sábado, 19 de agosto de 2017

CRISTO, MEDIDA…

 DE NUESTRA CONDUCTA MORAL    (I)

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El Mons. José Carlos de Lima Vaz, Obispo Auxiliar de Río de Janeiro, en sus  consideraciones sobre la moral, en el documento de Santo Domingo dice:

"En plena fidelidad y pureza" a la fe, y viva en sus manifestaciones por un nuevo ardor -la parresía que inflama el corazón del apóstol (cf. Hch 5,28-29)"-, por nuevos métodos y expresiones, la Iglesia debe dar una respuesta eficaz a esta angustiante cuestión:

"Cómo hacer accesible, penetrante, válida y profunda la respuesta al hombre de hoy, sin alterar en nada el contenido del mensaje evangélico? ¿Cómo llegar al corazón de la cultura que queremos evangelizar? ¿Cómo hablar de Dios en un mundo en el que está presente un proceso creciente de secularización?".

Es interesante ver que Juan Pablo II señalaba dos niveles de desafíos. El primero, dentro de la propia vida de la Iglesia. Lo define como el testimonio de una Iglesia "fiel asu identidad y más viva en todas sus manifestaciones"…para dar testimonio de Cristo….en la misión…con credibilidad delante de los hombres.

El desafío se sitúa en el objeto mismo de la misión, que incluye la promoción humana y la cultura cristiana a ser alcanzadas por una evangelización nueva en sus métodos, expresión y ardor. Estos 2 desafíos están íntimamente interrelacionados.

Evangelizar es consecuencia de ser Iglesia, en su autenticidad y en la vitalidad de sus expresiones, "fiel a su identidad y más viva en todas sus manifestaciones".

Sólo en esas condiciones podremos, por el testimonio de vida y el trabajo apostólico, anunciar a Cristo. Fuera de eso, no seremos más que "lata parara" (1Cor 13,1) que deslumbra ojos o encanta oídos, pero nunca seremos instrumentos de la gracia divina para tocar el corazón humano.

¿Cuántas palabras inútiles han salido de nuestras bocas cual orgasmo verbal? ¿Cuántas veces, diciendo o sin decir, nos hemos sentido dueños de logros obtenidos en nuestro apostolado?

Hacemos un paralelismo con el registro bíblico: “Entonces se le acercó Salomé, la mamá de los hijos de Zebedeo con sus hijos Santiago y Juan, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos,  el uno a tu derecha,  y el otro a tu izquierda”. (Mt. 20­-23)

Salomé, al parecer era discípula de Jesús desde el comienzo de su ministerio público. (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41). Era una de las mujeres que siguieron y sirvieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén.

Salomé estuvo presente en la muerte de Jesús. Cuando los apóstoles le abandonaron, menos Juan, en la crucifixión, estaba con otras mujeres al lado del Señor, viendo el sufrimiento y el dolor de Jesús estaba por amor a ellos (Marcos 15:40-41).

Salomé estuvo también con las mujeres que fueron a la tumba de Jesús para ungir su cuerpo con perfumes (Mc 16:1). Allí recibieron la noticia de que ¡Jesús el Señor, estaba vivo!... Fueron las primeras en saber la buena noticia y salieron gozosas de la tumba para compartir la verdad de la resurrección.

Pero, su amor de mamá la hizo imprudente. Es dable penar que Salomé sabía que los 12 discípulos se sentarán en 12 tronos para juzgar a las tribus de Israel (Mt 19:28). Aun así, pidió a Jesús los mejores lugares para sus hijos. ¿Qué mamá no ama a sus hijos?

Nuestra sociedad hace culto del éxito, la promoción del yo, estatus en el trabajo y en la sociedad y muchas veces, a como dé lugar. Muchos dicen que Dios quiere que seamos exitosos, sanos, ricos y felices. ¡Y es verdad!... Pero no toda la verdad.

A veces también nosotros caemos en el mismo error de Salomé: amando a nuestros hijos, compadres, “alma gemela”… tanto queremos que estén en posiciones que no les corresponden.

¿Cuántas veces no hemos pedido, exigido para que nuestra gente, amigos, compadres -la excusa de ganarlos para la causa y servir al Señor -ocupen cargos de servicio en nuestra Iglesia?

Santo Domingo señala tres áreas prioritarias en el esfuerzo evangelizador: nueva evangelización en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones, para la promoción humana, y la cultura.

"La Iglesia en Latinoamérica ha sabido situar el mensaje evangélico en la base de su pensar, en sus principios fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus normas de acción", es decir, en la cultura.

Pero, "mira con preocupación la fractura entre valores evangélicos y las culturas modernas, ya que éstas corren riesgo de encerrarse dentro de sí en una especie de involución agnóstica y sin referencia a la dimensión moral".

Ante de este cuadro, el Papa insiste frente a valores de culturas emergentes, la llamada "modernidad" y concluye: "Si la verdadera cultura es la que expresa los valores universales de la persona, (¿qué puede proyectar más luz sobre la realidad del hombre, sobre su dignidad y razón de ser, sobre su libertad y destino que el Evangelio de Cristo?" 

En forma resumida vemos cómo es amplia, compleja y difícil la realidad humana y social a la que debemos llevar el anuncio evangélico y que debe recibir de nosotros la proclamación de Cristo como nuestro Señor y Redentor. Se imponen, al parecer, dos conclusiones.

La primera: necesidad de una preparación consciente y seria para el trabajo evangelizador. No es cuestión de que se hable de Cristo. Lo importante es que las personas oigan y acojan lo que decimos. De ahí la importancia que nuestro lenguaje sea comprensible; que nuestro mensaje corresponda a los anhelos, angustias y carencias de aquéllos a los que nos dirigimos.

La segunda: actitud humilde, porque sólo con nuestro entusiasmo y capacidad -ciertamente más limitada de lo que pensamos- poco o nada conseguiremos. Es necesaria la humildad interior y la oración, que atraerán para nuestro trabajo la acción fecundante del Espíritu que "les enseñará todo y les recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26).


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