miércoles, 22 de julio de 2015

¿SÉ LO QUE QUIERO, pero......

QUIERO  y  ENTIENDO  LO QUE  SÉ?

Es frecuente observar conductas increíblemente contradictorias, opuestas a toda lógica. El sentido común sigue durmiendo su aletargada siesta. La cotidiana conducta humana – al menos en nuestra fauna esteña, en general – pareciera vociferar que todo es igual; mal y bien; mentira y verdad; robo y honestidad; orden y caos; aseo y basura, prepotencia y decencia.

Así las cosas, cada quien hace de su subjetividad la medida de todas sus acciones, fuente de certezas y verdad – al estilo de Protágoras. Es normal y lógico que en estas circunstancias, valores como el bien, la corrección, el sentido común y la verdad se hagan humo, y por consiguiente, cualquier posibilidad de diálogo para llegar a un entendimiento entre ciudadanos, no sea viable.

Si no se sabe lo que se quiere y no se quiere o entiende lo que se sabe o se dice saber, simplemente no se conoce la verdad, y si no hay verdad, tampoco se sabe dónde está el bien y el mal; ni se discierne entre lo bueno y lo malo. ¿Acaso sea la tentación del arrogante “sabelotodo” posmoderno, querer eliminar el error de su conciencia? ¿Cuál es el problema?. Para intentar responder, recurro al P. Antonio Orozco-Delclós quien dice, entre otras cosas:

Se han analizado las actitudes filosóficas más radicales, negadoras de evidencias inmediatas, que chocan frontalmente con el sentido común y, pudiera decirse, contra la vida misma. Algunas de estas posiciones han sido adoptadas por hombres de notorio poder intelectual. Sin embargo, en sus formulaciones elementales, un niño podría refutarlas. ¿Cómo entender que se pueda llegar a afirmar, por ejemplo, que lo único que existe soy yo, o que las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo, etcétera?.

Es el momento de rastrear las raíces subjetivas que pueden originar tales errores. Si el entendimiento está por naturaleza ordenado y abierto a la verdad, sus errores fundamentales no pueden ser debidos sólo a la limitación del entendimiento. Es preciso averiguar qué elementos distorsionantes se hallan en el sujeto humano, capaces de cegar la mente y mover al hombre a abrazar errores de tanto calibre. Es ésta una tarea importante, pues un error no se elimina del todo hasta tanto no se comprenden las causas que lo han ocasionado”.

La pregunta es, ¿quién, cómo y cuándo ha de hacerse lo necesario para reconstruir a este hombre, tal manera que el intelecto se entienda a sí mismo, entienda a la voluntad, a la esencia del alma y a todas las demás capacidades?.

Con palabras sencillas, ¿cómo lograr que el terrícola guaraní – incluso con varios créditos académicos a cuestas – no estacione su vehículo en la vereda, obligando al peatón - anciano, niño  o embarazada - tirarse a la calzada; no arroje basura a la calle; no respete al semejante con polución sonora; que él o la chofer al volante, no conduzca con criatura en su regazo: etc, es decir, cómo hacer para el  homo sapiens de hoy sea menos bestiario en su conducta?

Está visto que nuestro sistema educativo es absolutamente incapaz de dar respuesta a la molestosa pregunta. Entonces, quién lo hará: ¿La catequesis?... poco y nada, no es su ámbito. ¿La familia...las pocas que quedan en pie conservando tal concepto?.

Ha sido y sigue siendo gran error asociar instrucción intelectual o formación humanística con educación moral. Los hechos desmienten a gritos. La historia reciente del pasado siglo nos demuestra de modo irrefutable que la formación intelectual - nomás - es una barrera demasiado frágil para detener la barbaridad humana.

Intelectuales y la sociedad toda, del siglo pasado, ¿qué hicieron ante los mayores crímenes que ha conocido?. El holocausto judío, el genocidio de la Triple Alianza en América, entre otros hechos ocurridos.  Sí demuestra que la sola “inteligencia” es una muralla de cartón para librarnos de la barbarie. 
    
Galardonados  intelectuales de nuestro país, en esta presente hora, ¿tienen algo que sugerir? 

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