Ahí estamos
todos en esa interminable fila de peregrinos, donde la igualdad y solidaridad
democráticas se hacen patentes como en ningún otro momento del año. Ahí estamos
todos, venidos del este y del oeste, del norte y del sur. Miserables y
pobres al lado de ricos y opulentos, forman unánimes una gran familia. (cf. S.
Núñez - Caacupé, p. 30).
Ahí se
concentran miles de almas, cada una con su preocupación y su quebranto, con sus
deseos y esperanzas, con sus compromisos y promesas derramando calladamente la
indecible confianza con que la fe nos asegura.
Caacupé es el
remanso de la nación paraguaya. Los hombres y los pueblos necesitan de estos
oasis de recogimiento y de estos momentos de remanso, en que se renuevan las
energías y se esclarecen más el sentido o destino de la existencia.
Caacupé es uno
de esos momentos en que la conciencia del pueblo paraguayo se remansa, es
decir, donde obtiene sosiego y paz. Como decía aquel poeta: “Caacupé es la
playa de estacionamiento donde van a sestear y a pernoctar todos los amores y
dolores que transitan por la patria”. (40)
De todos los
rincones de nuestro país, de todos los niveles de nuestra sociedad, de todas
las edades y condiciones, varones y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, todo el
pueblo de esta noble nación forma el conjunto de miles y miles de peregrinos
que expresan su fe, deseos y esperanzas cada 8 de diciembre.
Decimos remanso
de la gran mayoría del pueblo paraguayo, porque no es solamente la devoción
mariana la que ahí se expresa y canta. Es toda la historia nuestra de cada día:
la privada y la pública, la familiar y la social, con sus éxitos y sus
fracasos, con sus alegrías y sus penas, toda la existencia del cristiano allí
se pone de rodillas.
Vemos que
concurren y expresan sus alborozos los jóvenes que culminaron sus estudios, los
novios que pronto harán un nuevo hogar, las parejas matrimoniales y sus mil
inquietudes de familia, los obreros y campesinos labradores, quebrantados por
el escuálido salario o por la mala cosecha, los legisladores de la nación y los
políticos.
Allá van los
enfermos y los de buena salud, los dañados por la droga o los afectados por el
sida. Problemas de familia o problemas de trabajo, planes de economía y
plataformas de políticas, van a parar en Caacupé. Y hasta los futbolistas
llegan al Santuario con sus grandes deseos de victorias y clasificación.
Eso fue y será
siempre Caacupé: un gran remanso de toda la historia patria. En la paz y en la
guerra, en las horas de bonanza como en horas negras de inútiles luchas entre
hermanos, paño de lágrimas de todos nuestros quebrando y ánfora sagrada de
nuestros deseos. (42)
En medio de
tantos apretujones, comiendo chipá o tomando aloja, estarán nuevamente con fe,
irradiando resplandor o echando humo, diciendo a Dios Padre, por medio de
Jesucristo y de su bendita Mamá, aquella oración verdadera que un padre de
familia dijo a gritos delante de Jesús: “Creo Señor, pero ayúdame a creer más”
(Mc 9,24) (43)
Es claro que no
faltarán, seguramente, espíritus críticos y odios mal contenidos que
pueden sentir hasta repugnancia por esta religiosidad popular, llena de
cansancio y de sudores…
“Quisieran
acercarse al Santuario como quienes se acercan a un palacio imperial, con
ceremonial cortesano e indumentaria de etiqueta. Son espíritus angelicales que
quisieran vivir la comunión con Dios sin mezcla de chipá, sandía y mosto”.
"No pueden
ver a Dios, ni mostrar su devoción a la Virgen, en medio de tanta gente que
extiende un piri y se duerme en las veredas, o que a la sombrea de
cualquier árbol desata su pobre avío, come, y bebe y, otras cosas".
Y sin embargo,
allí está el Padre nuestro, Dios de la encarnación y de la historia, junto al
hombre real que le necesita y le busca con toda su pobreza...Y mamá María sabe
muy bien que somos oscuros pecadores los que le rogamos interceder “ahora
y en la hora de nuestra muerte”. Si mañana vamos morir, ¿qué más da:
que estemos sucios, cansados, llenos de polvo y sudor? (32)
No existe en
toda la nación paraguaya, inmensa muchedumbre que con tan espontánea libertad
trae sus votos y promesas al corazón de la Mamá serrana. Negar esta realidad es
faltar respeto a miles de personas que acuden a Caacupé con sus amores y
desamores, dolores, fatigas y esperanzas.
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