lunes, 27 de julio de 2015

EL INFIERNO (FIN)

¿INVENTO   o  REALIDAD?

Seguimos con las enseñanzas del P. Loring: San Agustín dice que no conocemos un tormento que se le pueda comparar (…) La Biblia pone en boca del condenado un grito terrible: «Me he equivocado». Ahora, como no entendemos bien ni el cielo ni el infierno, no comprendemos esta pena, pero entonces veremos todo su horror.

El infierno es la negación del amor y el fracaso de nuestra libertad. El infierno es la condenación eterna. Es el fracaso definitivo del hombre. Aquel que, con plena conciencia de lo que hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece; o quien, luego de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley; o aquel que vive en oposición con su conciencia: éstos tales no llegarán a su destino de bienaventuranza y quedarán, por desgracia suya, alejados de Dios.

A algunos, que no han estudiado a fondo la Religión, les parece que siendo Dios misericordioso no va a mandarnos a un castigo eterno. Sin embargo, que el infierno es eterno es dogma de fe. Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos.

Aunque Dios es misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: «Tan grande como ha sido mi misericordia, será también mi justicia» Y su misericordia no puede oponerse a su justicia. Como es misericordioso, perdona siempre al que se arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se arrepiente.

Cristo afirmó la existencia de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: «Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo». Y después añade que los malos «irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna». Es dogma de fe que existe un infierno eterno para los pecadores que mueran sin arrepentirse. 

En el infierno no es posible el arrepentimiento, lo mismo que en el cielo no es posible pecar. Los bienaventurados del cielo se sienten tan atraídos por el amor de Dios, que el atractivo del pecado les deja indiferentes.

El mal moral es consecuencia del mal uso de la libertad humana. Para evitar el mal moral, Dios tendría que quitar la libertad al hombre. Todo hombre libre es capaz de pecar. Y un hombre sin libertad dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo que hace meritorio ser bueno. 

Y hacer méritos para la vida eterna, es para lo que Dios nos ha puesto en la Tierra. Dice San Pablo: «Sabemos que Dios hace converger todas las cosas para el bien de aquellos que le aman». Si Dios impidiera al hombre hacer el mal, violentaría su libertad.

Se oye decir de labios irresponsables: Hoy a la juventud no le interesa la religión del miedo o de las seguridades. Depende: tener miedo a cosas irreales es de idiotas; pero cerrar los ojos a los peligros reales es de re-contra imbéciles. Lo mismo: buscar seguridades ficticias es de tontos; pero despreciar seguridades reales y preferir inseguridades, es de re-imbéciles.

El concepto de eternidad se opone al concepto de tiempo, que supone un antes y un después. La eternidad supone una duración ilimitada, una permanencia interminable. Una imagen que puede ayudar a entender la eternidad es un reloj pintado a las nueve en punto. Por mucho que esperemos, nunca señalará las nueve y cinco.

El infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del hombre. 

Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para decirle SI. La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de rechazarlo. Dice santo Tomás de Aquino que Dios no puede perdonar al pecador sin que éste se arrepienta previamente. Es decir, Dios no puede perdonarme si yo no quiero y rechazo ser perdonado

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