martes, 29 de junio de 2021

EL PECADO ES…MUERTE

¡Que creas o NO... Nada importa!

 

¡El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor! (Ro 6:23) Los que te abandonan fracasan” (Jr. 17-13). Quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16-25). Luego, pecar es ruina, es muerte.    

Fracasamos como esposos, padres, empleado, patrón, vecinos…Son fracasos relativos, porque siempre es posible levantarse. Un pecador arrepentido, puede ser respetable. Jesús nos perdona, si nos arrepentimos y convertimos. 

El pecador, en realidad, no daña a Dios; se daña y se mortifica, a sí mismo, para su propia condenación. ¿Es a mí a quien irritan o es a sí mismos para su confusión? (Jer. 7-19). 

El pecado “ofende” a Dios y lo entristece, pero sólo en cuanto mata al hombre que él ama. A Dios nadie ni nada lo puede ofender. Él es todopoderoso, omnisciente, eterno…¿Por qué seguimos con esta deforme vida, si conocemos las consecuencias del pecado? 

¿Cómo es que si sabemos que el apartarnos y querer ser independientes de Dios, nos hace infelices…no cambiamos de rumbo?  Con razón decía San Bernardo; el hombre prefiere: “Ser infeliz en su soberanía, antes que ser feliz en la sumisión”.                               

“El rey David cometió adulterio; para que no se sepa, mandó matar al marido de la mujer y luego la tomó para sí. Parecía, incluso, un acto generoso por parte de David, de cara al soldado muerto, que combatía a favor del rey”. ¡Ajepa hova'atâ koʼtipo! 

“Le visitó entonces el profeta Natán, enviado por Dios, y le contó una historia: “Había en la ciudad -dijo- un hombre riquísimo que tenía muchas ovejas y había también un pobre que tenía sólo una oveja, que él quería mucho, que era su sustento y que dormía con él…. 

Llegó a casa del rico un huésped y él, para no matar ni una de sus ovejas, mató la del pobre para preparar la mesa a su invitado. Al la historia, David dijo con ira: “¡El que hizo esto merece la muerte!”. Entonces Natán le dijo: ¡Tú eres ese hombre! (2ª Sam 12, 1 ss). 

Por eso, al juzgar y sentenciar a otros, pecamos gravemente y nos condenamos. ¿Cuántas veces, condenamos injustamente? De seguir con dureza de corazón, acumulamos castigos para el día del juicio, cuando llegue el juicio divino (Ro 2, 4-5). No hay escapatoria. Luego, hace falta “desplomarse” y decir con David. “Pequé, perdón Señor”.                                                 

Idolatría es pecado. Hay idolatría fuerte en el mundo. Si la idolatría es “poner a la criatura en el lugar del Creador”… soy idólatra cuando pongo a la criatura -mi criatura-, las obras de mis manos, en vez del Creador. Así, mi criatura puede ser la casa…  

La iglesia a la cual asisto. La familia, mi hijo…“¡cuántas mamás sin darse cuenta, hacen de su hijo -más aun si es único-, su dios!”; También puedo idolatrar mi trabajo, la escuela, la empresa que dirijo, el libro que escribo… “su majestad” el fútbol…". 

¿Qué del principal ídolo, mi “yo”?. En el fondo de toda idolatría, está, la autolatría, culto al yo “chénte ko, chénte se”, creerme el ombligo del mundo, sacrificando todo a mi “yo”. No pocos terrícolas hoy, mbarté-pokaré, están infectados con el ¡síndrome de diocesillo!.

El pecado que San Pablo denunciaba y que sirve también para hoy es: “buscar una justicia propia, una gloria propia y buscarla incluso mediante el cumpli-miento de la ley de Dios”. 

Si nosotros estamos ahora, espiritualmente en la situación de los “espíritus prisioneros”, en las cuevas de las conductas anticristianas, gritemos ya, perdón Señor y colguémonos de la cruz de Cristo, para morir y resucitar con El y en El, como nuevo hombre. 

Dios nos ama -¡ñánde raihu ñandejaraPor eso, aunque Su Palabra nos sacuda, digamos confiados: “Padre, no querés que mi alma arda en el fuego eterno. Haz que vea la senda de vida, el gozo de mirar tu rostro, delicias para siempre a tu derecha”. (Sal 16-10-11).

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