jueves, 10 de octubre de 2013

LOS “SIETE” PECADOS CAPITALES (IV)

LA  IRA

La ira puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enojo. Estos sentimientos se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacía uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos), fanatismo en creencias políticas y generalmente deseando hacer mal a otros.


La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo, por ejemplo, por celos). Dante describe a la ira como «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento».

Dice la Biblia: Somos seres humanos vulnerables y por tanto nos dejamos arrastrar por nuestras emociones; especialmente la ira. Hay distintos tipos de ira. Por ejemplo, a veces la ira proviene del egoísmo o de las sospechas infundadas.

En otros casos se trata de un tipo de ira que a veces contamina el espíritu y el intelecto por muchos años, y explota ante la más mínima provocación.

Es obvio que se comete una injusticia al hacer a la otra persona, el blanco de nuestra ira injustificada. Sin embargo, en muchos casos la ira que sentimos está justifica. Es para nosotros un mecanismo de defensa, un modo de tratar de impedir que los demás continúen hiriéndonos.

Afirma Magaly Llaguna: El mantener dentro de nosotros la ira, no solo acarrea consecuencias psicológicas como la depresión y espirituales como el pecado, sino que también tiene dañinas consecuencias físicas: ataques al corazón, todo tipo de enfermedades debido a un sistema inmunológico debilitado y según algunos estudios, predisposición al cáncer.

Inclusive, la ira reprimida causa depresión y hasta podría llevar al suicidio o al homicidio. Afirma el psiquiatra Dr. Frank Minirth: "La ira es probablemente el mayor riesgo a la salud y la principal causa de muertes."

Es imposible que una persona pueda lidiar con un problema y resolverlo, si se niega a admitir que éste existe. Si no somos honestos con nosotros mismos, admitimos que sentimos ira, buscamos en nuestro interior la causa, y lidiamos con ella; no podremos tener verdadera paz. Aún peor: nos costará mucho más trabajo crecer en santidad y convertirnos en la persona que Dios nos llama a ser.



Uno de los frutos del Espíritu Santo es precisamente el dominio de sí mismo.

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