¡UN NECESARIO "LUJO"!
A pesar de los buenos pronósticos
económicos para el 2015, considerable segmento de la población, sigue por
debajo de la línea de la pobreza, según refieren datos oficiales de nuestro
país. Se sigue, por consiguiente, que la “austeridad” es una práctica que se
impone implementar ya. Los cotidianos problemas sociales así nos lo
demuestran. ¡Todo está muy caro se oye decir aquí y allá! Es la queja
generalizada.
Asumir un estilo de vida sereno, no
consumista y reduciendo el consumo a un mínimo, es tarea saludable para el
bolsillo. Qué bueno es recordar a Sócrates quien exclamaba en medio de las abarrotadas
y consumistas calles de Atenas: “¡Cuánto es lo que no necesito, y lo que
necesito, cuán poco lo necesito!” ¿Por qué pretender con angurria más
de lo que se necesita?
La persona profunda es austera; la
persona superficial, en cambio, posee la rara “habilidad” de producir el
“milagro” de terminar creyendo y haciendo creer que lo innecesario, se necesita.
La austeridad define a la persona. Un desaforado homo consumens termina
siendo consumido por el consumo que lo consume. Y si nos rodeamos de gruesas
capas de consumo terminaremos aislados e insensibles a la necesidad ajena y a
la propia voz de la propia conciencia, afirma Carlos Díaz.
No se plantea que seamos austeros por
deporte, o por moda, sino porque queremos caminar sobrios por este pedregoso
sendero económico que cada día nos agobia. Quien se plantea austeridad es quien
puede salir de ella, no el que forzosamente está en ella, pues el mendigo de la
calle no se plantea el no tener, sino el tener, y es su obligación. He aquí la
gran diferencia.
Ejemplo: Hay escasez de agua. Yo me
ducho menos, aunque sé de vecinos que derrochan miles de litros en sus
piscinas. Los despilfarros son enormes. “Unos pocos derrochan en perjuicio de
muchos”. Mientras algunos pocos despilfarran el agua, ¡muchos no tienen para
beber! Con la energía eléctrica ocurre lo mismo. Nadie tiene derecho a atentar
contra el bien común.
Pero mi condición de responsable, y
orientado al bien común, me obliga a ser austero, hagan lo que hagan los
inconscientes, quienes sin pudor ni rubor “desparraman al mundo” su tan
cacareado bienestar. Así vemos chicos que poseen dos aparatos celulares pero
los padres no tienen dinero para la inscripción escolar; el padre sin trabajo
adquiere una motocicleta o un equipo de sonido, pero no puede abonar la primera
cuota, y demás “perlas” harto conocidas de nuestra fauna guaraní.
La austeridad es compatible con el dolor
y la necesidad del prójimo. Es verdad que mucho de esta apocada existencia es
producto de nuestra titánica ignorancia, pero mientras tanto, los cristianos, podemos
y debemos compartir lo que tenemos (cosas) y lo que somos (educación) con el
prójimo que no tiene, nos recuerda el papa Francisco.
Como dice San Juan Crisóstomo, si se
miran las cosas a fondo: “en la
sobriedad está el propio deleite” Ojalá que nuestra serena reflexión
cuaresmal nos oriente a replantear nuestras vidas en Dios y sea Él la brújula
que nos indique el correcto pensar, decir y hacer.
Recuerdo la frase del
apreciado maestro C. Díaz: Austeridad,
un lujo, pero un lujo de despojarnos de lo superfluo, un lujo bendito que
comienza por educar mejor los hábitos del deseo por anhelar “SER” más que “TENER” más. (cfr. G. Cataldi - Reflexiones I - 03.11)
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