¡LA GRAN REINA!
El problema de la sinceridad y de la
mentira ha gozado siempre de una importancia excepcional, como atestiguan
ingentes trabajos de los Padres de la
Iglesia, teólogos y estudiosos de diversas tendencias.
La mentira ha crecido de manera
alarmante, debido a que la falta de sinceridad ha tomado vertiginosa carrera
ultrajando la verdad con palabras y acciones, mediante astucias y engaños de
todo género, tanto en las conversaciones ordinarias como en los asuntos
importantes y urgentes.
La mayor parte de los moralistas han
seguido el pensamiento de san Agustín y santo Tomás, definiendo la mentira como
un lenguaje contrario al propio
pensamiento con la voluntad de engañar. Por consiguiente, tres elementos se
necesitan para mentir:
1. La falsedad material, que implica la oposición entre la palabra
y el pensamiento, y no simplemente entre la palabra y la verdad. Por tanto, si
uno declara una cosa en falso, juzgándola verdadera, comete un error y dice una
falsedad, pero no una mentira.
2. La falsedad normal, que consiste en la voluntad de decir lo
contrario de lo que se piensa, aunque la cosa dicha sea verdadera, es decir,
para que sea mentira, debe tenerse en cuenta el elemento subjetivo, pudiendo
mentir incluso, diciendo la verdad sin saberlo.
3. Finalmente, la voluntad de engañar, que es rehusar la verdad debida.
La mentira vive cómoda en el reino de
las intrigas, subterfugios, sofismas, cálculos utilitaristas, etc. Así las
cosas, es doloroso constatar que hasta personas
piadosas y honestas, firmes y decididas, frente a leves adversidades
desfallecen y caen fácilmente en la costumbre de mentir.
De este triste fenómeno no se excluyen
ni los padres ni los educadores, los cuales, a causa de su mal ejemplo,
difícilmente logran forma caracteres íntegros y leales. La educación en la
veracidad presupone en el educador una lealtad y sinceridad a toda prueba en la
vida.
Es hora de desterrar y condenar métodos
pedagógicos basados en la falsedad, en los sofismas y en la doblez eliminando
la tradicional y perversa mentira piadosa,
en el cotidiano vivir. Las primeras víctimas son los niños, gestados en la
imitación de los adultos.
Un desafío de gran caridad en la
educación actual es curar la mentira
patológica, cuyo autor cree y acepta como verdaderas. Los de mente débil no
dominan sus falsas afirmaciones y acaban por no distinguir los límites de la
verdad y de la mentira, como fácilmente puede observarse en la jactancia y
fanfarronería de paranoicos, histéricos, histriónicos, pastores de esta y aquella
secta, ciertos medios de información social que con frecuencia trabajan por doblegar
a la opinión pública… y tantísimos políticos.
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