¿POR QUÉ
Y PARA QUÉ?
Dijo
Benedicto XVI en su mensaje para la Cuaresma 2009. "Podemos
preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros,
los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para
nuestro sustento. El Valor: Es, en primer lugar, una "terapia" para
curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios…
El sentido del ayuno; cumplir la
voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará"
(Mt 6,18). Cristo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40
días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por
consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que
es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34)”.
Cuando los discípulos de Sócrates le preguntaron por qué ayunaba, dijo: "Porque así descubro todas las cosas que no
necesito". La abstinencia de
alimentos es una
práctica universal, anterior
incluso al cristianismo. El ayuno tiene “sentido” cuando le damos sentido. Es
aprender a renunciar a lo que me “gusta”, en orden a un bien mayor.
Hoy se ayuna por diversos motivos: dieta para bajar de peso, huelga de hambre por razones laborales o políticas, por aparentar “santidad” al estilo farisaico, etc. ¿Será que budistas, musulmanes, hindúes y judíos ayunan para nada?
El ayuno
colabora en la conversión espiritual, fortalece en la lucha contra apetitos
insanos y nos hace soberanos sobre nuestro ego.
Dice Javier Methol uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes, quien
luego consagró su vida al apostolado y a transmitir el mensaje de Jesús: “Ayuna
de palabras hirientes y transmite palabras bondadosas.
Ayuna de descontento y llénate de gratitud. Ayuna de enojos y llénate de mansedumbre y paciencia. Ayuna de pesimismo y llénate de esperanza y optimismo. Ayuna de preocupaciones y llénate de confianza en Dios. Ayuna de quejarte y llénate de las cosas sencillas de la vida. Ayuna de presiones y llénate de oración.
Ayuna de descontento y llénate de gratitud. Ayuna de enojos y llénate de mansedumbre y paciencia. Ayuna de pesimismo y llénate de esperanza y optimismo. Ayuna de preocupaciones y llénate de confianza en Dios. Ayuna de quejarte y llénate de las cosas sencillas de la vida. Ayuna de presiones y llénate de oración.
Ayuna de juzgar
a otros y descubre a Jesús que vive en ellos. Ayuna de tristeza y amargura y
llénate de alegría el corazón. Ayuna de egoísmo y llénate de compasión por los
demás. Ayuna de falta de perdón y llénate de actitudes de reconciliación. Ayuna
de palabras y llénate de silencio para escuchar a otros. Si todos intentamos
este ayuno, lo cotidiano se irá inundando de paz, de amor, de confianza”. ¡Es
éste el verdadero sentido del ayuno cristiano!.
El ayuno también ayuda a la mente de toda
distracción mundana, de toda superficialidad, del vyroreí posmoderno que
nos engrilleta. Por eso el silencio (lo contrario del ruido)
de quien ayuna, lo acerca a Dios. Para el bautizado, el ayuno es una ocasión de
abrir el corazón a Dios pero y fundamentalmente, al prójimo. El ayuno debe
provocar una actitud de caridad hacia el otro: que me agrada o me desagrada.
¡Grita a voz en cuello, no te
contengas, alza tu voz como una trompeta: denuncia a mi pueblo su rebeldía y
sus pecados a la casa de Jacob! (cfr. Isaías 58, 1)....Porque ustedes, el mismo
día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre.
Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para
golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren
hacer oír su voz en las alturas. ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en
que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse
sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso lo llamas ayuno y día aceptable al Señor?
Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas,
desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos
los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin
techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. (58,
4-7).
¡Bendecida Cuaresma!
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