¿..Qué dice: “Cállese o, puedo ayudarle”?
Los hombres somos diferentes, porque
somos irrepetibles, Vivimos situaciones diferentes, nuestro carácter, gustos,
biografía, hábitos adquiridos y cultura son distintos.
La diferencia es una riqueza que no riñe
con la igualdad, si entendemos ésta como ausencia de inferioridad. Los
hombre somos iguales porque somos semejantes y al mismo tiempo, distintos.
La semejanza procede del hecho que somos Persona, dueña de razón, voluntad y
libertad. (Fundamentos de Antropología – Ricardo Yepes S. p. 321)
La diferencia de situaciones y la
limitación humana de recursos, conocimientos y capacidades, siempre presente,
de modo espontáneo y natural se de la inferioridad
y superioridad de unos hombres frente a otros. Estas superioridades nunca son
absolutas, sino relativas, y por tanto, adquiridas: del mismo modo que
aparecen, se extinguen con el paso del tiempo. Entonces, aparece la autoridad, que dispone la de la libertad
del otro, en orden a un bien.
Por tanto, el sentido de autoridad es disponer de la libertad de
otros hacia los bienes que necesitan, y que por sí solos no pueden alcanzar.
Todo lo que se aparte de esto implica corrupción de la autoridad, es decir,
autoritarismo y prostitución de la libertad de otros y de los bienes comunes.
La perversión de la autoridad es el más grave daño que puede sufrir la
comunidad.
Así las cosas, la autoridad nadie la tiene por nacimiento; por
tanto, nunca es natural, sino adquirida; se llega a ella, no se nace con ella.
Ningún hombre puede apropiársela, solamente puede recibirla cuando
otros se la otorgan. No hay nada que dignifique más al hombre que ser
una autoridad justa, y nada que le degrade más a él y a los otros, que ser una
autoridad injusta, pues se vuelve corrupta.
Y cuando la autoridad sufre de “síndrome de diocesillo”, utilizando el
cargo como un Olimpo para ser vitoreado, aplaudido y elogiado como único
salvador de las “catástrofes cósmicas”, se avecina el más deleznable sistema
político conocido: la dictadura.
Así las cosas, debiéramos hacernos dos
ineludibles preguntas: (1) ¿Cómos son nuestras autoridades? Y, (2) ¿Cuánta
culpa tenemos todos y cada uno de nosotros, si nuestras autoridades son,
corruptas y despreciables?
La participación ciudadana en la “vida
cívica” es impostergable. Lamentarse con el conocido refrán de: “Cada
pueblo tiene la autoridad que se merece”, es una trágica ironía. Si es
así, ¿por qué día y noche nos plagueamos?
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