domingo, 30 de julio de 2017

SER PERSONA…PRIVILEGIO Y…

FUENTE DE VALOR    (II)


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Continuamos con las enseñanzas del maestro Xosé  Manuel Domínguez P.: El gran reto de la persona no es, por tanto, el ilustrado «atrévete a saber», ni el hedonista «atrévete a disfrutar». Ni el economicista «atrévete a tener». El gran reto que se me presenta como persona es «atrévete a esculpir tu propia estatua».

Persona es aquél que no es cosa. Cualquier persona es indefinible porque sólo se pueden definir las cosas y la persona es justo aquello que no es una cosa ni puede ser tratada como tal. Somos un «quien», no un qué.

Pero esto no significa que no podamos acercarnos descriptivamente a decir quiénes somos. Y para ello intentaremos partir, precisamente del hecho de que la persona es lo que no es una cosa, un mero objeto. Si aceptamos esto, podemos aceptar que la persona:

* Nunca puede ser utilizada nunca puede ser un medio sino un fin en sí. Y esto significa que la persona tiene una dignidad y merece un respeto absoluto al margen de su edad, condición, coeficiente intelectual, género e, incluso, actuación moral.

Tanto Teresa de Calcuta como Hitler tienen la misma dignidad personal, aunque no la misma dignidad moral. Como personas son igualmente respetables pero moralmente la segunda es reprobable. Y es que toda persona es dueña de su vida.

* Que la persona es una realidad que es suya no significa que lo sea en plenitud desde el primer  momento: lo va  adquiriendo libremente, mediante el dominio de sí, por la integración progresiva de todas sus dimensiones. 

* Que la persona no sea cosa significa que tiene un valor absoluto y, por tanto, persona es  fuente de todo valor. Esto  no  significa  que  la  persona  sea  el Absoluto, sino que tiene valor en sí, un valor absoluto, respecto de cualquier otra realidad material o social  y  que jamás puede ser considerada como parte de un todo. 

* Que la persona sea justo lo que no es cosa implica que, frente a lo ya acabado o construido, la persona es un ser inacabado. Tiene que construirse: siempre puede crecer, mejorar, dar-de-sí (o empeorar y degradarse).

Por tanto, no es conceptuable, etiquetable, no es sometible a categorías cerradas y definitivas. Conceptuar a una persona o etiquetarla, llamándole, por ejemplo, «vago», «inútil», resulta gran injusticia porque supone cosificarla, clasificarla, no admitir que pueda cambiar.

Por eso, hay que tratar a las personas no como son sino como quisiéramos que fuesen, no por lo que son sino por lo que están llamadas a ser. De las cosas ya sabemos qué son y para qué son. Pero las personas somos un quien, en continua autocreación. De la persona no está escrito quién va a ser.

Por eso, la persona tiene que decidir quién quiere ser. La persona es una tarea para sí misma. Cada persona es, en palabras de Plotino (filósofo romano), responsable de «esculpir su propia estatua», de construir su personalidad, biografía y modos de relación.

Sin embargo, esto no significa que seamos autosuficientes. La persona tiene que hacer su vida pero apoyada, sobre todo, en las otras personas. Los otros son lo que permiten, posibilitan e impulsan a la persona a ser quien está llamada a ser. Y cada uno crece, además, en la medida en que ayuda a otros a ser quienes están llamados a ser.

Cada persona es una novedad absoluta. La persona es aquel ser que puede decidir quién quiere ser más allá de sus limitaciones biológicas, psíquicas o sociales. De esta manera, el ser humano es aquel que es capaz de construir su propia realidad. 

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