¡GRAN
TESORO!
Dice Ignace Lepp: El sacramento de la reconciliación
implica confesión, absolución y reparación de males. Nada me parece más lógico
que el hombre que ha desobedecido a Dios y desea reconciliarse con Él, deplore
y solicite el perdón divino. En este punto, todos los que creen en un Dios
personal están de acuerdo.
Pero, ¿No bastaría con confesarse a Dios
directamente sin recurrir a un intermediario?. En efecto, por santo que se
suponen sean los sacerdotes – y ya se sabe que no todos lo son – es molestoso y
a veces humillante descubrir a otro hombre las debilidades y flaquezas. He
conocido a católicos, ex católicos y no católicos que critican la confesión.
Sin embargo, no recuerdo haber oído a
mis interlocutores hablar de la traición del secreto sacramental. Es
significativo que hasta los sacerdotes renegados, algunos convertidos luego en
encarnizados enemigos de la Iglesia, respeten siempre los secretos del
confesonario.
Muchos por el contrario se quejan de que
el confesor no comprende su “caso”. Otros encuentran sus consejos
impracticables o ineficaces o abstractos. Otros se rebelan contra lo que les
resulta una pretensión excesiva de parte del hombre, aunque sea un santo, la de
perdonar los pecados. Creo que la respuesta a esta objeción de peso supone dos
aspectos: uno humano y psicológico, otro propiamente religioso.
Por penosa y humillante que pueda a
veces parecernos la obligación de confiar nuestras secretas miserias a otro
hombre a un sacerdote, es innegable que en el plano psicológico como alivio de
nuestra conciencia culpable la confesión puede ser sumamente bienhechora.
Resulta sumamente reconfortante escuchar a un hombre revestido para él de
carácter sagrado decirle: “Vaya en paz, sus pecados han sido perdonados.”
Sin embargo, sería un error esperar del
psicoanálisis efectos similares a los de la confesión. El aspecto psicológico
por importante que parezca, no es lo esencial en el sacramento de la
penitencia. Así como no se puede rebajar la religión de Cristo a la categoría
de una simple moral sociológica, tampoco puede convertirse a la confesión en un
auxiliar de psicoterapia. Conozco a psicoanalistas incrédulos que envían a los
sacerdotes los pacientes a quienes no han conseguido liberar de su complejo de
culpa.
En sí misma, en esencia, la religión es
y debe seguir siendo una relación metafísica entre el hombre y Dios. Es en esta
perspectiva auténticamente religiosa donde debemos buscar la explicación de
esta exigencia de confesarse a Dios por intermedio de un sacerdote. El pecado
en primer término, representa para el cristiano una ofensa a Dios….. Pero el
pecado acarrea también un daño, más o menos grave según los casos, a esta
comunidad de hermanos que es la Iglesia.
Nuestras buenas o malas acciones
interesan directamente a toda la comunidad. ¿Puede la mano permanecer
indiferente a la herida del pie? Según esta perspectiva comunitaria, un santo
es un benefactor de la humanidad entera, aunque nunca salga de su aldea o monasterio.
El pecador por el contrario es un malhechor con respecto a todos y a todo.
Al confesarse, uno se confiesa a la
comunidad, al mismo tiempo que a Dios. Y en nombre de la comunidad, tanto
como en nombre de Dios, el sacerdote pronuncia la formula sacramental
de perdón.
En estos últimos siglos,
la gangrena individualista ha contaminado a la mayoría de los occidentales, y
por eso no se ha comprendido la naturaleza esencialmente comunitaria del
cristianismo y ya no se pueden entender sus enseñanzas y sus prácticas. Nunca
repetiremos bastante que no es posible conciliar el individualismo y el
cristianismo. Sería más fácil unir el agua y el fuego.
(Extraído del Libro Escándalo y
Consuelo - Ignace Lepp. (p. 130). Comunista furibundo. Intelectual y psicólogo de
profesión. Más tarde sacerdote por misericordia de Dios)
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