DE
NUESTRA CONDUCTA MORAL (I)
El Mons. José Carlos de Lima Vaz, Obispo Auxiliar de Río de Janeiro, en sus consideraciones sobre la moral, en el documento de Santo Domingo dice:
"En plena
fidelidad y pureza" a la fe, y viva en sus manifestaciones por un
nuevo ardor -la parresía que inflama
el corazón del apóstol (cf. Hch 5,28-29)"-,
por nuevos métodos y expresiones, la Iglesia debe dar una respuesta eficaz a
esta angustiante cuestión:
"Cómo hacer
accesible, penetrante, válida y profunda la respuesta al hombre de hoy, sin
alterar en nada el contenido del mensaje evangélico? ¿Cómo llegar al corazón de
la cultura que queremos evangelizar? ¿Cómo hablar de Dios en un mundo en el que
está presente un proceso creciente de secularización?".
Es interesante
ver que Juan Pablo II señalaba dos niveles de desafíos. El primero, dentro de
la propia vida de la Iglesia. Lo define como el testimonio de una Iglesia
"fiel asu identidad y más viva en todas sus manifestaciones"…para dar
testimonio de Cristo….en la misión…con credibilidad delante de los hombres.
El 2º desafío se sitúa en el objeto mismo
de la misión, que incluye la promoción humana y la cultura cristiana a ser
alcanzadas por una evangelización nueva en sus métodos, expresión y ardor.
Estos 2 desafíos están íntimamente interrelacionados.
Evangelizar es
consecuencia de ser Iglesia, en su autenticidad y en la vitalidad de sus
expresiones, "fiel a su identidad y más viva en todas sus
manifestaciones".
Sólo en esas
condiciones podremos, por el testimonio de vida y el trabajo apostólico,
anunciar a Cristo. Fuera de eso, no seremos más que "lata parara" (1Cor 13,1) que deslumbra ojos o
encanta oídos, pero nunca seremos instrumentos de la gracia divina para tocar
el corazón humano.
¿Cuántas palabras inútiles han salido de nuestras bocas cual orgasmo
verbal? ¿Cuántas veces, diciendo o sin decir, nos hemos sentido dueños de
logros obtenidos en nuestro apostolado?
Hacemos un paralelismo con el registro
bíblico: “Entonces se le acercó Salomé, la mamá de los hijos de Zebedeo con sus
hijos Santiago y Juan, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué
quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos
míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”. (Mt. 20-23)
Salomé, al parecer era discípula de Jesús
desde el comienzo de su ministerio público. (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41).
Era una de las mujeres que siguieron y sirvieron a Jesús desde Galilea hasta
Jerusalén.
Salomé estuvo presente en la muerte de Jesús.
Cuando los apóstoles le abandonaron, menos Juan, en la crucifixión, estaba con
otras mujeres al lado del Señor, viendo el sufrimiento y el dolor de Jesús
estaba por amor a ellos (Marcos 15:40-41).
Salomé estuvo también con las mujeres que fueron
a la tumba de Jesús para ungir su cuerpo con perfumes (Mc 16:1). Allí
recibieron la noticia de que ¡Jesús el Señor, estaba vivo!... Fueron las
primeras en saber la buena noticia y salieron gozosas de la tumba para compartir
la verdad de la resurrección.
Pero, su amor de mamá la hizo imprudente. Es
dable penar que Salomé sabía que los 12 discípulos se sentarán en 12 tronos
para juzgar a las tribus de Israel (Mt 19:28). Aun así, pidió a Jesús los
mejores lugares para sus hijos. ¿Qué mamá no ama a sus hijos?
Nuestra sociedad hace culto del éxito, la promoción
del yo,
estatus en el trabajo y en la sociedad y muchas veces, a como dé lugar. Muchos
dicen que Dios quiere que seamos exitosos, sanos, ricos y felices. ¡Y es verdad!...
Pero no toda la verdad.
A veces también nosotros caemos en el mismo
error de Salomé: amando a nuestros hijos, compadres, “alma gemela”… tanto
queremos que estén en posiciones que no les corresponden.
¿Cuántas veces no hemos pedido, exigido para
que nuestra gente, amigos, compadres -la excusa de ganarlos para la causa y servir
al Señor -ocupen cargos de servicio en nuestra Iglesia?
Santo Domingo señala tres áreas prioritarias
en el esfuerzo evangelizador: nueva evangelización en su ardor, en sus métodos
y en sus expresiones, para la promoción humana, y la cultura.
"La Iglesia en Latinoamérica ha sabido
situar el mensaje evangélico en la base de su pensar, en sus principios
fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus normas de acción",
es decir, en la cultura.
Pero, "mira con preocupación la fractura
entre valores evangélicos y las culturas modernas, ya que éstas corren riesgo
de encerrarse dentro de sí en una especie de involución agnóstica y sin
referencia a la dimensión moral".
Ante de este cuadro, el Papa insiste frente a
valores de culturas emergentes, la llamada "modernidad" y concluye:
"Si la verdadera cultura es la que expresa los valores universales de la
persona, (¿qué puede proyectar más luz sobre la realidad del hombre, sobre su
dignidad y razón de ser, sobre su libertad y destino que el Evangelio de
Cristo?"
En forma resumida vemos cómo es amplia,
compleja y difícil la realidad humana y social a la que debemos llevar el
anuncio evangélico y que debe recibir de nosotros la proclamación de Cristo
como nuestro Señor y Redentor. Se imponen, al parecer, dos conclusiones.
La primera: necesidad de una preparación
consciente y seria para el trabajo evangelizador. No es cuestión de que se
hable de Cristo. Lo importante es que las personas oigan y acojan lo que
decimos. De ahí la importancia que nuestro lenguaje sea comprensible; que
nuestro mensaje corresponda a los anhelos, angustias y carencias de aquéllos a
los que nos dirigimos.
La segunda: actitud humilde, porque sólo con
nuestro entusiasmo y capacidad -ciertamente más limitada de lo que pensamos-
poco o nada conseguiremos. Es necesaria la humildad interior y la oración, que
atraerán para nuestro trabajo la acción fecundante del Espíritu que "les
enseñará todo y les recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26).
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