Nueva Patología social
Como es harto sabido, el término bullying hace referencia a
un “estilo” de tratar con personas. Fundamentalmente significa acosar,
molestar, hostigar o agredir a alguien.
Bullying, proviene de “bull”, toro, y la acción, “to bull”,
embestir como un toro, abrirse camino a la fuerza y, asustar por medio de
amenazas, es lo que ocurre con frecuencia indecible, aquí y allá.
No hace falta ser estudioso de la materia para constatar que
la sociedad en sí, está sufriendo azotes de esta plaga: Una mirada panorámica a
nuestro alrededor revela que vivimos siendo “bullyingueados” una y otra vez,
por cualquiera, habida cuenta que se estilan varios tipos de bullying:
De palabra: autoridades, padres, incluso maestros, nos
brindan cátedra de insultos y menosprecios en público, por el motivo que sea.
No faltan los del tipo psicológico que aplastan la autoestima del individuo
agregando sensación de miedo. Ni hablemos de agresiones físicas: cualquiera
patea, empuja, agrede, así sea en la plaza, en la calle, etc. ¿Cuánto más
esperaremos ver esta conducta trasladarse a los templos?
Habría que preguntarse ¿quiénes y en qué medida son o somos
responsables de esta imparable ola de violencia desvergonzada en escuelas y
colegios? ¿Cómo se explica que unos chicos se “trencen a trompadas” en plena
calle y a la vista de todo el mundo, sin que alguien haga algo?
¿Dónde están las autoridades y, qué de los padres y
profesores? ¡Ah, no, no, señor! La responsabilidad es de otros: las autoridades
culpan a los padres, los padres a los profesores y estos a aquellos, cuando no
al “sistema”. ¿Qué esperamos para poner fin a esta plaga social? ¿Esperaremos,
acaso, una muerte para reaccionar?
La responsabilidad es de todos. No es necesario portar
título de autoridad para intervenir en casos de agresión física entre alumnos.
Permanecer ajeno al conflicto es pecar de omisión. Basta con la autoridad moral
para “meterse” en el lío y evitar peores males, aunque… ¡esto de autoridad
moral …..mmmm!
En vez de rasgarnos hipócrita y ponciopilatianamente las
vestiduras ante estos retrógrados acontecimientos, ¿por qué no nos rasgamos el
corazón preguntándonos qué responsabilidad tenemos como papá, profesor, o
autoridad en este caos?
¿Se sienten considerados, valorados y queridos los niños y
adolescentes, en su casa y en la escuela, sea esta primaria, secundaria o
terciaria? ¿Las autoridades policiales, civiles, etc, sólo están para
reprimir…acaso no podrían, también educar? Tanto se cacarea sobre la educación,
pero, ¿se piensa honestamente en el modelo de ciudadanos que queremos formar?
Propongo un ejercicio fácil para comenzar el cambio, por
ejemplo: respetar el turno de una persona en una fila para realizar cualquier
trámite, es decir, ya no actuar como “toro que embiste” al otro, es decir, ya no
ser el “mbareté-pókaré” que tanto caracteriza al homo sapiens criollo. Por algo
comencemos, ¡y volvamos a ser ejemplos de vida como eran nuestros abuelos!...y
nuestros jóvenes quizá olviden y entierren el aipó bullying.
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