Reflexión
El relato evangélico presenta la parábola del
rico Epulón y el pobre Lázaro. (Lc. 16.19-31). Aunque el nombre del rico no se
menciona en el relato, se le llama el rico “Epulón” y muchas personas creen que
ese es su nombre - y hasta lo escriben con mayúscula. Lo cierto es que Epulón
es un adjetivo que significa: “hombre que come y se regala mucho”.
La parábola, con cierto aire escatológico (final
de los tiempos), nos muestra el contraste entre un hombre rico que gozaba de
banquetear y darse buena vida, y un pobre mendigo que se acercaba a la puerta
de la casa del rico con la esperanza de comer algo “de lo que tiraban de la
mesa del rico”. De la lectura no surge que el hombre rico fuera malo.
Tan solo que era rico y que disfrutaba de su
riqueza (que de por sí no es malo), lo que nos da a entender que ponía su
confianza en esa riqueza y de nada le sirvió, a juzgar por el final que tuvo.
Hoy nosotros debemos preguntarnos, ¿hay algo que alguien pueda decirnos (aún
con el dramatismo de la aparición de un muerto resucitado) que añada algo al
mensaje de Jesús?
La Palabra, válida para el creyente y no
creyente, como el pasaje de hoy, nos interpela, nos llama a hacer una opción,
recordándonos que para nosotros también habrá un juicio. ¿En qué o en quién
vamos a poner nuestra confianza? ¿En nuestra fuerzas, nuestras capacidades,
nuestras habilidades, nuestras posesiones materiales? ¿O, por el contario,
vamos a poner nuestra confianza en nuestro Señor y Salvador y seguir sus
enseñanzas?
Así las cosas, tres pecados podríamos
señalar a Epulón:
1º) Ignorancia: Epulón “ignoró” al pobre
lázaro, mendigo, “arriero peró”, gente de poca monta, incluso, indeseable, etc.
2º) Indiferencia: Opuesto al Amor. Que
ni siquiera es odio, pues quien odia, recuerda con desagrado al odiado. El
indiferente, ni aun, eso.
3º- No tuvo en cuenta el “Kairos”
que significa, “tiempo de Dios”, que no es el tiempo cronológico del hombre.
Jamás tuvo en cuenta que el Jefe y Maestro dijo: “Estén despiertos, vigilantes,
porque vendré como un ladrón”
Esta petición adquiere todo su sentido
dramático referida a la tentación final
del combate en la tierra: pide la perseverancia final: “Mira que vengo como
ladrón. Dichosos el que está en vela, despierto” (Ap. 16, 15).
Independientemente de que crea,
guste o disguste, esta realidad nos alcanzará a todos. Lo prudente es tomar
nota del aviso, para no lamentar dolorosamente,
demasiado tarde.
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