lunes, 24 de noviembre de 2014

MI TELÉFONO MÓVIL SOY “YO”

¿EFICAZ  ELEMENTO  IDIOTIZANTE?

Quizás el término "idiotizante" es fuerte, pero a la vez es innegablemente cierto. Vemos cómo mucha gente pasa demasiado tiempo atornillados a su teléfono celular usando Whatsapp y “dedeando y delirantes” a tal punto de ignoran a la gente que tienen al lado, incluso hasta de sus propios familiares.

Esta patología social interrumpe conversaciones cuando un "ruidito" suena e irrumpe entre dos o más seres humanos que intentaban, sin suerte, mirarse y hablar. Ni siquiera respeta momentos como Navidad, Año Nuevo, Fiestas Patrias, Celebraciones litúrgicas…. ¡Nada, absolutamente nada importa! … en vez de compartir con la familia o con los amigos, lo comparten con su teléfono. 

Sobre el punto, traigo a colación un gracioso comentario del hermano José (01.09.14):
En el pueblo de Movilete nadie hablaba con nadie. Una epidemia había infectado desde hacía tiempo a todos. Cada vecino, desde el recién nacido hasta el abuelo más longevo vivían su vida pegados a su móvil, como si fuera un órgano más de su cuerpo.

Nadie te miraba, no decían ni pío, casi habían perdido el habla. Todos se comunicaban a base de mensajes. Los WhatsApp eran el lenguaje vecinal.  Se habían olvidado hasta del tomo de voz de los suyos y de los vecinos. Eran como espectros que deambulaban lentamente, con el móvil en la mano, totalmente absortos e idiotizados, sin levantar la mirada hacia el horizonte y las personas.

Se peleaban, se saludaban, se felicitaban, se odiaban vía internet. No había otro modo de entenderse. Muchos ya no se molestaban en acercarse a Movilete. ¿Por qué ir si los sentidos ya no valían? Era otro modo de vivir menos humano, más automático y frío. Les había nacido a todos un nuevo apéndice en su cuerpo, al que adoraban como verdadero dios. La gente hablaba sin pensar, veían sin mirar, comparaban si ver. Todo un “camposanto” de muertos vivientes….”

Es decir, caminar, conducir, orar o bañarse mientras se “dedea” (darle con desesperada impaciencia el dedo al tecladito) un celular, los ojos fijos en la pantallita, sonrisa “tavyronga” o rictus desagradables, ya no escandaliza ni impresiona: el sometimiento y la esclavitud, sencillamente ya es parte del paisaje urbano. Se ha caído en la adicción.

Así se colabora con el desapego a valores del compartir y se reemplaza por lo instantáneo y fugaz, todo como un deseo apocalíptico de vivir, como si mañana se fuera a acabar el mundo y sólo quedase el hoy. La tecnociencia vuelve arrogante y sabihondo al joven – y no tan joven – que embiste a todo y a todos…ignorando que son sólo “tigres de cartón

De ahí que, en el terreno pedagógico, la crisis del joven implique también la crisis de la pedagogía y de los pedagogos. (cfr. Carlos Díaz –¿Es grande ser joven? p. 34). Luego, no será sorpresa que el adicto a su teléfono móvil – siempre distraído - se reconozca en la famosa frase de Oscar Wilde: “Disculpe, no lo había reconocido: He cambiado mucho” (p.23).

Este comentario no es carga de resentimiento contra persona alguna, sí, un toque de atención que señala la trampa de la adicción, por uso equivocado de una herramienta tan útil y provechosa.

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