viernes, 14 de julio de 2017

IGLESIA Y...

 POLÍTICA

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Se ha dicho, una y otra vez, que política es el conjunto de verdades teóricas y prácticas que conciernen a la sociedad civil y al Estado.  Estas verdades se refieren al origen de la sociedad y al fin para el cual ha sido constituida.

Política, según algunos Papas del siglo XX, es el acto más sublime de ejercitar la caridad, habida cuenta que ella se realiza para el logro del bien común.

Iglesia y Política. La Iglesia no debe inmiscuirse en cuestiones de técnica política; por ejemplo, en la formación del gobierno, en la elección de autoridades, etc. Estas cuestiones dependen exclusivamente de la autoridad o de la libre elección de los ciudadanos.

Pero la Iglesia tiene la doble misión de recordar los principios generales de orden moral que deben guiar toda actividad humana, tanto política como de otra naturaleza, y de señalar a sus hijos, dónde está el deber moral y en qué condiciones deben cumplirlo, afirma J. Verdier, ex Cardenal de París.

Así las cosas, la Iglesia no está fuera, sino por encima de los partidos, en el sentido de que las acciones de los políticos, siendo actos humanos, deben ser orientados hacia su último fin, que es el bien común de la gente que vive en la “polis”, es decir, en la ciudad.

Si el político se declara cristiano, sus acciones deben ser adornadas por actitudes cristianas de solidaridad, respeto, responsabilidad, honestidad y demás virtudes propias de quien se dice cristiano. Es una deducción lógica que no admite discusión.

Se equivocan aquellos que quieren arrinconar a la Iglesia en sus templos, como afirmara tan certeramente Juan Pablo II, más aun si quienes pretenden tal despropósito, se declaran seguidores de Cristo. ¿No es éste un colosal disparate?

Casi el 90% de nuestros políticos se declara cristiano y muchos sin empacho, ensayan grotescamente ciertos pasajes bíblicos en sus discursos; otros se animan a balbucear el nombre de “Jesucristo”, pero sus hechos sólo confirman que se deleitan en su soberbia y acaban sintiendo temor y asco por la excelencia de la verdad. ¡Grave problema ético!

Amar la verdad es la primera condición para conocerla en profundidad. ¿Cuántos de nuestros tribunos-políticos conocen la verdad? Muchos – dice E. Gilson – “Somos muy aficionados a decir que buscamos la verdad, pero muy reacios a aceptarla”.

Por ello y por otras más, la Iglesia tiene mucho que decir a los políticos y autoridades que tienen la grave misión de gobernar un pueblo. Al fin y al cabo todos somos iglesia, es decir, parte del cuerpo místico de Cristo. Afirma San Cipriano: “Nadie puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia como madre”  

Los cristianos recibimos de la Iglesia la Palabra de Dios escrita, y las enseñanzas de Cristo, por medio de los Apóstoles; recibimos los sacramentos que dan vida; los ejemplos de santidad, y el Magisterio seguro e infalible en las verdades de fe y moral.

La Iglesia, además de enseñar con autoridad, puede también imponer preceptos a sus miembros para ayudarles al mejor obrar y a santificarse; estos preceptos son obligatorios.


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