida fue utopía, es decir, un sueño prácticamente irrealizable. Del griego
ou,
no y topos,
lugar, utopía significa lo que no está en ningún lugar, algo
que carece de ubicación fija y determinada.
Utopía es, además, una sociedad
perfecta; de educación, de la ética y de la política, porque estos buscan
valiente e incesantemente la vida humana en un mundo mejor.
En Utopía, los niños podrían crecer y
desarrollarse plenamente. La finalidad de la enseñanza no sería tan solo
aprobar exámenes, sino, el desarrollo de toda la personalidad, haciéndose
realidad todos los objetivos de la educación: una instrucción de alto nivel, el
desarrollo más armonioso de todas sus capacidades, en fin, la educación en
valores.
En Utopía, la superioridad se
manifestaría no en mayor poder, ni dinero, sino en aumento de
responsabilidades.
La belleza en sus múltiples expresiones
artísticas: pintura, música, escultura, literatura, sería accesible a todos sin
distinción. El dinero ya no sería dueño y señor. La política promovería
igualdad, justicia, el servicio al bien común, respeto mutuo, la solidaridad
para con todos, el ejercicio libre de la religión.
Todos los seres humanos de buena
voluntad podrían vivir libremente como ciudadanos del mundo. Entre ellos, las
relaciones que, por lo general se basan en férrea competencia, serían
reemplazadas por relaciones de colaboración y fraternidad.
En Utopía, no existiría la violencia. La
ética, no sería otra cosa que la cultura del amor, de la justicia, de la verdad
y de la paz. Está bien vivir a la manera de los israelitas en el desierto con
una gran dosis de utopía.
En nuestro actual mundo, tal como es,
hace demasiado frio. Se debe abrigar bajo el manto de la utopía y creer que el
“no
lugar”, tiene intención de “ser” un día, por más que ese
momento, tarde en llegar.
Todo lo dicho, pone de manifiesto que
esa virtud llamada esperanza está en el centro de nuestra vida, como lo estaba
en Moisés. Esperanza es…ni siquiera encontrar lo que se busca. Basta con
mantener la búsqueda, abrir horizontes, desvelar lo imposible-posible.
Desde la perspectiva religiosa, la
utopía mantiene una esperanza radical en Dios que salva…así lo hizo con Moisés.
Nos movemos en un mundo de presagios funestos, donde abundan profetas de
calamidades. A los cristianos nos está prometida unos “cielos nuevos y una
tierra nueva, donde reina la justicia” (cfr. 2 Pedro 3, 13). Hasta aquí, las lecciones del Hno Roger Texier, agosto de 2010.
El que espera - nos lo repite Carlos
Díaz-, está preparado para todo; no ve las cosas color de rosa, no se las
promete demasiado felices, ni hace castillos en el aire, pero tampoco carece de
ilusión, de optimismo, de algún grado de confianza: alberga, acaricia, alimenta esperanzas, por pequeñas que fueren.
(Diez palabras clave para educar en valores, p. 65).
No hay comentarios:
Publicar un comentario