PERO… ¿FELICES?
Hoy, tantas personas cargadas de “fama y
éxitos” sufren en demasía aunque lo nieguen. En las redes sociales este tipo de
gente se confiesa solitaria e infeliz, a pesar de su fama, posición social y económica
elevada. ¿Qué contrasentido!
En el libro 2ª de Reyes, cap. 5, se lee
la historia de un hombre famoso y lleno de éxito. Su nombre, Naamán, comandante
en jefe de ejército del Rey Aram, de quien era muy querido. Gozaba de elevada
posición social (primer anillo), tenía dinero en abundancia, tenía éxito en la
vida, como es anhelo de todo y cualquier terrícola.
Pero, algo echaba por tierra su “castillo
de naipes”; Naamán era leproso. Entonces, su fama, abultada billetera, posición
social, etc., quedaron en segundo nivel. La lepra, terrible mal, ahogaba todas
sus bonanzas. ¡Qué calamidad! Ni la fama, ni el dinero, ni el poder podían
librarlo de su lepra y esta lo iba consumiendo.
¿Cuántos Naamán, en esta era de prosperidad
tecno-científica peregrinan desahuciados en este valle de lágrimas? Hoy, la
ciencia ha derrotado a esta enfermedad. No así, sin embargo, a la lepra
“espiritual”, es decir, al incontenible torrente de pecados (robo, adulterio,
libertinaje, mentira, etc, que vende satisfacción, deleite… pero no felicidad.
Una publicación de Domi Bañuelos Cid
dice:
“Hoy 15.03.1975
falleció el naviero y multimillonario griego Aristóteles Onassis, su hija
Cristina pasa a ser la joven más rica del planeta. Su padre le dejó una fortuna
de más de 500 millones de dólares, además de una flota formada por cincuenta y
dos barcos, entre balleneros, cruceros y petroleros…
Pese a su enorme fortuna Cristina se
convirtió en una alocada personalidad internacional adicta a toda clase de
drogas. Bebía hasta 30 botellas de Coca Cola al día, bebida que le servía para
tragarse puños de barbitúricos. Para colmo de males era una adicta sexual, por
lo cual pagaba a los hombres para que la llevaran a la cama.
En 1980 realizó un intento de suicidio
encontrándose en Nueva York (…) Y en 1985 se casó por cuarta vez con Thierry
Roussel, el padre de su hija Athina (…) En noviembre de 1988 Cristina llegó a
Buenos Aires, y fue a visitar a una amiga llamada Marina Dodero. Se quedó a
pasar la noche con ella. Al día siguiente fue encontrada sin vida en el baño.
Dicen que se quitó la vida tomando una
sobredosis de barbitúricos. Qué triste debió de ser la vida de Cristina. Un
poco antes de morir había dicho: "Soy
tan pobre que solo tengo dinero...". ¿Cuántas Cristina hoy
peregrinamos en este sodomítico-gorromino?
La escritora Paloma Sánchez Garnica, dice:
“A veces nos empeñamos en mantenernos en la infelicidad, aún teniendo todo a
favor, por comodidad, por miedo al riesgo, al cambio, a romper con lo que
tenemos, aunque no nos llene…
Y a veces nos empeñamos en anhelar lo
que idealizamos en otros, sin darnos cuenta de que el idilio lo tenemos que
tener con nosotros mismos y con lo que tenemos (...) De todo se aprende y se
aprende más de los fracasos”.
Y la Palabra de Dios
afirma: Pues, ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su
vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del
hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a
cada uno según su conducta. (Mt 16, 26-27)
Una conocida historia
dice así. Una pobre mujer, con su hijo pequeño en brazos, pasaba
delante de una caverna, cuando escuchó una voz misteriosa que desde dentro le
decía: “Entra
y toma todo lo que quieras, pero no te olvides de lo principal. Una vez que
salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la
oportunidad, pero no te olvides de lo más importante...”
La mujer entró. Había mucho
oro y diamantes. Entonces, fascinada por las joyas, puso al niño en el suelo y
empezó a recoger, ansiosamente, todo lo que cabía en su delantal. De pronto, la
voz misteriosa habló nuevamente: “Te quedan sólo cinco minutos”.
La mujer, afanada, continuaba recogiendo lo más que podía.
Al fin, cargada de
riquezas, corrió y llegó presurosa a la salida de la cueva cuando la puerta se
estaba cerrando. En menos de un segundo se cerró. Y en ese momento se acordó de
que su
hijo se había quedado dentro. ¡La cueva estaba ya sellada para siempre!
El gozo de la riqueza desapareció enseguida y la angustia y la desesperación la
hicieron llorar amargamente.
Amigo, la vida pasa volando y la muerte nos llega de sorpresa, porque no sabemos ni el día ni la hora. Cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones. Pensemos ahora que hay tiempo y hagamos caso a la llamada de Dios.
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