VALENTÍA PARA OFRECER Y RECIBIR
Mateo 18, 15-20. "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os
aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración en común. "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración en común. "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
La oración personal es
ciertamente importante, es más, indispensable, pero el Señor asegura su
presencia a la comunidad que -incluso siendo muy pequeña- es unida y unánime,
porque ella refleja la realidad misma de Dios uno y trino, perfecta comunión de
amor.
Dice Orígenes que "debemos
ejercitarnos en esta sinfonía", es decir en esta concordia dentro
de la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección
fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, como en la
oración, para que suba a Dios desde una comunidad verdaderamente unida en
Cristo. (cfr. Benedicto XVI).
En pocas líneas, Jesús presenta tres cuestiones muy importantes. La primera podría llamarse “la defensa de la verdad”, porque es una invitación a todos los cristianos a defender los principios de la moral. Con frecuencia se muestran comportamientos equivocados (por ejemplo, en materia económica, sexual, etc.) y se presentan como si fueran conductas “normales” o “aceptables”.
Sin embargo, Jesús nos pide que demos a
conocer la verdad, con claridad y respeto, porque nos importan los demás y
queremos que también se salven. El Catecismo es una valiosa ayuda para eso,
porque nos da los criterios muy precisos.
Cuando se tiene la autoridad moral de corregir al hermano, procuremos hacerlo con bondad, mansedumbre y de profundo sentido de justicia y caridad. Si nos corrigen, aceptemos con gratitud y humildad. Rebelarnos es soberbia insensatez: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge” (cfr. Hb 12, 5-6; Prov 3, 11-12).
Pareciera que estamos sentados sobre un barril
de pólvora. Enojos, crispaciones, rabias mal contenidas, alimentan diariamente
y por cualquier motivo, todo tipo de conflictos interpersonales. Por
consiguiente, los desacuerdos y peleas se vuelven pesadas cruces, porque es
difícil perdonar cuando las ofensas entre políticos, vecinos, compañeros de
trabajo, etc., cuando se van acumulando.
Quizá hoy sea un momento
precioso para invitar a aquel amigo, vecino o miembro de la familia - no pocas veces por nimiedades me encuentro
alejado - a participar juntos en alguna actividad que mediante la oración,
pueda restaurar buen relacionamiento.
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