¿INVENTO o REALIDAD?
Seguimos con las enseñanzas
del P. Loring: San Agustín dice que no conocemos un tormento que se le pueda
comparar
(…) La Biblia pone en boca del condenado un grito terrible:
«Me he equivocado». Ahora, como no entendemos
bien ni el cielo ni el infierno, no comprendemos esta pena, pero entonces
veremos todo su horror.
El infierno es la negación
del amor y el fracaso de nuestra libertad. El infierno es la condenación eterna.
Es el fracaso definitivo del hombre. Aquel que, con plena conciencia de lo que
hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece; o quien, luego
de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley; o aquel que vive
en oposición con su conciencia: éstos tales no llegarán a su destino de
bienaventuranza y quedarán, por desgracia suya, alejados de Dios.
A algunos, que no han
estudiado a fondo la Religión, les parece que siendo Dios misericordioso no va
a mandarnos a un castigo eterno. Sin embargo, que el infierno es eterno es
dogma de fe.
Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda
al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos.
Aunque Dios es
misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: «Tan grande como
ha sido mi misericordia, será también mi justicia» Y su misericordia no puede
oponerse a su justicia. Como es misericordioso, perdona siempre al que se
arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se
arrepiente.
Cristo afirmó la existencia
de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: «Dirá a
los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para
el diablo».
Y después añade que los malos «irán al suplicio
eterno y los justos a la vida eterna». Es dogma de fe que existe un infierno
eterno para los pecadores que mueran sin arrepentirse.
En el infierno no es
posible el arrepentimiento, lo mismo que en el cielo no es posible pecar. Los
bienaventurados del cielo se sienten tan atraídos por el amor de Dios, que el
atractivo del pecado les deja indiferentes.
El mal moral es consecuencia
del mal uso de la libertad humana. Para evitar el mal moral, Dios tendría que
quitar la libertad al hombre. Todo hombre libre es capaz de pecar. Y un hombre
sin libertad dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo
que hace meritorio ser bueno.
Y hacer méritos para la vida eterna, es para lo que Dios nos ha puesto en la Tierra. Dice San Pablo: «Sabemos que Dios hace converger todas las cosas para el bien de aquellos que le aman». Si Dios impidiera al hombre hacer el mal, violentaría su libertad.
Y hacer méritos para la vida eterna, es para lo que Dios nos ha puesto en la Tierra. Dice San Pablo: «Sabemos que Dios hace converger todas las cosas para el bien de aquellos que le aman». Si Dios impidiera al hombre hacer el mal, violentaría su libertad.
Se oye decir de labios
irresponsables: Hoy a la juventud no le interesa la religión del miedo o de las
seguridades. Depende: tener miedo a cosas irreales es de idiotas; pero cerrar
los ojos a los peligros reales es de re-contra imbéciles. Lo mismo: buscar seguridades
ficticias es de tontos; pero despreciar seguridades reales y preferir
inseguridades, es de re-imbéciles.
El concepto de eternidad se
opone al concepto de tiempo, que supone un antes y un después. La eternidad
supone una duración ilimitada, una permanencia interminable. Una imagen que
puede ayudar a entender la eternidad es un reloj pintado a las nueve en punto.
Por mucho que esperemos, nunca señalará las nueve y cinco.
El
infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el
hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción
explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si
negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del
hombre.
Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para
decirle SI. La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de
rechazarlo. Dice santo Tomás de Aquino que Dios no puede perdonar al pecador sin que éste
se arrepienta previamente. Es decir, Dios no puede perdonarme si yo no quiero y rechazo ser perdonado.
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