lunes, 24 de julio de 2017

MOISÉS (FIN)

HACIA  LA  TIERRA  PROMETIDA

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El pueblo de Dios tardó cuarenta años en pisar la tierra prometida (Ex. 16, 35). En sus etapas hacia la misma, padeció sed y hambre. Sintió nostalgia de los melones de Egipto. Sintió con fuerza el hastío. No faltaron circunstancias adversas, en las cuales sufrieron la tentación de infidelidad.

Pero su dura marcha obedece a la promesa de entrar en una tierra fértil, donde corría leche y miel. ¡qué esperanza!, qué utopía la de Israel, en su marcha hacia la tierra prometida!

Durante cuarenta años, la tierra prometida fue utopía, es decir, un sueño prácticamente irrealizable. Del griego ou, no y topos, lugar, utopía significa lo que no está en ningún lugar, algo que carece de ubicación fija y determinada.

Utopía es, además, una sociedad perfecta; de educación, de la ética y de la política, porque estos buscan valiente e incesantemente la vida humana en un mundo mejor.

En Utopía, los niños podrían crecer y desarrollarse plenamente. La finalidad de la enseñanza no sería tan solo aprobar exámenes, sino, el desarrollo de toda la personalidad, haciéndose realidad todos los objetivos de la educación: una instrucción de alto nivel, el desarrollo más armonioso de todas sus capacidades, en fin, la educación en valores.

En Utopía, la superioridad se manifestaría no en mayor poder, ni dinero, sino en aumento de responsabilidades.

La belleza en sus múltiples expresiones artísticas: pintura, música, escultura, literatura, sería accesible a todos sin distinción. El dinero ya no sería dueño y señor. La política promovería igualdad, justicia, el servicio al bien común, respeto mutuo, la solidaridad para con todos, el ejercicio libre de la religión.

Todos los seres humanos de buena voluntad podrían vivir libremente como ciudadanos del mundo. Entre ellos, las relaciones que, por lo general se basan en férrea competencia, serían reemplazadas por relaciones de colaboración y fraternidad.

En Utopía, no existiría la violencia. La ética, no sería otra cosa que la cultura del amor, de la justicia, de la verdad y de la paz. Está bien vivir a la manera de los israelitas en el desierto con una gran dosis de utopía.

En nuestro actual mundo, tal como es, hace demasiado frio. Se debe abrigar bajo el manto de la utopía y creer que el “no lugar”, tiene intención de “ser” un día, por más que ese momento, tarde en llegar.

Todo lo dicho, pone de manifiesto que esa virtud llamada esperanza está en el centro de nuestra vida, como lo estaba en Moisés. Esperanza es…ni siquiera encontrar lo que se busca. Basta con mantener la búsqueda, abrir horizontes, desvelar lo imposible-posible.

Desde la perspectiva religiosa, la utopía mantiene una esperanza radical en Dios que salva…así lo hizo con Moisés. Nos movemos en un mundo de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades. A los cristianos nos está prometida unos “cielos nuevos y una tierra nueva, donde reina la justicia” (cfr. 2 Pedro 3, 13). Hasta aquí, las lecciones del Hno Roger Texier, agosto de 2010.
  
El que espera - nos lo repite Carlos Díaz-, está preparado para todo; no ve las cosas color de rosa, no se las promete demasiado felices, ni hace castillos en el aire, pero tampoco carece de ilusión, de optimismo, de algún grado de confianza: alberga, acaricia, alimenta esperanzas, por pequeñas que fueren. (Diez palabras clave para educar en valores, p. 65). 



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