viernes, 7 de noviembre de 2014

MENTIRA

¡LA GRAN REINA!

El problema de la sinceridad y de la mentira ha gozado siempre de una importancia excepcional, como atestiguan ingentes trabajos  de los Padres de la Iglesia, teólogos y estudiosos de diversas tendencias.

La mentira ha crecido de manera alarmante, debido a que la falta de sinceridad ha tomado vertiginosa carrera ultrajando la verdad con palabras y acciones, mediante astucias y engaños de todo género, tanto en las conversaciones ordinarias como en los asuntos importantes y urgentes.

La mayor parte de los moralistas han seguido el pensamiento de san Agustín y santo Tomás, definiendo la mentira como un lenguaje contrario al propio pensamiento con la voluntad de engañar. Por consiguiente, tres elementos se necesitan para mentir:

1. La falsedad material, que implica la oposición entre la palabra y el pensamiento, y no simplemente entre la palabra y la verdad. Por tanto, si uno declara una cosa en falso, juzgándola verdadera, comete un error y dice una falsedad, pero no una mentira.

2. La falsedad normal, que consiste en la voluntad de decir lo contrario de lo que se piensa, aunque la cosa dicha sea verdadera, es decir, para que sea mentira, debe tenerse en cuenta el elemento subjetivo, pudiendo mentir incluso, diciendo la verdad sin saberlo.

3. Finalmente, la voluntad de engañar, que es rehusar la verdad debida.

La mentira vive cómoda en el reino de las intrigas, subterfugios, sofismas, cálculos utilitaristas, etc. Así las cosas, es doloroso constatar que hasta personas piadosas y honestas, firmes y decididas, frente a leves adversidades desfallecen y caen fácilmente en la costumbre de mentir.

De este triste fenómeno no se excluyen ni los padres ni los educadores, los cuales, a causa de su mal ejemplo, difícilmente logran forma caracteres íntegros y leales. La educación en la veracidad presupone en el educador una lealtad y sinceridad a toda prueba en la vida.

Es hora de desterrar y condenar métodos pedagógicos basados en la falsedad, en los sofismas y en la doblez eliminando la tradicional y perversa mentira piadosa, en el cotidiano vivir. Las primeras víctimas son los niños, gestados en la imitación de los adultos.

Un desafío de gran caridad en la educación actual es curar la mentira patológica, cuyo autor cree y acepta como verdaderas. Los de mente débil no dominan sus falsas afirmaciones y acaban por no distinguir los límites de la verdad y de la mentira, como fácilmente puede observarse en la jactancia y fanfarronería de paranoicos, histéricos, histriónicos, pastores de esta y aquella secta, ciertos medios de información social que con frecuencia trabajan por doblegar a la opinión pública… y tantísimos políticos.

Por encima de toda consideración perversa y utilitarista, con la ayuda de Cristo, debemos fomentar el culto a la Verdad, que hace al hombre semejante a Dios, suma virtud que lo ennoblece a sí mismo y ante la sociedad. ¡Podemos… si queremos!     (Fuente: Diccionario Enciclopédico de Teología Moral – Ediciones Paulinas 1.980) 

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