¡Aplicar el freno… parar un poco..!
Dice el diccionario Cristiano. “Templanza, virtud que modera los deseos de
goce o de placeres. La gama de estos objetos se extiende a todas las
delectaciones, desde los placeres refinados de la estética o de la audición,
hasta los goces carnales.
En
sentido más estricto y formal, la templanza se aplica a moderar los deseos de
goces del tacto. Las especies de la templanza son la virtud de la abstinencia,
por lo que atañe al alimento, la de la sobriedad, relativa a la bebida, y la de
la castidad, que atañe a los placeres sexuales. Dado que la templanza es virtud
cardinal, a ella se refieren las virtudes de mansedumbre, de modestia, de
buenos modales y de sana elegancia”.
Luego, templanza es disciplina interior
del hombre, siendo su beneficio más inmediato, la quietud o tranquilidad de
espíritu. La pregunta, que no siempre tiene respuesta es: ¿Cómo la parte más
íntima del yo, puede desordenarse, a tal punto de autodestruírse? Al viene
a mi memoria el rostro de un hombre de vastos conocimientos, cultivado hablar,
todavía joven, convertido en pordiosero. (Este comentario señala un hecho, no juzga la conciencia del aludido).
¿Por qué hablo, como, bebo y me excedo,
sabiendo que no debo? San Pablo en Romanos
7, 19 responde: “No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero
hacer”.
Templanza es no enceguecerse en la
búsqueda de la satisfacción personal, del propio yo; esto supone renunciar a
mis gustos y deseos, si lo hago en orden a un bien superior. Es decir, en hacer
lo que debo, renunciando a hacer lo que “quiero”.
Pero si renuncio a un placer prohibido
(adulterio o fornicación) – por miserablemente avaro no estoy dispuesto a pagar
los gastos que me acarrea el placer sexual – es una destemplanza, pues, ¿qué virtud
hay en esta “renuncia”?
Abstinencia y castidad, por un lado, y
sobriedad en los deleites del gusto y lujuria, son el antídoto de la templanza.
Todas las tendencias viciosas crean hábitos: exceso de bebidas, placeres
sexuales, drogas, comidas, deseo exagerado de reconocimiento y aplausos,
irritabilidad patológica, deseos de obtener vibrantes adhesiones y hasta
obsesivas manías de buscar novedades.
El desordenado apetito del “instinto por
conocer y experimentar” que nos ofrece el mundo es contrario a la templanza,
pues el desmesurado afán por “saber”, huele más a curiosidad patológica.
A propósito, dice Josef Pieper en
virtudes fundamentales, p 289: “Claro que, muy probablemente, en vista del
atraco a mano armada que se está perpetrando contra los misterios naturales de
la creación, seguirá en vigencia aquello de Goethe de que: <si no
pretendiésemos saber todo con tanta exactitud, puede que conociéramos mejor las
cosas>
Bueno y necesario es cultivar la mente
(prudencia); pero no menos necesario y urgente es fortalecer y sosegar la
voluntad, el espíritu (fortaleza), para disciplinar la conducta (templanza).
Una conducta como la descrita es, prudente, justa, fuerte y templada.
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