“El
hombre es el único animal que bebe sin tener sed; que come sin tener hambre y
que habla sin tener nada que decir”, se ha escuchado decir, aquí y allá. No
pocas veces soy interpelado – con razón – por mucho hablar y poco callar.
Gran parte del éxito en las relaciones
interpersonales – dicen los que saben -se debe a la capacidad de escuchar, más
que a la de hablar, pues no pocas veces, el hecho de hablar por demás, está
ligado a la estupidez y, paradójicamente, a no tener nada que decir. “Somos
dueños de nuestros silencios y no de nuestras palabras”.
Decir palabras correctas en los momentos adecuados es una virtud que
particularmente deseo obtener. Saber cuándo y qué hablar, y encontrar el
dominio entre la palabra y el silencio es una virtud íntimamente ligada a la
sabiduría. ¿Cómo lograrlo?
La capacidad de escuchar es superior a la capacidad de hablar, dicen.
De sabios es hablar poco pero con tino y profundidad, mientras invierten mucho
tiempo en escuchar, ver y callar. De ahí el refrán: “ver, oír, callar, son cosas de
gran preciar”
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar” (Prov. 18,13)
Otro conocido refrán: “En boca cerrada no entran moscas”. Algunas
veces es mejor callar, “atornillar” la lengua antes que pronunciar algo
indebido o de lo cual podemos arrepentirnos. Aquí el dilema, porque:
Justo es también destacar, que demasiadas veces el silencio supone
extrema cobardía y no precisamente sabiduría. Decía el cantante Atahualpa
Yupanki: “Le tengo rabia al silencio por lo mucho que me perdí; que no se quede
callado quien quiera vivir feliz”.
Es que no pocas personas no hablan por no comprometerse. ¿Cuántos
silencios son cómplices de horrendos crímenes?
Sepultar la verdad con el silencio es atentar contra ella; y la no
verdad es mentira, y la mentira es pecado capital. ¿Cuántos, se arrepienten por
no haber dicho una palabra que podía haber mejorado una situación? ¿Cuántos silencios
son traiciones?
Es oportuno, por consiguiente, tomar en
cuenta lo que dice el siguiente refrán: “Guárdate del hombre que no habla y del
perro que no ladra”, dando a entender que en muchas ocasiones, el silencio
puede ser más peligroso que las palabras.
En el día a día de nuestra existencia nos enfrentamos con dilemas éticos
de callar o hablar. ¿Cuántos casos de corrupción, robo y otros tipos de
inconductas no callamos? También tenemos a flor de piel eso de: “No te metas…te
podés complicar inútilmente, ¿qué te importa?, podés perder tu trabajo y complicarte la vida…” ¿Acaso
no vivimos situaciones de injusticia a cada momento… y qué hacemos? ¿Callamos o hablamos?
El libro de los
Proverbios 13, 3 nos recuerda: “Cuidar las palabras es cuidarse uno mismo;
el que habla mucho, se arruina solo” Pediré brújula divina para pensar
la verdad, decir la verdad y vivir la verdad, así pronunciaremos palabras de
vida y no, palabras cadáveres. Pero, sin caer en la hipocresía de permanecer
siempre callado, para no aportar y para colaborar con eficiencia por permanecer
ponciopilatescamente callado.
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