sábado, 25 de julio de 2015

EL INFIERNO (I)

¿INVENTO   O   REALIDAD?

En el libro “Para Salvarte” del P. Jorge Loring  p. 84 y sgtes, nos brinda excelente catequesis: El que peca mortalmente y muere sin arrepentirse de sus pecados mortales se va al infierno. Lo transcribo por considerar de gran utilidad para quien dude de su existencia.

Vive siempre como quien ha de morir, pues es certísimo que, antes o después, todos moriremos. En la puerta de entrada al cementerio de El Puerto de Santa María se lee: «Hodie mihi, cras tibi» que significa: «Hoy me ha tocado a mí, mañana te tocará a ti». Esto es evidente. Aunque no sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde; pero quien se equivoca en este trance no podrá rectificar en toda la eternidad.

Por eso tiene tanta importancia el morir en gracia de Dios. Y como la vida, así será la muerte: vida mala, muerte mala; vida buena, muerte buena. Es impresionante la muerte de Voltaire (Francisco M Arouet). Murió la noche del 30 al 31 de mayo de 1778, a los ochenta y cuatro años de edad. Fue un hombre impío y blasfemo.

En la hora de la muerte pidió un sacerdote, pero sus amigos se lo impidieron. Murió con horribles manifestaciones de desesperación, bebiéndose sus propios excrementos, como cuenta la marquesa de Villate, en cuya casa murió. Con la muerte termina para el hombre el estado de viajero, y se llega al término que permanecerá inmutable por toda la eternidad. Más allá de la muerte no hay posibilidad de cambiar el destino que el hombre mereció al morir.

Hay personas que se acomodan en esta vida como si ésta fuera para siempre y definitiva. Esto es una equivocación. Debemos vivir en esta vida orientados a la otra, a la eterna, que es realmente la definitiva. Por lo tanto debemos aprovechar esta vida lo más posible para hacer el bien. En la muerte se separa el alma del cuerpo. El cuerpo va a la sepultura y allí se convierte en polvo. 

El alma, en cambio, constitutivo esencial de la persona, sigue viviendo. En el mismo instante de la muerte Dios nos juzga. Esto es dogma de fe. Dice San Pablo: “Cada cual dará a Dios cuenta de sí”. «Dios dará a cada uno según sus obras".

Si hemos muerto en paz con Dios, sin pecado mortal, el alma es destinada a ser eternamente feliz en el cielo; pero si hemos muerto en pecado mortal, es destinada a ser eternamente desgraciada en el infierno. Dice San Juan: «Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida; y los que hayan hecho el mal, para la condenación»

El hombre materialista es vencido por la muerte. Sólo Dios nos da la vida eterna. La fe y la fidelidad a Dios es el supremo modo de vivir en esta vida, y de esperar con ilusión la eternidad.

El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno. (…) El pecado es obra del hombre, y el infierno es fruto del pecado. El infierno es la consecuencia de que un pecador ha muerto sin pedir perdón de sus pecados.
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Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego. Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego. Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues atormenta los espíritus, Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite. LA EXISTENCIA DEL INFIERNO ES DOGMA DE FE.

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