¿Causa del caos establecido?
Hemos dicho y
escuchado – sobre todo quienes pasamos medio siglo de vida – que cuando la
autoridad – maestro, policía, médico, papá, mamá, pa`í – decía algo se
obedecía y punto. No había mayores problemas, nadie ha muerto por ello.
Hoy, la
autoridad es rechazada, vilipendiada, desacreditada y frecuentemente, colocada
en el banquillo de los acusados, convirtiéndose en blanco preferido de agrias
críticas. No es necesario decir que, existen consabidas y honrosas excepciones.
Es que, a
diferencia de ayer, quienes ostentan el mote de “autoridad”, no consiguen
desapegarse del luciferino concepto del ¡Che la amandava!, porque nunca entendió que,
“autoridad” significa servicio. Luego, no es raro que sigan con
el
afán de dominar someter a los
demás.
Este afán suele aparecer como autoridad
despótica, que consiste en querer gente de “segunda”
o esclavos. Olvida que a los hombres
no se les domina, ni se les desea o se les elige, como si fueran platos de
comida, sino que se les respeta.
Entonces vivimos en una sociedad injusta
y en ella, triunfan los fuertes, y para triunfar hay que imponerse. Lo que
triunfa es la fuerza, no la justicia. Es más, la justicia no es otra cosa que
el nombre que se le pone a lo que “me conviene”, a aquel estado de cosas que
favorece mis intereses y mi poder. La “justicia” es la ley que el más fuerte
impone al más débil.
Así las cosas, la “autoridad” en crisis
domina sobre el débil, porque lo considera despreciable e inferior. El “mbareté”
pone a su propio servicio todos los medios de que dispone. Uno de ellos
es el dinero, generalmente sucio. Este instrumento se utiliza para abrir todas
las puertas, suavizar todas las voluntades y comprar todas las conciencias, sin
importar un “pito” prejuicios de tipo moral.
No es que la
corrupción y la maldad sean invento nuevo, pero no es menos cierto que, nunca
como ahora, la mal entendida autoridad ejerce el poder con ausencia de
parámetros éticos, y como si fuera poco, todavía hacen gala de su iniquidad,
con timbre de gloria. Antes, al menos,
con cierta dosis de pudor, se trataba de esconder la inmoralidad. Hoy se la
exhibe.
Quizá ya no sea posible “enderezar” al
corrupto mayor, pues el conocido refrán afirma: “El árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza, pues se ha
fortalecido, con el vicio que ha crecido”.
Pero, orientar la esperanza hacia los niños es tarea urgente. Comencemos
a disciplinar a los hijos en casa. Disciplinar no es castigar. Disciplinar es: discipular,
guiar, enseñar, modelar. Pero ha de evitarse dos extremos: el
Permisivismo y el Autoritarismo.
Si tenemos niños sanos, tendremos
adultos sanos, autoridades sanas, país sano.
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