FUENTE DE VALOR (II)
Continuamos con las enseñanzas del maestro Xosé Manuel Domínguez P.: El gran reto de la persona no es, por tanto, el ilustrado «atrévete a saber», ni el hedonista «atrévete a disfrutar». Ni el economicista «atrévete a tener». El gran reto que se me presenta como persona es «atrévete a esculpir tu propia estatua».
Persona es aquél que no es cosa. Cualquier
persona es indefinible porque sólo se pueden definir las cosas y la persona es
justo aquello que no es una cosa ni puede ser tratada como tal. Somos un
«quien», no un qué.
Pero esto no significa que no podamos
acercarnos descriptivamente a decir quiénes somos. Y para ello
intentaremos partir, precisamente del hecho de que la persona es lo que no es
una cosa, un mero objeto. Si aceptamos esto, podemos aceptar que la persona:
* Nunca puede
ser utilizada nunca puede ser un medio sino
un fin en sí. Y esto significa que la persona tiene una dignidad y
merece un respeto absoluto al margen de su edad, condición, coeficiente
intelectual, género e, incluso, actuación
moral.
Tanto Teresa de Calcuta como Hitler
tienen la misma dignidad personal, aunque no la misma dignidad moral. Como
personas son igualmente respetables pero moralmente la segunda es reprobable. Y
es que toda persona es dueña de su vida.
* Que la persona es una realidad que es
suya no significa que lo sea en plenitud desde el primer momento: lo va adquiriendo libremente, mediante el dominio
de sí, por la integración progresiva de todas sus dimensiones.
* Que la persona no sea cosa significa
que tiene un valor absoluto y, por tanto, persona es fuente de todo valor. Esto no
significa que la
persona sea el Absoluto, sino que tiene valor en sí, un
valor absoluto, respecto de cualquier otra realidad material o social y
que jamás puede ser considerada como parte de un todo.
* Que la persona sea justo lo que
no es cosa implica que, frente a lo ya acabado o construido, la persona es un
ser inacabado. Tiene que construirse: siempre puede crecer, mejorar, dar-de-sí
(o empeorar y degradarse).
Por tanto, no es
conceptuable, etiquetable, no es sometible a categorías cerradas y
definitivas. Conceptuar a una persona o etiquetarla, llamándole, por ejemplo,
«vago», «inútil», resulta gran injusticia
porque supone cosificarla, clasificarla, no admitir que pueda cambiar.
Por eso, hay que
tratar a las personas no como son sino como quisiéramos que fuesen, no por
lo que son sino por lo que están llamadas a ser. De las cosas ya sabemos qué son y para qué son. Pero las personas somos un quien, en continua
autocreación. De la persona no está escrito
quién va a ser.
Por eso, la persona
tiene que decidir quién quiere ser. La persona es una tarea para sí misma. Cada
persona es, en palabras de Plotino
(filósofo romano), responsable de «esculpir su propia estatua», de construir su
personalidad, biografía y modos de relación.
Sin embargo, esto no significa que
seamos autosuficientes. La persona tiene que hacer su vida pero apoyada, sobre
todo, en las otras personas. Los otros son lo que permiten, posibilitan e
impulsan a la persona a ser quien está llamada a ser. Y cada uno crece,
además, en la medida en que ayuda a otros a ser quienes están llamados a ser.
Cada persona es una novedad
absoluta. La persona es aquel ser que puede decidir quién quiere ser más allá
de sus limitaciones biológicas, psíquicas o sociales. De esta manera, el ser
humano es aquel que es capaz de construir su propia realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario