miércoles, 8 de septiembre de 2010

Misión y deber del Elector



Perentorio crecimiento de nuestra conciencia cívica

En el anterior artículo nos ocupábamos de la Misión de los Políticos. Hoy quisiera permitirme reflexionar sobre la responsabilidad y misión de quienes hemos de elegir y votar en las elecciones venideras, y así llegar al tan anhelado objetivo: el cambio.
Para ello es menester resucitar nuestra conciencia cívica. Hoy mucha gente no tiene tiempo ni interés en cuestionar detenidamente nuestra situación política. Tenemos suficientes problemas con la ropa, comida-dieta-estética, salud, trabajo, escuela e inseguridad y no dejan espacio para la reflexión. Luego, no es raro escuchar a gente desatinadamente opinar, que la política es sucia e inconveniente. Nada más lejos de la verdad.
Es necesario recalcar que se hace perentorio despertar y tomar conciencia de la importancia de acudir a las urnas. La política no se reconstruye con sustituir hombres que llegan al poder con antiguos vicios, que nos provoca plagueo y rabia contra esta "democracia", porque todavía vivimos sin altura y sin valores cívicos, como dice el querido maestro S. Núñez.
Una realidad incuestionable es que nosotros como sociedad concebimos nuestra propia vida personal, familiar y profesional, como actos "correctamente prácticos", pero sin sentido moral y para mayor de males, sin dar participación a Dios. Y ello porque nuestra inconsciencia cívica y cristiana, duerme como un bebé satisfecho en la conciencia de nuestra gente. En palabras más sencillas: padecemos de chata cultura cívica.
De nosotros depende no conceder cargos públicos a políticos que no han madurado en su formación humana. El candidato a quien vamos a elegir y votar, debe estar adornado de indudable buena fama, de tal modo que sirva como referente de esperanza por su conducta ejemplar.
De nosotros depende no votar por gente incapaz, con moral destrozada, hambrienta de ambición, mentiras y codicia, quienes nos asegurarán nuevamente gobierno desatinado y corrupto, y por consiguiente, un pobre país, descuartizado, dolorido y a la deriva.
Tenemos el derecho y obligación de asumir nuestra responsabilidad en la construcción del Paraguay que merecemos, y la mejor manera de cumplir con este sagrado deber es actuar con discernimiento, prudencia y libertad, al momento de depositar nuestro voto. ¿Por qué? Y porque otorgaremos al "votado" un poder político por cinco años. ¿O queremos en poco tiempo marcha y contramarcha, huelgas, cierre de rutas y demás violencias acusando a los nuevos "tribunos de la plebe", quienes nos han prometido democracia mientras más nos hunden en la desgracia?
Por ello debemos pensar una y otra vez, que este instrumento de poder estará en manos de hombres y mujeres, que fácilmente se descarrían y se corrompen, descarriando y corrompiendo al pueblo que mal votó. (Perdonen mis lectores la impertinencia de mi insistencia). Los que piden votos son humanos y no "cándidos seres celestiales" que viven embobados encima de una nube, tocando su lira con sus alas blancas, quienes de cuando en cuando hacen pipí angelical - como graciosamente expresara alguna vez el apreciado Carlos Díaz - aunque así, muchos candidatos se nos presentarán durante sus campañas políticas.
Es hora de desear una nueva sociedad, donde la convivencia humana sea agradablemente sabrosa. Quizá el primer pasito hacia grandes distancias es votar con tino, al mejor, o en todo caso, al "menos peor". Miremos, por tanto, el dedo que nos señala el buen rumbo y ya no como el imbécil, quien en vez de fijarse en el objetivo, mira el dedo. Es posible, si queremos, pues en la voluntad del pueblo radica el poder. Pero sin arrinconar a Dios, pues el salmo nos recuerda: "Si Dios no edifica la ciudad, en vano trabajan los que en ella se fatigan"

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