Perversa Cultura
El diccionario dice: “Simular es hacer aparecer como real algo que
no lo es. Simular una enfermedad…”.
Luego, simular es fingir, representar algo que no es realidad.
Es común en la vida cotidiana ver
personas que sin contar con capacidad económica, para vivir normalmente conforme
a sus ingresos, llegan a gastar
cantidades de dinero, muy superior a sus salarios. Calzados, ropas, reloj y
tantísimos objetos más.
Cabe suponer, por tanto que, el fin de
esta conducta es proyectar imagen que influya de modo positivo en los demás.
Cuando el individuo habitualmente gasta más de lo que puede, esta patología se
vuelve cultura. Hábito en aparentar lo que no se es, es decir, simular.
Así las cosas, la simulación puede
ejercerse en distinto ámbitos de la vida cotidiana: en la política, en la
justicia, en casa, en el trabajo, en la economía, en el hablar, etc., es decir,
se convierte en un modus vivendi, en un estilo de vida. Luego, se vive
ostentando, fingiendo, mintiendo, al venderse
al mundo con un marketing personal, simulando ser qué o quién,
no es.
Siguiendo esta línea de pensamiento, no
es raro advertir que la simulación pueda metamorfosearse en aparente verdad y
así, tenemos una “verdad” fracturada en mil pedazos: una “verdad” para los amigos,
otra para los clientes, una más para la prensa, más una para la esposa y otras
para lo que ….. se imagine.
Luego nos quejamos de esta sociedad hipócrita, falsamente libre. No
caemos en la cuenta que el aire que respiramos es el mismo para todos, buenos y
malos. Un ejemplo inocentemente patético
de simulación al uso nos enseña su
majestad, el fútbol: ¿Cuántos jugadores no caen revolcándose aparatosamente,
proyectando indicios de intenso dolor… pero cuando el árbitro sanciona la
falta, el lastimado, casi muerto, se incorpora alegremente regresando a su
posición? ¡Esto es cátedra de simulación!
¿Y quién no ha visto a niños - en canchitas de barrio o en plazas jugando
al fútbol - hacer los mismos gestos que el ídolo de turno?
Quizá el fingir tenga su raíz en la baja autoestima, pues quien se ama
y valora a sí mismo, no necesita de máscaras, títulos ni prótesis de ninguna laya.
Le basta con ser lo que es, porque sabe que teniendo cosas o no, la persona es un
privilegio en el mundo.
Somos más que un montón de materia, más que una linda “carrocería”. Somos
seres dotados de inteligencia, voluntad y libertad. ¿Necesitamos cubrirnos de brillantes
cartones o adornos de lata? ¿No somos acaso verdaderas joyas de la creación?
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