¿Vale la pena festejar...?
En el cuarto mandamiento de la Tabla de la Ley leemos "Honra a tu madre y a tu padre" ¿Puede existir una exhortación tan encumbrada como ésta? Me temo, sin embargo, que tal mandato bíblico hace tiempo ha sido repudiado por el homo sapiens, al menos, por una gran mayoría.
Se aproxima el día festivo. Los medios masivos de comunicación aceleran ofertas para regalar a papá en su día, avisos publicitarios asaltan los hogares y la maquinaria consumista empieza a dar sus agresivos pasos devoradores hacia la compra compulsiva. (Como intención, excelente y lo celebro). No obstante, me inquieta la pregunta: ¿Qué tan buenos padres somos? Los jóvenes de hoy, incluido niños - salvando las consabidas excepciones - no tienen noción del significado de "respeto", se ufanan en la grosera prepotencia aquí y allá, sin distinguir víctimas, así sean ellas sus propios padres; el lenguaje chabacano, el insulto y la violencia parecen ser la brújula que los orienta.
Sienten repugnancia hacia la familia, el colegio, el templo, la decencia y el buen gusto. Destruyen todo, autodestruyéndose. Visten y hablan "excelentemente mal" siguiendo los dictados de su majestad "la moda". El último grito de este desatino es la onda "emo", ndajé. Y no pocos adultos celebran esta superlativa idiotez. ¡Ah, cómo añoro la época de mi juventud! Naturalmente, antes había también bestias con pantalones, mal paridos y asesinos, pero irrebatiblemente, los padres eran obedecidos, ya sea por la dictadura familiar o por una correcta práctica del rol de papá. ¿Dónde hemos arrojado el mandamiento bíblico? ¿Por qué los padres hemos perdido la condición de "señor papá"?
Reflexionemos: ¿Qué respeto podemos esperar de los hijos a quienes les damos libertad sin límites, ropas estúpidamente caras, descontrol de horarios, coche y dinero en exceso? ¿Y cuánto de este lírico "bien vivir" no es fruto del delito, rapiña, coimas y demás etcéteras, es decir, del pokaré de papá avivado y letradito? Y para colmo de males, en nuestro portafolio lingüístico-familiar viven saludables y cómodos términos como "hijo de puta, perra, boludo, maricón de mierda" y otras lindezas de todos los tamaños y colores. Se ha escuchado a una chiquita de tan solo seis años, responder a su mamá: ¡Pará ya boluda...!
Este caos establecido en nuestra sociedad, sin embargo, no tiene la última palabra. Es urgente que los padres dejemos de ser sólo "chorro de espermatozoides" y nada más. Es hora de que nuestros hijos tengan Papá y no compinche. No deleguemos nuestra responsabilidad a la escuela o a la catequesis.
Cuando papá y mamá estamos siempre "muy ocupados", comienza la complicidad entre los padres y la futura delincuencia de los hijos. Las estadísticas gritan: si cada vez que un niño vuelve a casa y la encuentra vacía porque papá y mamá se encuentran trabajando para ganar más dinero (¿cuánto dinero?), sepamos que hemos comenzado a poner la primera carga para dinamitar nuestro hogar. No pretendamos sustituir el calor de nuestra presencia por la abundancia de ausencias envueltas en papel de regalos, pues los hijos necesitan "ser" más que "tener". Ayunemos, pues, de esta mala praxis.
En homenaje al día del Padre, propongo redimirme de algunos vicios, sobre todo del de doblar las rodillas y rendir culto al becerro de oro del dinero y del ñembotavy. Pretendo superar el pecado de ser solamente un "consumidor consumido por el consumo que me consume", regresar la mirada responsable hacia mis hijos para restaurar rumbos y no sumar a nuestro país más juventud errante, humanoide y maximísera. No hagamos de nuestros hijos monstruitos sociales que se volverán victimarios de propios y extraños. Esta juventud enferma es producto y consecuencia de ausencia paternal cuando no cobarde permisividad. ¡Basta..! Que los hijos tengan Papá, y éste no sea cómplice o rehén de aquel.
Por consiguiente, al elevar mi copa - pero sin ahogarme en ella - anticipo mis deseos de faraónica bendición y felicidad para todos los padres. ¡Salud!
LUNES|08|JUNIO|2009
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