¿EFICAZ ELEMENTO IDIOTIZANTE?
Quizás el
término "idiotizante" es fuerte, pero a la vez es innegablemente
cierto. Vemos cómo mucha gente pasa demasiado tiempo atornillados a su teléfono celular usando Whatsapp y “dedeando
y delirantes” a tal punto de ignoran a la gente que tienen
al lado, incluso hasta de sus propios familiares.
Esta patología social
interrumpe
conversaciones cuando un "ruidito" suena e irrumpe entre dos o más
seres humanos que intentaban, sin suerte, mirarse y hablar. Ni siquiera respeta
momentos como Navidad, Año Nuevo, Fiestas
Patrias, Celebraciones litúrgicas…. ¡Nada, absolutamente nada importa! … en vez
de compartir con la familia o con los amigos, lo comparten con su teléfono.
Sobre el punto, traigo a colación un gracioso comentario del hermano José
(01.09.14):
“En el pueblo de
Movilete nadie hablaba con nadie. Una epidemia había infectado desde hacía
tiempo a todos. Cada vecino, desde el recién nacido hasta el abuelo más longevo
vivían su vida pegados a su móvil, como si fuera un órgano más de su cuerpo.
Nadie te miraba, no decían ni pío, casi
habían perdido el habla. Todos se comunicaban a base de mensajes. Los WhatsApp
eran el lenguaje vecinal. Se habían
olvidado hasta del tomo de voz de los suyos y de los vecinos. Eran como
espectros que deambulaban lentamente, con el móvil en la mano, totalmente
absortos e idiotizados, sin levantar la mirada hacia el horizonte y las
personas.
Se peleaban, se saludaban, se
felicitaban, se odiaban vía internet. No había otro modo de entenderse. Muchos
ya no se molestaban en acercarse a Movilete. ¿Por qué ir si los sentidos ya no
valían? Era otro modo de vivir menos humano, más automático y frío. Les había
nacido a todos un nuevo apéndice en su cuerpo, al que adoraban como verdadero
dios. La gente hablaba sin pensar, veían sin mirar, comparaban si ver. Todo un
“camposanto” de muertos vivientes….”
Es decir,
caminar, conducir, orar o bañarse mientras
se “dedea” (darle con desesperada impaciencia el dedo al tecladito) un celular,
los ojos fijos en la pantallita, sonrisa “tavyronga”
o rictus desagradables, ya no escandaliza ni impresiona: el sometimiento y la
esclavitud, sencillamente ya es parte del paisaje urbano. Se ha caído en la
adicción.
Así se colabora
con el desapego a valores del compartir y se reemplaza por lo instantáneo y
fugaz, todo como un deseo apocalíptico de vivir, como si mañana se fuera a acabar
el mundo y sólo quedase el hoy. La tecnociencia vuelve arrogante y sabihondo al
joven – y no tan joven – que embiste a todo y a todos…ignorando que son sólo “tigres de cartón”
De ahí que, en
el terreno pedagógico, la crisis del joven implique también la crisis de la
pedagogía y de los pedagogos. (cfr. Carlos Díaz –¿Es grande ser joven? p. 34).
Luego, no será sorpresa que el adicto a su teléfono móvil – siempre distraído - se reconozca en la famosa frase de Oscar
Wilde: “Disculpe, no lo había reconocido: He cambiado mucho” (p.23).
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