¿POR OPCIÓN O POR IMPOSICIÓN?
A priori, ser pobre es malo. No hace
falta enorme desgaste mental para imaginar que Dios no quiere la miseria, la
pobreza o el hambre que son un mal. Antes bien, quiere que todos sus hijos
tengan lo necesario para vivir y así puedan desarrollarse como dignas personas.
Hay pobrezas intolerables y aun necesarias y humanas, y también inhumanas, y
por tanto, intolerables. Sabemos que la pobreza no es un acto espontáneo sino
que es – en larga medida – producto de mecanismos de explotación y de la
alarmante injusticia contra los más débiles y desposeídos.
Basta mirar para advertir con pena cómo abundan
y crecen estancias, granjas y gallineros de gobernantes repletos de ganados y ponedoras
mientras que, en humildes ranchos y asentamientos, están vacíos. (cfr. Carlos Díaz – Corriente Arriba
p. 172). Los corruptos nuevos ricos - que viven
robando al Estado – aumentan sus cuentas bancarias y obesidad, mientras el pobre no pasa de un
esqueleto ambulante. En pleno siglo XXI, que tanto cacarea su progresismo-tecnicismo,
es un tipo de pobreza intolerable, por imposición.
Por otro lado, el pobre por opción o de
corazón no es quien nada tiene. Es el que, aun
teniendo muchos bienes materiales, se considera peregrino y administrador
en este mundo, no dueño de sus riquezas, porque todo lo que posee, lo tiene
como recibido.
“Es posible que el pobre material sea
arico de espíritu; pero es imposible que el rico sea pobre de espíritu, a menos
que elija
ser pobre u opte por los pobres. La pretensión del puro desprendimiento
interior, de un espíritu que no se materializa, vale tanto como el lavatorio de
manos de Pilato” (José Ignacio González: Jesús de Nazareth y los ricos de su tiempo. p 169))ñ
Si las autoridades y los ricos – con excepción
que la regla confirma – no abusan de sus cargos y poderío económico, succionando
vampirescamente la sangre del pueblo débil a quien dicen y prometen servir, no
habría tanto sufrimiento y miseria en nuestra patria. Este tipo de pobreza no es debida a la
finitud humana, sino al ansia de poder, a la dimensión pecadora e individual y
colectiva de los hombres en que participamos todos en mayor o menor medida,
muchos incluso sin conciencia de culpa y creyendo tener conciencia limpia. (p. 173).
Así
las cosas y en general, la pobreza nada tiene que ver con aquello de la mala
suerte o que el pobre lo es porque quiere, sino, más tiene que ver con la
injusticia política de malos gobiernos. No se justifica, pero tampoco ha de
olvidarse que ciertas situaciones de pobreza son claro trampolín hacia la violencia
e inseguridad. Este problema social es evitable si contamos con autoridades
honestas y patriotas que cumplan sus compromisos electorales.
Todo ser humano tiene derecho a acceder
a educación, seguridad, salud, vivienda y alimento. La miseria forzosa, no libremente
decidida empuja al ser humano a su perdición, por ello, no ha de confundirse el
voto por la opción de vivir libre en austeridad, pero inmensamente rica
espiritualmente. Porque quien se hunde en la miseria forzosa no es libre. (p. 176).
También la enfermedad del rico es curable.
Al curar al rico de su obesidad dineraria curamos también al pobre…abandona propio
mundo aislado, es agente de su propia historia, colabora con grupos sociales,
se mueve sin temor a la policía, recupera su condición cívica, etc. En
consecuencia, con la desaparición de la riqueza minoritaria se hace posible la
riqueza mayoritaria. (p. 78).
No se dice aquí que ser
rico es malo, lejos está esa idea. La avaricia ensucia el corazón, mientras que el dinero correctamente
utilizado aporta suma utilidad para el crecimiento personal y comunitario.
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