lunes, 21 de abril de 2014

LA RESURRECCIÓN

¡Triunfo del Señor Jesús!

Con su resurrección, Jesucristo venció a tres enemigos: la muerte, el mundo, el demonio y el pecado. El primer enemigo al que venció y destruyó para siempre es la muerte.

1. El hombre al nacer ya está condenado a morir, a causa del pecado heredado desde la desobediencia edénica. “Con el sudor de tu frente ganarás el pan de cada día”, es la sentencia, “hasta que vuelvas al polvo, porque polvo eres…” (Gen, 3-19). Esta es la ley para todos los nacidos de mujer. Excepto Jesús.

A Él la ley de la muerte no le obliga, porque es Inmaculado. Pero murió porque quiso y cuando quiso, en orden a un propósito, incomprensible para la mente humana: pagar todas nuestras abundantes faltas. Y tal como lo predijo, resucitó victorioso al tercer día.

2. Triunfó sobre el mundo, otro enemigo del hombre. Desde muy pequeño, Jesús ya soportó persecución por parte de los poderosos de la tierra. Tuvo que huir de Herodes, a Egipto, para conservar su vida. Conoció el exilio por siete años; volvió a Galilea, al morir el tirano.

Y como es sabido, durante veinte y tres años, sin que nadie se preocupase de él, se entregó al humilde y duro trabajo de carpintero, antes de emprender la misión que le fuera encomendada por el Padre: enseñar las Buena Nueva.

Entonces, se acabó la tranquilidad y volvió a ser perseguido, calumniado, despreciado y ofendido por el “mundo”, por los perversos, envidiosos y miserables que comenzaron a maquinar su muerte, como lo habían hecho con los profetas. Con su resurrección, venció al mundo.

3. Triunfó sobre el demonio y el pecado. No hay dudas que el más grande y astuto enemigo es el demonio, culpable de la desgracia humana. Cualquier mortal conoce por experiencias las estrategias (tentaciones, concupiscencia, mentira, robo, adulterio, vicios y todo tipo de crímenes) del diablo para alejar al hombre de Dios.

La idolatría, por ejemplo, es uno de los grandes logros de Satán, pues cualquier culto a “otros dioses”, es abominable a los ojos del Dios verdadero. Estas falsas divinidades, compiten por destruir al hombre, el placer sin medidas, el sexo sin medida, el desaforado afán de dinero, la angurria del poder, etc., etc.

Por el pecado se cerraron las puertas del cielo, de modo que nadie podría acceder a la gloria de Dios, y se abrieron de par en par las puertas del infierno. Felizmente, a resurrección del Señor Jesús, resulto lujosa victoria.

Es obvio que la condenación del hombre no es querido por Dios; la elección es del hombre, puesto que ha sido creado libre y soberano para ejecutar sus acciones. Dios no obstruye ni intercepta su voluntad. Cada quien es libre de administrar su destino: Salvarse o condenarse. Con su resurrección, el Triunfador allanó nuestro camino hacia Él. La gran noticia es: ¡Somos libres!, incluso para meter la “pata” 

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