jueves, 17 de octubre de 2013

¡SOY LA AUTORIDAD! (I)


¿..Qué dice: “Cállese o, puedo ayudarle”?

Los hombres somos diferentes, porque somos irrepetibles, Vivimos situaciones diferentes, nuestro carácter, gustos, biografía, hábitos adquiridos y cultura son distintos.

La diferencia es una riqueza que no riñe con la igualdad, si entendemos ésta como ausencia de inferioridad. Los hombre somos iguales porque somos semejantes y al mismo tiempo, distintos. La semejanza procede del hecho que somos Persona, dueña de razón, voluntad y libertad. (Fundamentos de Antropología – Ricardo Yepes S. p. 321)

La diferencia de situaciones y la limitación humana de recursos, conocimientos y capacidades, siempre presente, de modo espontáneo y natural se de la inferioridad y superioridad de unos hombres frente a otros. Estas superioridades nunca son absolutas, sino relativas, y por tanto, adquiridas: del mismo modo que aparecen, se extinguen con el paso del tiempo. Entonces, aparece la autoridad, que dispone la de la libertad del otro, en orden a un bien.

Por tanto, el sentido de autoridad es disponer de la libertad de otros hacia los bienes que necesitan, y que por sí solos no pueden alcanzar. Todo lo que se aparte de esto implica corrupción de la autoridad, es decir, autoritarismo y prostitución de la libertad de otros y de los bienes comunes. La perversión de la autoridad es el más grave daño que puede sufrir la comunidad.

Así las cosas, la autoridad nadie la tiene por nacimiento; por tanto, nunca es natural, sino adquirida; se llega a ella, no se nace con ella. Ningún hombre puede apropiársela, solamente puede recibirla cuando otros se la otorgan. No hay nada que dignifique más al hombre que ser una autoridad justa, y nada que le degrade más a él y a los otros, que ser una autoridad injusta, pues se vuelve corrupta.

Y cuando la autoridad sufre de “síndrome de diocesillo”, utilizando el cargo como un Olimpo para ser vitoreado, aplaudido y elogiado como único salvador de las “catástrofes cósmicas”, se avecina el más deleznable sistema político conocido: la dictadura.

Así las cosas, debiéramos hacernos dos ineludibles preguntas: (1) ¿Cómos son nuestras autoridades? Y, (2) ¿Cuánta culpa tenemos todos y cada uno de nosotros, si nuestras autoridades son, corruptas y despreciables?

La participación ciudadana en la “vida cívica” es impostergable. Lamentarse con el conocido refrán de: “Cada pueblo tiene la autoridad que se merece”, es una trágica ironía. Si es así, ¿por qué día y noche nos plagueamos?



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