Violado,
humillado, golpeado, por sus propios Patrio-teros
Esta semana el país fue sorprendido por un terrible “tsunami” que
desempolvó (confirmó) lo que todos sabíamos kurí: “Que el Estado es nomás loo corrupto,
porque entre otras lindezas, “fagocita” alrededor del 95% de presupuesto
general de gastos de la nación.
Esta práctica de larga data era conocida “sotto voce”: funcionarios
públicos de cierto rango, de aquí y de allá, han cargado instituciones del
Estado de compadres, parientes, chongos y demás planilleros, inflando
innecesaria y desesperadamente el gasto, que todos pagamos.
¡Pobre
angá Paraguay!, traicionado, vilipendiado, rifado y aplastado por sus
propios hijos (IPS, Congreso Nacional, Gobernaciones, Municipalidades, entre
otros, como por ejemplo, el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) donde
el 87% del funcionariado es administrativo, mientras que solo el 13% es
personal técnico enfocado al agro.(UH 20.10.13 p.8).
Al punto surgen preguntas: ¿Interesa realmente a autoridades quienes
asumieron libremente el cargo, la salud, la educación, el bienestar, el bien
común, la justicia y la decencia de los que vivimos en este suelo patrio? ¿Les
importa la casi nula credibilidad del pueblo hacia ellos? ¿No viven
enriqueciéndose en este mismo país, ellos, mediocres funcionarios y malos
políticos, quienes nos hablan hasta el hartazgo de democracia, mientras más nos
hunden en la desgracia?
El colmo se da cuando acceden a los medios de información - donde no debieran tener espacio, porque,
¿qué tiene que decir un corrupto? – y se declaran victimas de atroz
campañas de desprestigio. ¿Necesita esta despreciable fauna alguien que los
desprestigie, cuando ellos mismos ventilan desvergonzadamente sus faraónicos
pecados?
Y hablando de pecados: ojalá quienes se arrodillaron – (también quienes no) ante Nick, el predicador
australiano - y tengan en su haber cuentas con la justicia, con el pueblo y
con su conciencia (si todavía la tienen), provoque el siguiente resultado:
Devolver y reparar todos los daños causados – cuatro veces más, como Mateo, recaudador arrepentido – al pueblo
quebrado, enfermo y saqueado por quien deberían velar, y a quien dicen
servir.
El chiquero y la hediondez no tienen la última palabra. La parábola del
hijo pródigo es diáfanamente esperanzadora. No importa cuán hundido estén en el
fango del pecado, no importa que tan bajo hayan caído, incluso, al nivel de
aborto social, ¡no importa!. Sí, importa
y mucho, querer cambiar!
La revolución personal – dirá Mounier
- es el proceso que nace en el mismo instante en que se toma conciencia de la
falla y se decide mutar radicalmente los malos hábitos y costumbres, como lo hizo
el hijo pródigo. Mientras tanto, propongo humildemente, recordar a políticos,
parlamentarios, funcionarios públicos esta realidad: están viviendo en Paraguay,
aunque, por la grosera ostentación que hacen gala, parecieran ciudadanos
residentes en Dubai o en Mónaco.
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