martes, 21 de julio de 2015

ANTE ESCÁNDALOS EN LA IGLESIA (I)

                                                  ¿MANTENGO  O  PIERDO  MI  FE?

No debemos esconder  los tristes sucesos que salpican sacerdotes que abusan de niños y jóvenes, aquí y allá. Quiero exponer mi opinión abiertamente y de frente cuál debe ser nuestra actitud como fieles católicos ante este doloroso escándalo. (Recopilo parte de la Homilía del sacerdote Franciscano  Roger J. Landry en su parroquia- EEUU).

Lo primero es reflexionar lo que el Señor Jesús hizo antes de elegir a los doce apóstoles: subió a la montaña a orar toda la noche. (cfr. san Lucas 6, 12-16). Él les dio el poder de expulsar a los demonios, curar a los enfermos… y ellos mismos obraron en Su nombre numerosos milagros.

Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que Él permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas en Getsemaní, simulando un acto de amor para entregarlo….

A veces los elegidos de Dios lo traicionan. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de comenzar a crecer. Pedro lo negó, Felipe dudó. ¿Se equivocó Jesús al elegir a sus apóstoles?

En vez de ver sólo a aquellos que traicionamos a Jesús, ¿por qué no nos centramos en los  que, a pesar de sus debilidades humanas luchan  y son ejemplos de vida como miles de santos conocidos y otros tantos anónimos? ¿Cuánta gente buena, papá, mamá, hijos, estudiantes, profesores, periodistas, etc., no viven luchando contra el mal y haciendo el bien?  Y, ¿Cuántas miles de almas – entre ellos cientos de sacerdotes - en pleno siglo XXI, son martirizados por adhesión a Cristo?

El escándalo, lamentablemente, no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia, cuando estuvo peor que ahora. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaron a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.

Recordemos la triste historia del Papa Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe, pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas. Llevó a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia.

La Iglesia fundada por Cristo no podía fracasar. Es así que surgieron santos como Francisco de Sales, quien poniendo en riesgo su vida, porque muchas veces fue golpeado y dejado por muerto, predicaba el Evangelio con verdad y amor. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes.

Lo que él dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon. Él no se anduvo con rodeos. Dijo: "Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo". Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: "Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. 

Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que los escándalos destruyan su fe-, son culpables de suicidio espiritual." Son culpables, dijo él, "de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía". San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo a ustedes. 

¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción? ¡Depende cada quien perder o conservar su fe! 

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