miércoles, 16 de abril de 2014

CRISIS DE AUTORIDAD…

¿Causa del caos establecido?

Hemos dicho y escuchado – sobre todo quienes pasamos medio siglo de vida – que cuando la autoridad – maestro, policía, médico, papá, mamá, pa`í – decía algo se obedecía y punto. No había mayores problemas, nadie ha muerto por ello.

Hoy, la autoridad es rechazada, vilipendiada, desacreditada y frecuentemente, colocada en el banquillo de los acusados, convirtiéndose en blanco preferido de agrias críticas. No es necesario decir que, existen consabidas y honrosas excepciones.

Es que, a diferencia de ayer, quienes ostentan el mote de “autoridad”, no consiguen desapegarse del luciferino concepto del ¡Che la amandava!, porque nunca entendió que, “autoridad” significa servicio. Luego, no es raro que sigan con el afán de dominar  someter a los demás.

Este afán suele aparecer como autoridad despótica, que consiste en querer gente de “segunda” o esclavos. Olvida que a los hombres no se les domina, ni se les desea o se les elige, como si fueran platos de comida, sino que se les respeta.

Entonces vivimos en una sociedad injusta y en ella, triunfan los fuertes, y para triunfar hay que imponerse. Lo que triunfa es la fuerza, no la justicia. Es más, la justicia no es otra cosa que el nombre que se le pone a lo que “me conviene”, a aquel estado de cosas que favorece mis intereses y mi poder. La “justicia” es la ley que el más fuerte impone al más débil.

Así las cosas, la “autoridad” en crisis domina sobre el débil, porque lo considera despreciable e inferior. El “mbareté”  pone a su propio servicio todos los medios de que dispone. Uno de ellos es el dinero, generalmente sucio. Este instrumento se utiliza para abrir todas las puertas, suavizar todas las voluntades y comprar todas las conciencias, sin importar un “pito” prejuicios de tipo moral.

No es que la corrupción y la maldad sean invento nuevo, pero no es menos cierto que, nunca como ahora, la mal entendida autoridad ejerce el poder con ausencia de parámetros éticos, y como si fuera poco, todavía hacen gala de su iniquidad, con  timbre de gloria. Antes, al menos, con cierta dosis de pudor, se trataba de esconder la inmoralidad. Hoy se la exhibe.

Quizá ya no sea posible “enderezar” al corrupto mayor, pues el conocido refrán afirma: “El árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza, pues se ha fortalecido, con el vicio que ha crecido”.  Pero, orientar la esperanza hacia los niños es tarea urgente. Comencemos a disciplinar a los hijos en casa. Disciplinar no es castigar. Disciplinar es: discipular, guiar, enseñar, modelar. Pero ha de evitarse dos extremos: el Permisivismo y el Autoritarismo.


Si tenemos niños sanos, tendremos adultos sanos, autoridades sanas, país sano.

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