Burla Sangrienta
Acababa el Señor de cubrir su desnudez luego
de la cruel flagelación, y los soldados de Pilato lo someterlo a nuevo martirio,
reuniendo alrededor de él a toda la compañía. Volvieron a desnudarlo y echaron
sobre su lacerado cuerpo un manto de escarlata y pusieron sobre su cabeza una
corona de espinas y en su mano una caña, y de dos en dos, los soldados decían:
¡Salve rey de los judíos!
Al retirarse unos le daban bofetadas,
otros le escupía en la cara, otros le estiraban la barba, otros tomando la caña
lo golpeaban en la cabeza para introducir más en sus sienes, las espinas de la
corona. (cfr. Mt, 27-29)
La hermosa frente y rostro se veían
surcadas por sangre que manaban de las heridas abiertas en su cabeza. Su densa
cabellera estaba empapada de sangre y los atroces dolores que las espinas
causaban, eran sobradamente poderosos para enloquecer.
Las punzantes y largas espinas con los
golpes recibidos, llegaban hasta su cráneo, clavándose en la delicadísima carne
de Jesús, la sangre se esparcía por todo el cuerpo, afeando ojos, labios y todo
el rostro sublime de la inocente víctima.
Sor Catalina Emmerich escribe: “Jesús
sufría una sed terrible; sus heridas calentaban su cuerpo, pero sentía frío; su
carne estaba rasgada hasta los huesos, su lengua estaba contraída; su sangre
que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. Jesús fue
maltratado por espacio de media hora, entre risas, gritos y aplausos de los
soldados”.
Luego fue arrojado a un sucio rincón,
temblando de frío, despedazado, abiertas las heridas de su cuerpo, la cabeza
taladrada por las espinas, los ojos derramando lágrimas, la cara desfigurada
por golpes, las manos atadas al pecho, mechones de cabellos brutalmente
arrancados, por todos burlados, de nadie compadecido, convertido en el
desprecio del mundo, espanto de la plebe….
Aun en este deplorable estado, Jesús
tiene ánimo, para soportar por amor a mí, hombre pecador, mayores torturas y
nuevos martirios. ¿Qué espero para ablandar el corazón, arrepentirme y pedir
perdón por mis pecados? ¿Derramará inútilmente su sangre el Redentor?
Que los sufrimientos de Cristo unan los
corazones de todos los hombres en Él, y nos manifestemos sus grandes amigos,
para que podamos cantar confiados aquella canción triste y lamentosa del
Breviario de Sens (Arzobispado de Francia) del siglo XIII, que dice: “Tu corona de espinas, Señor, corone a tus
amigos con la de oro en tu reino”
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