miércoles, 29 de julio de 2015

JESÚS….

¡EL  TESORO  ESCONDIDO!

Jesús dijo a la multitud: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y lleno de gozo por ello, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. Se parece también a un mercader que encuentra una perla fina en el mercado y, después de vender todo lo que tiene...  (cfr. san Mateo 13, 44-45).



Jesús nos dice que quien encuentra algo valioso vende todo para comparar el lugar donde está el tesoro. Para nosotros el valioso tesoro es Jesús  en persona. ¿Cómo tenerlo a Jesús en persona?. La Eucaristía es el tesoro de la Iglesia donde Cristo está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Por eso la Iglesia cuida con el mayor esmero el tesoro de la Eucaristía, celebrando la santa Misa todos los días, exponiéndola para la adoración de los fieles cristianos. Este tesoro nos dejó el Maestro a todos como testimonio de amor más grande en la historia, para acercarnos a Él en todo tiempo y todo lugar.

Por su infinito amor está siempre disponible al todo humano, porque Jesús quiere acercarse, encontrarnos, animarnos por el camino de nuestra vida, no siempre fácil ni agradable.


Se parece a un tesoro...: La nueva vida comienza por la gracia de Dios. El tesoro escondido no lo produce el campo con el esfuerzo del labrador y la perla fina vale más que todo lo que está dispuesto a dar el que la encuentra. Precisamente por eso se trata de una vida nueva, insospechada, más allá de todos nuestros méritos y trabajos, que no podemos producir, que sólo podemos encontrar y recibir. Y por eso es también lo más gratificante, porque es verdaderamente gratuito. De ahí la gran alegría del que la encuentra.

"Donde está tu tesoro allí está tu corazón". Pero ¿dónde tiene el hombre su corazón?  ¿En el dinero, en el poder, en la fama, en la droga, etc.?.  El verdadero tesoro del hombre no es cualquier cosa, sino el mismo Dios. Escondido en nuestro mundo, cubierto por la carne crucificada de Jesús de Nazaret, perdido entre los pobres, identificado con ellos, ahí está el tesoro del hombre.  

Llenos de inmensa alegría, el que encuentra a Dios en Jesús y en aquellos con los que se ha identificado, se siente libre de todo a lo que estaba sometido y experimenta una gran alegría. Se siente agraciado por el Amor y libre para el amor y para amar. Libre para dar la vida, libre para dar todo lo que es menos que la vida. Y en ese encuentro todo tiene ya sentido, porque ahora sabe dónde tiene el corazón.

Que el Señor Jesús-Eucaristía sea nuestro tesoro por el cual vendamos todo: nuestra soberbia, nuestra vanidad, nuestro egoísmo, nuestro deseo de denigrar al prójimo, en fin, todo lo nos hace falsamente feliz.

Con el tesoro del Reino seremos atraídos hacia el bien. La Eucaristía será para nosotros como brújula que nos indique el norte hacia la patria celestial. Nuestro discurso cristiano ya no será  aburrido y sinsentido, y Cristo  tampoco será como una “mercadería sin comprador”.  Oigamos al Maestro decirnos: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. (Apocalipsis 3, 20). 

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