Con Solidaridad, Amor y Magnanimidad
A
menos que den a la riqueza acumulada un uso social - dice A. Balbuena- los
ricos serán antidemócratas e injustos, es decir, formarán parte de una justicia
verbal o formal, pero no de una justicia real, y harán transparente eso que
dijeron los Padres de la Iglesia: “Que el rico es ladrón, hijo de ladrón o
nieto de ladrón, pues no es justicia tener lo común por público y lo privado
como propio”
A propósito del comentario precedente,
es oportuno y pertinente recordar la primera Encíclica de Benedicto XVI “Deus
Caritas Est”, la que incluye
una insoslayable cita de San Agustín, que pareciera haber sido escrita para hoy
y para nuestro país: “Remota itaque iustitia, quid sunt regna nisi magna
latrocinia”, esto es: “Un estado que no se rigiera según la justicia, se
reduciría a una banda de ladrones”.
¿Quién, moralmente sano podría gozar de
lo superfluo cuando otros mueren por falta de lo necesario? ¿Hasta dónde y
hasta cuándo gobernará la codicia insensata de los ricos? ¿Acaso son los únicos
habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsan de sus posesiones a indios y
campesinos que tienen la misma naturaleza humana?
¿Esperan vivir en carne propia la
experiencia que el notable economista John
Kenneth Galbraith llamó “la cultura de la satisfacción”,
consistente en: “Una minoría de satisfechos encerrados en fortalezas y
sitiados por millones de marginados”
La tierra ha sido dada por Dios para
todos, ricos y pobres. ¿Por qué se arrogan, los poderosos el derecho exclusivo
del suelo, que es de todos?. Nadie es rico por naturaleza. Nacemos desnudos,
sin oro ni plata, necesitados de alimentos, vestidos y bebidas; todos nacemos
indigentes y con tendencia al mal.
En el sepulcro todos somos iguales,
aunque el salón velatorio sea diferente. ¿Quién puede establecer clases entre
cadáveres? ¡Excave de nuevo el sepulcro y diga si puede diferenciar al rico del
pobre! No. Entonces… ¿por qué separarnos por culpa de la propiedad que unos
tienen y otros, carecen?
“No conozco – escribe Tocqueville –
ningún otro país donde el amor al dinero ocupe un lugar más grande en el
corazón del hombre, y en donde se profese un desprecio más profundo por la
teoría de la igualdad permanente de los bienes” (cfr. El hombre animal no
fijado – Carlos Díaz p. 50).
Este comentario no pretende causar
malestar y ciertamente así será, pues hay gente que ha trabajado, sudado y
sufrido para obtener limpiamente sus logros. Después de todo, el dinero no es
el problema, pues en sí mismo, ni es bueno ni malo.
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