jueves, 13 de noviembre de 2014

EL MISTERIO DE LA INIQUIDAD (I)

¡DESAFORADA  AUTOLATRÍA!

El tema de este comentario que nos ocupa es la célebre afirmación de San Pablo: ¡Todos pecaron y están privados de la presencia de Dios! (Rom.3-23). El mundo posmoderno ha perdido el sentido de pecado. Este flagelo sufrimos gobernados - considerados ciudadanos de segunda categoría y, gobernantes - quienes se consideran - en general - ciudadanos de primera, con "derecho de pretores".

Nuestra meditación – había dicho el P. Cantalamessa - cumpliría su finalidad, aunque sólo consiguiera conmover nuestra inconmovible seguridad de fondo y concebir un saludable espanto frente al enorme peligro que representa para nosotros, no el pecado, sino la simple posibilidad de pecar. Ese terror se convertiría, entonces,  en nuestro mejor aliado en la lucha contra el pecado. “Tiemblen y no pequen más”, dice el Salmo 4,5. “Vosotros aun no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado” (Hebreos 12, 4)

Este terror, podríamos comparar con el espanto que produce el siguiente ejemplo: “Si un día, al levantarte de la cama, caes en la cuenta que dormiste toda la noche con una repugnante como venenosa serpiente, aovillada en la esquina de tu cuarto...” ¿Cómo te sentirías?

El Paraguay vive actualmente un momento difícil de pauperización, de degradación económica y ética, y de agudización de los vicios que corrompen a la sociedad, en un momento cumbre del proceso de decadencia en el que se encuentra desde hace muchos años. Ya no sólo se sobrevive soportando la pobreza, la corrupción y la podredumbre, sino que el coraje y la esperanza se han aletargado, en una especie de resignación que resulta peor que los males que enfrentamos. (cfr. Dr. Héctor Farina - Enfoque Paraguay - domingo, 16.09.2007).

El pecado fundamental lo identifica San Pablo en la impiedad. La impiedad consiste en la negativa de glorificar y dar gracias a Dios. Consiste, podríamos decir en “ignorar” a Dios, donde ignorar no significa precisamente “no saber que Dios existe”, sino con estúpida prepotencia, “hacer o vivir como si Dios no existiera”

Esta negativa ha tomado cuerpo, concretamente en la idolatría, en que se adora a la criatura en lugar del Creador. En la idolatría el hombre se hace un dios y no acepta a Dios. “El hombre se vuelve el alfarero y Dios, el vaso” pues hay una desobediencia y hasta un soberbio desafío a Dios.

Hay una idolatría larvada que sigue estando presente en el mundo. Si la idolatría es “adorar la obra de las propias manos”, si idolatría es “poner a la criatura en lugar del Creador” yo soy idólatra cuando pongo a la criatura – mi criatura, la obra de mis manos – en lugar del Creador.  Mi criatura puede ser el cargo político, la carrera por el poder. La Iglesia que construyo, la familia que estoy criando, el hijo que he traído al mundo (¡cuántas madres, también las cristianas, sin darse cuenta, hacen de su hijo, especialmente si es único, su dios!); puede ser el trabajo que hago, el libro que escribo, la escuela que dirijo, mi profesión…

Además, está el principal ídolo que es mi mismo “YO”. En el fondo de toda idolatría, está en efecto, la autolatría, el culto de sí mismo, el amor propio, el ponerse a sí mismo en el centro y en el primer lugar del universo, sacrificando todo lo demás al “reino de mi YO”. 

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