¡DESAFORADA AUTOLATRÍA!
El tema de este comentario que nos ocupa es la célebre afirmación de
San Pablo: ¡Todos pecaron y están privados de la presencia de Dios! (Rom.3-23).
El mundo posmoderno ha perdido el sentido de pecado. Este flagelo sufrimos gobernados - considerados ciudadanos de segunda categoría y, gobernantes - quienes se consideran - en general - ciudadanos de primera, con "derecho de pretores".
Nuestra meditación – había dicho el P. Cantalamessa - cumpliría su
finalidad, aunque sólo consiguiera conmover nuestra inconmovible seguridad de
fondo y concebir un saludable espanto frente al enorme peligro que representa
para nosotros, no el pecado, sino la simple posibilidad de pecar. Ese terror se
convertiría, entonces, en nuestro mejor
aliado en la lucha contra el pecado. “Tiemblen y no pequen más”, dice el Salmo
4,5. “Vosotros aun no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra
el pecado” (Hebreos 12, 4)
Este terror, podríamos comparar con el espanto que produce el
siguiente ejemplo: “Si un día, al levantarte de la cama, caes en la cuenta que
dormiste toda la noche con una repugnante como venenosa serpiente, aovillada en
la esquina de tu cuarto...” ¿Cómo te sentirías?
El Paraguay vive actualmente un momento
difícil de pauperización, de degradación económica y ética, y de agudización de
los vicios que corrompen a la sociedad, en un momento cumbre del proceso de
decadencia en el que se encuentra desde hace muchos años. Ya no sólo se
sobrevive soportando la pobreza, la corrupción y la podredumbre, sino que el
coraje y la esperanza se han aletargado, en una especie de resignación que
resulta peor que los males que enfrentamos. (cfr. Dr. Héctor Farina - Enfoque Paraguay - domingo, 16.09.2007).
El pecado fundamental lo identifica San Pablo en la impiedad. La
impiedad consiste en la negativa de glorificar y dar gracias a Dios. Consiste,
podríamos decir en “ignorar” a Dios, donde ignorar no significa
precisamente “no saber que Dios existe”, sino con estúpida prepotencia, “hacer
o vivir como si Dios no existiera”
Esta negativa ha tomado cuerpo, concretamente en la idolatría, en que
se adora a la criatura en lugar del Creador. En la idolatría el hombre se hace
un dios y no acepta a Dios. “El hombre se vuelve el alfarero y Dios, el
vaso” pues hay una desobediencia y hasta un soberbio desafío a Dios.
Hay una idolatría larvada que sigue estando presente en el mundo. Si
la idolatría es “adorar la obra de las propias manos”, si idolatría es “poner a
la criatura en lugar del Creador” yo soy idólatra cuando pongo a la criatura –
mi criatura, la obra de mis manos – en lugar del Creador. Mi criatura puede ser el cargo político, la
carrera por el poder. La Iglesia que construyo, la familia que estoy criando,
el hijo que he traído al mundo (¡cuántas madres, también las cristianas, sin
darse cuenta, hacen de su hijo, especialmente si es único, su dios!); puede ser
el trabajo que hago, el libro que escribo, la escuela que dirijo, mi profesión…
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